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jueves, 28 de junio de 2012

BOSQUE SUBTERRÁNEO


Al final, uno siempre está condenado a la memoria, al tanteo oscuro del deleite:
 en las manos se desintegran los espejos, zumba la profundidad del bosque,...
Imagen tomada de/es.wikipedia.org




BOSQUE SUBTERRÁNEO




Ante tanta rareza hoy en día, (supongo, sin embargo, que siempre ha sido así) me refugio en el bosque a condición de que Tristán Tzara, me de la luz de ciertos estados sobrenaturales: la epifanía de los pétalos, por ejemplo; la rama monástica de las semillas, no la caja de Pandora, ni las lianas que amarran a los dioses. Yo, habitante inconcluso en los asteriscos del viento, quiero a golpe de proverbios, entender el paisaje inmemorial de los senderos, pues, adentro de los símbolos hay arco iris vírgenes que pueden entrar de incógnita a mi memoria. No sólo en la superficie transitan bosques, sino en los nichos con inscripciones de escalofrío, fondos que adivina el pálpito. (De pronto, viene Perséfone, su rapto en el inframundo, también el eco embriagador de las Ninfas, luego, caigo en el océano del más allá donde Eurídice escribe en su diario las penas y glorias de lo inefable.) Como un cazador primitivo, desafío cualquier indiferencia: toda caza es incierta en medio de la noche, cuando las pretensiones se ahogan en un vaso de agua, y el espíritu lee extraños mares, convulsos estíos de pájaros, cuando el vacío aprisiona la sombra del cuerpo. Al final, uno siempre está condenado a la memoria, al tanteo oscuro del deleite: en las manos se desintegran los espejos, zumba la profundidad del bosque, el ojo azotado por espectros, las cucharas y las sartenes, los himnos nacionales de la soledad, los tubos de ensayo como objetos autómatas del relámpago. Pero sigo admirando las peluquerías y el bosque vacío en la velocidad de los párpados.

Barataria, 28.VI.2012

martes, 26 de junio de 2012

CANDELERO


¿Hacia dónde voy con este reguero de tinta parpadeante, dispuesta a espiar
 las ventanas de mi conciencia, los terribles días de acecho, tropezando
 en el humo, sin más rostro que la querencia encarnada en mi rostro?
Imagen tomada de/es.wikipedia.org/wiki/Candelero




CANDELERO




Siempre el candelero nos sorprende con su luz a media asta, noción del fuego en el metal que grazna con su humillo fundado en la respiración. Siempre penitente en su proverbial equilibrio, siempre enredado en la rama del hollín nocturno, aquí y ahora descansan en paz los poemas, el barco en mi mesa de trabajo vuelto a casa, después de viajar por silenciosas estrellas. ¿Hacia dónde voy con este reguero de tinta parpadeante, dispuesta a espiar las ventanas de mi conciencia, los terribles días de acecho, tropezando en el humo, sin más rostro que la querencia encarnada en mi rostro? —¿Es cruz el imán de mi vigilia? ¿Es mercado el desorden del filo? ¿Están vivas las estaciones de la próxima estación del vigía? Quizá deba inclinar mi rostro a todas las posibilidades, al relámpago que de pronto nos muestra su malabarismo, al futuro lánguido y amortajado de las estadísticas, a la bestia nocturna que nos lanza panfletos e intoxica la puerta del hogar. El candelero me introduce en las oraciones seculares, en el sueño, el calendario roto de las teorías; ninguna estrategia sirve entre paréntesis, cuando la sedición del humo se toma la tribuna del espectáculo, las astillas entramadas de la noche. (En algún lugar del planeta, los árboles envejecen tan pronto como las navajas apestadas de heridas, como el cerrojo en los médanos.)

Barataria, 26.VI.2012

domingo, 24 de junio de 2012

MIENTRAS CIRCULA EL AIRE


Desde el ojo inquisidor, veo el otro ojo que me mira tras el humo que cruza
 la garganta; a ratos, —debo confesarlo—, me gusta este juego de cartomancia,...
Imagen tomada de la página/imagenzone.net/fondos-de-pantalla




