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viernes, 11 de febrero de 2011

SOBRE LA PIEDRA, EL VÉRTIGO DE LAS SOMBRAS


Un tren de pizarras lame las sombras del infinito, lecho adentro
de las piedras, pócimas de tardes donde los animales aúllan:
—en cierto modo nos volvemos corderos y dejamos de hurgar
las estrellas y el claro bosque de los antros
con la Patria descompuesta en la ceniza del cigarro.
Fotografía: pruébama blogger


SOBRE LA PIEDRA, EL VÉRTIGO DE LAS SOMBRAS




(Cordajes que yo daba por muertos resucitan:
Recobran en mi mano el peligroso
desvelo de la música.)
LEOPOLDO MARECHAL




Un tren de pizarras lame las sombras del infinito, lecho adentro
de las piedras, pócimas de tardes donde los animales aúllan:
—en cierto modo nos volvemos corderos y dejamos de hurgar
las estrellas y el claro bosque de los antros
con la Patria descompuesta en la ceniza del cigarro.
Hay días donde palidecen los poros debajo de las sábanas, —días
de nadie donde la sombra de las hojas es diminuta, y los sueños
permitidos caben en un ojal;
en el camino me he encontrado con los ojos llagados del polvo:
el infierno está próximo a este vértigo,
al País bárbaro que tanto pronuncio, a la tumba inclemente de la boca,
al calor que me abate desde la ferocidad de las piedras.
(No sé si pueda odiarte cada vez que me acerco a un estanque:
me diste un alambique de ardores;
pusiste oscuros silencios en mi boca y delirios que no cupieron
en la luz, ni en el fervor de la garganta acostumbrada a beber
los cascos disueltos del invierno.)
En el desvelo resucitan todas las sombras: la razón tiene tantos
extravíos que el lenguaje no puede explicar;
las impurezas también tienen sus propios relámpagos: hay santuarios
de voraz demencia,
heridas de pródigas execraciones, canastos con dudosas yerbas,
lanzas acumuladas en el yodo de la noche.
Podríamos derretir las piedras y no pasa nada con la ceniza,
con esa lava del vértigo arqueando el relieve de las alacenas;
en la indigencia, únicamente nos acompaña la sedición de la arcilla
con todas sus plenarias de arrugas,
manos plegadas al mismo lindero de la noche, donde se especula
y desciende la piratería a los templos del alma.
Hay muchachas que caminan a deshora mordiendo las sombras;
de pronto las piedras revestidas con coágulos de sangre,
la zarza como un coro en la lengua,
el olor incendiado de los lavatorios, la calle tirada a los dados,
el filo de las simulaciones del poder, haciendo de las suyas,
mientras nos convertimos en un gran albergue de náufragos.
(No sé si pueda quererte con todos tus defectos: las sienes se han vuelto
noche de bestiarios adoquines, hay lencerías fundidas
en los protocolos, y mordazas que no desmayan en el subsuelo.
La medianoche arrecia en los labios: cansan las ventanas
Con fibromas, cansa, País, tu silueta de buey envenenado…)

Barataria, 07.II.2011

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