Medianoche la lámpara en el pozo donde duerme la mano petrificada
de mis propias visiones. Las horas amarillas que hieren
la conciencia, los rostros agónicos de la noche en la almohada,
las sombras deshaciendo el carbón de los nombres,
jardines donde las puertas despiden pechos oscuros, búhos
de invierno, trenes debajo de la lengua.
MEDIANOCHE
Las almas oscuras de los murciélagos,
azotan ilusiones sombrías en los vidrios.
WINÉTT DE ROKHA
Medianoche la lámpara en el pozo donde duerme la mano petrificada
de mis propias visiones. Las horas amarillas que hieren
la conciencia, los rostros agónicos de la noche en la almohada,
las sombras deshaciendo el carbón de los nombres,
jardines donde las puertas despiden pechos oscuros, búhos
de invierno, trenes debajo de la lengua.
Las telarañas cubren la memoria: es posible que la impaciencia
encienda candelabros jamás vistos en la luz;
es posible que desaparezca la respiración en medio de las sombras,
es posible que toda la caducidad aletee en las cortinas del insomnio,
en la línea abisal de los boleros,
que narra Cabera Infante,
en la queja insoslayable de las mariposas en la garganta.
En la longitud de las bóvedas despierta el anacronismo de la sombra,
los catálogos reprimidos, los epitafios escritos en los juguetes,
cada presencia del búho con lecciones de insaciable oscuridad.
En el aparente equilibrio de la medianoche,
salta el muñón la sombra de la disonancia, la sábana impropia
de la neutralidad: —hoy, la noche nos llega a todos con palabras
viejas en odres nuevos; nadie puede descartar el cansancio
de los días en la tierra,
los hilos pacíficos de la muerte que derrumban desiertos;
ahora son más ciertos los desequilibrios de la historia, a través
de los alambres se lanzan proyectiles: nada está escrito. El espacio
tiene audiencias inconfesables,
otredades que el mundo no sospechaba
ni siquiera a la hora de tomar una taza de café negro.
En medio de la neblina, el invierno de la penumbra: las montañas
de manos, el ciberespacio que vuelve saliva la ternura,
los diluvios que no son producto, precisamente, del calentamiento
global de las sábanas, sino porque la intemperie se ha vuelto,
motor de la historia, vigilia redimida del presagio.
Muerdo la estrella verde que brota de la lágrima: el anhelo purificado
de los trenes, la primavera del ala, el azúcar que presiente
los confines, la turbación del aliento cuando el firmamento es denso.
La agonía hace del pecho, ciegas aguas: suma de oscuros cazadores,
esferas sin brújula, lenguas sin sostenes,
imágenes de gastadas entrañas: —siempre estoy en esta medianoche,
con el lazo al cuello de las esquinas oscuras de los atajos
como un supernumerario de las sombras, apretada fisonomía del asedio,
sin que las tumbas me pierdan en su mimetismo.
Barataria, 20.II.2011
Como una maripoza revoloteo nuevamente sobre tus palabras... te regalare un poco de tardes con mermeladas y versos sueltos.... gracias por llegar tambien a mis letras tu opinion sera un lujo...
ResponderEliminarLedeska
Gracias, poeta, por ese revoloteo prístino de pájaro sobre las palabras. La poesía ese viaje insondable de aguas sueltas en las tardes, en el día o a la medianoche.
ResponderEliminarUn abrazo agradecido.
André Cruchaga