MIENTRAS CIRCULA EL AIRE




Mientras camino, también leo la historia del cometa de mi olfato, la confesión táctil de mis complicidades, el ayer y el ahora de todo cuanto nutre las semanas, puntos a flote sobre el cuaderno de las convicciones. Mientras circula el aire, me despojo de ciertos conceptos: sólo necesito el aerobismo del invierno y despertar en el traspatio del cierzo, como un anónimo delirio en los cristales. Desde el ojo inquisidor, veo el otro ojo que me mira tras el humo que cruza la garganta; a ratos, —debo confesarlo—, me gusta este juego de cartomancia, recordar aquellas fotografías ardidas en el ojo quemante de la nieve, desde la destilería de los párpados acuosos, atesorando copulaciones siniestras. Pero, claro, la vida no sólo es una especie de laboratorio ambulante: el asunto es que arrastro todavía, una especie de delirio de ceniza, y conjuros en la valija de la almohada, solemnes espasmos de puertas y ventanas, y largas trenzas almidonadas de telarañas. Por eso, al término del día hago, como un tendero, mi propio balance, no sea que el día me deje en saldos rojos y no pueda cambiar el arco iris. (Pasa el tren, en el último vagón póstumo, la atarraya de los pensamientos, la introspección solemne del reguero de árboles que dejan los rieles cuando cruzan el gusano de los durmientes. Desde siempre tengo alas y espejismos póstumos, minutos de tinta contradictoria, andamios de cielo existencial. Pasan las distancias con sus carcajadas, y el sol negro con sus modales noctámbulos.) Mientras circula el aire me vuelvo penitente del extravío. Así es la rama que lame la luz.

Barataria, 24.VI.2012

viernes, 22 de junio de 2012

ALTARES


Nunca han sido de mi agrado, tienen olor a muerto; los esquivo cada vez
 que se disfrazan de semáforos, cada vez que el sudor me aprieta  los calcañales,
cada vez que la convulsión se vuelve dinastía, profunda fragancia del disfraz.
Imagen tomada de/centrodelaimagen.wordpress.com




ALTARES




¿Es acaso la prédica la salvación del alma?¿Tiene fronteras el pensamiento y la conciencia? ¿Deshabilitamos los estigmas en la hoguera o es solo otra forma de vaciar nuestras pesadumbres, lograr cierta ingravidez como la espuma en el aliento? Por cierto, dejaron de conmoverme: sólo en la cama creo en los sincretismos, siempre la duda salta como una sombra de mil años. A mí me da por la diáspora cuando se juega a la tristeza en los altares, prefiero un precipicio y no el misterio, y no estas ondulaciones de máscaras vacías, y no lo irreal cuando se busca el respiro. Me asfixia el humo de las candelas, la marea de santos y apóstoles, el doble juego de las serpientes en el pantano. El cadáver de la muerte es otra cosa y nada tiene que ver con la muerte: prefiero discurrir como animal solitario con mi monólogo, a perder la lucidez del vuelo que tanta falta me hace a la luz del pálpito. Según sé, la demencia tiene su propia belleza: en lo alto de los gallos, el aserradero, no la oveja envuelta en telarañas, el arca del calendario centelleante en el polvo. Nunca han sido de mi agrado, tienen olor a muerto; los esquivo cada vez que se disfrazan de semáforos, cada vez que el sudor me aprieta los calcañales, cada vez que la convulsión se vuelve dinastía, profunda fragancia del disfraz. Me resisto a dar explicaciones sobre mi ternura: sigo muriendo en los callejones del viento, sigo por si no lo sabían con este asco que me provoca el infinito.

Barataria, 22.VI.2012

miércoles, 20 de junio de 2012

EXPLORACIÓN DE ANDENES


—Aquí, simplemente el resuello sobre los andenes, el azar con sus ásperos
 brazos, las muecas del poeta al punto de la huida,
 ¿cuántos años hace que nos atisban los fantasmas?
Imagen de André Cruchaga




EXPLORACIÓN DE ANDENES




¿De qué sombra hablamos cuando desenrollamos los espectros? ¿Acaso caben los andenes en la garganta, los veleros, naves y sus tempestades, la lucha del hombre en las manos del aire? —Aquí, simplemente el resuello sobre los andenes, el azar con sus ásperos brazos, las muecas del poeta al punto de la huida, ¿cuántos años hace que nos atisban los fantasmas? Miles de calendarios inauditos sueltan racimos de faenas, siglos de iracundia sin vencedores ni vencidos, senos que buscan una boca en torno a la luz, al norte del infinito del espejo del alba. Feroces dioses nos amarraron al destino; navegamos, por cierto, en el remedo frágil de la yesca, buscando la salida, antes que lo infausto nos devore la poca eufonía que nos queda. Junto a nosotros, las aguas enajenadas de los andenes, sin abrigo, en busca de otros piélagos, quizá de otras jornadas donde no tengamos que andar descalzos, ni con harapos. Tratamos de cambiar la suerte en medio de la oscilación de las aguas, ¡cuánta arena simplemente en nuestros ojos llevándose la vista! En esta exploración, simplemente busco mi propia cama, ya no la hoguera que venció mis aguas, ya no la otra cara de la historia, sino ésta, la casa profunda de mis sueños, insepulta por cierto, aun en los despojos del desierto. Después de todo, ante el fluir, no tengo reproches: los pasos, pasos son aunque se cristalicen en la brasa, aunque se quemen las antorchas, algo queda para el devenir. Nada es personal cuando la sombra nos obliga a la transparencia. Feliz de encontrar el eco de las aguas y lo humano que tiene el aliento cuando retorna a casa después de la inclemencia.

Barataria, 20.VI.2012

lunes, 18 de junio de 2012

ANTIGUOS PÁRPADOS


Después de todo, nadie nos ofreció un cielo sin pesadillas:
cuando nos hablaron de él, fue para desviar la atención,
para que no viéramos ahí, el árbol amorfo de la vida, la podredumbre
 asfixiando los párpados y el amanecer maloliente de espejos quebrados.
Imagen de André Cruchaga





ANTIGUOS PÁRPADOS




No son mis párpados de ayer, colgados de los ojos del tiempo, sino éstos que caen avergonzados entre los estiajes que produce la modorra, esos desfiladeros de la saliva inmunda, los tantos caminos del vértigo mordiendo los tiestos de la sopa, la insania de los calcetines tartamudeando en el páramo esdrújulo de la herida última de los claveles. No tengo nada que decir después de enredarme en los remolinos del tragamonedas de los poros, de la preñez inmóvil del taladro sobre la roca, de aquel laúd con túnica en el surco añadiendo ventarrones al oficio de mirar desde el centelleo de las mariposas hasta el rascacielos de los murciélagos. Por cierto que nada nuevo tengo sobre el tapexco, dentro del ático, sino el ritmo del desequilibrio, el aullido con sus patas difuntas, el hollín mortuorio de las guitarras y el pulso del mundo que cada vez es diferente. Lo que me queda es esta visión de hélices rotas: el animal colgado en el cadáver de los colibríes, el dinosauro de Augusto Monterroso y hasta mi liviano cuerpo irreconciliable con la inmortalidad. Después de todo, nadie nos ofreció un cielo sin pesadillas: cuando nos hablaron de él, fue para desviar la atención, para que no viéramos ahí, el árbol amorfo de la vida, la podredumbre asfixiando los párpados y el amanecer maloliente de espejos quebrados. Lo demás lo saben las abejas y el matorral, y la luz que me recuerda siempre las honduras.

Barataria, 18, VI.2012

sábado, 16 de junio de 2012

.GALOPE DEL DESVELO


En la crin de las facultades de la oscuridad, los extremos imbatibles
 de la hoja acerada del desvelo con la niebla a quemarropa de los naipes
 del náufrago, con el vómito generacional de la prehistoria.
Imagen tomada de la página virtual/elalmanaque.com




GALOPE DEL DESVELO




Toda la marea de las aguas empieza a ser sonambulismo. Yerran los sentidos en esta larga bruma a prueba de zonas congeladas, este martirio que estalla en los sentidos: cabalgamos abriendo puertas de relámpagos, puertas próximas al abismo del espectro, el cisne negro de la memoria, el gato montés en el despeñadero. Sobre tijeras cuelgan los ojos, las miradas líquidas de la sal secadas por el viento, hasta el punto de prolongar los cementerios. Abatido por los cascos envenenados de la noche, rostro, piel, pensamientos, rompen la fiebre de las paredes: todo el zodíaco estremece la cuenca de los ojos, este hervor de búhos en las entrañas. Toda noción de sueño se pierde en el metal de los cascos; así he pasado perdido en las telarañas de las palabras, en aquel vitral de asilo deshojado que me dio la flor avergonzada del calendario huidizo de los cometas, las pestañas postizas del paisaje dentro del amplio lecho del hambre. No sé si hay auxilio para este árbol de ceniza que se aferra al extraño respiro del granito, a la ventana en fuga del polen, a todos los días sin vestidos, ni auxilios. En la crin de las facultades de la oscuridad, los extremos imbatibles de la hoja acerada del desvelo con la niebla a quemarropa de los naipes del náufrago, con el vómito generacional de la prehistoria. Toda la luz me avienta a las cosas profundas: todo el desvelo líquido del insulto, y aquellos cascos sobre calles duras. Toda la leche confusa de los recuerdos, acerca sus dedos como extraño fuego.

Barataria, 16, VI.2012

jueves, 14 de junio de 2012

ARRAYANES A LA HORA DE LA SIESTA


Todo lo sentimos en pedacitos de rugosidad, sí, en pedacitos y cucharadas
de jarabe  para quitarnos la flema, o el atosigamiento que nos producen
 las telenovelas a la hora del desayuno,...
Imagen tomada de/ecolyma.cl




ARRAYANES A LA HORA DE LA SIESTA




Sobre la hamaca de los arrayanes, la batalla sin disculpas de la incandescencia: me adentro auspiciado por el viento, en sosegar el eco del escombro frente a la ventana y, claro, siempre el rostro termina desnudo ante la sombra inconcebible de las fisuras. Galopan los relojes con su aliento efímero, el fuego de cada día de la albahaca anudado a la cocción de las llaves, al trapecio de los altibajos de los horcones, la viga del espasmo carente de ética, —ah, este torbellino ciego de mis dedos en los anillos gastados de las aguas que cruzan el paladar del pecado. (Usted sabe que evocamos un sinnúmero de símbolos, desde los usados por la política hasta los de la demografía, pasando por la levitación del esoterismo, y la también corrupción de los inc0nfesos. Usted y yo sabemos que la miseria anda sobre el asfalto, maldiciendo algunas veces, la suerte que tenemos frente al balance.) Todo lo sentimos en pedacitos de rugosidad, sí, en pedacitos y cucharadas de jarabe para quitarnos la flema, o el atosigamiento que nos producen las telenovelas a la hora del desayuno, el almuerzo, la cena. En la premonición del refresco, los dientes se destiemplan. Nariz y ojos como taxidermistas del efluvio, de los santos líquidos de la azucarada: todo lo redescubrimos a la hora de la siesta, nos acercamos a lo agridulce de la tierra, rompemos la garganta y cabalgamos, livianos en el silencio. Debajo del paladar esperamos un golpe de suerte.

Barataria, 14.VI.2012

martes, 12 de junio de 2012

ALTA NOCHE


Siempre, invisibles, se desplazan las pipas azules de los telares
 hasta hacer del galope un delirio de alargados bolsillos.
Imagen de André Cruchaga




ALTA NOCHE




Oigo el pararrayos en el tragamonedas del ronquido a altas horas donde la noche inequívocamente se va convirtiendo en Lázaro, en ese otro mundo, hondo, de las cavidades. ¿Es el espejismo de los jardines o el volumen pétreo de los puntos cardinales? ¿Es de alguna manera el presagio de la bruma, o sencillamente la sombra descalza de las catacumbas? Siempre anduve errante en medio de la ráfaga, señalado por la mano del verdugo, entregado al trance del aliento. Cada noche, la noche perece en mis heridas. Sangra la oscuridad su sangre de tinta, todos los sembradíos furiosos en el alma, las máscaras de los sombreros que flotan en la dentadura del sahumerio de la ceniza, la tinta monocorde de los bisturíes, el fuego póstumo del pájaro que paga la renta con el tabaco de acero de los búhos. Siempre, invisibles, se desplazan las pipas azules de los telares hasta hacer del galope un delirio de alargados bolsillos. A la vera del tiempo, las estampillas geométricas de la ciudad, la ciudad en las persianas póstumas de los párpados, la orfebrería nocturna de los sonidos haciendo de la almohada un túnel de ciegas hipotenusas, resbaladizas pendientes de las aceras, el fugaz viaje de los trenes en la memoria: allí el anfiteatro reiterado de las sombras. Mi propia sombra. La alta noche crepitando en el muñón de la luz con esos salmos devastadores en la garganta…

Barataria, 12.VI.2012

domingo, 10 de junio de 2012

TRASIEGO EN EL VACÍO


Nos movemos por ese afán instintivo de salvarnos de la diatriba del carnaval
 que engulle con cierto surrealismo la prolongación del precipicio donde
 los ataúdes gozan de patentes, igual que los pocillos que sirven para beber
 el café de la planicie y no el de altura, destinado a las manufacturas de la adrenalina.
Imagen tomada de la página virtual/Museo-Exposición del vino El Trasiego.




TRASIEGO EN EL VACÍO




En lo irrespirable, lentamente, caemos en el vacío con esos voltios de tormenta y apio. Los sueños se nos van en la metáfora rota del cartílago, la elocuencia sospechada del paredón en la mortaja innombrada que producen los insecticidas: a veces da los misma mirar la altura o la profundidad, con la equidistancia del paracaídas, con la noche socavando el relieve de las glorietas, con la parva de epítetos sin la necesaria dialéctica del trasmundo de las compuertas. Nos movemos por ese afán instintivo de salvarnos de la diatriba del carnaval que engulle con cierto surrealismo la prolongación del precipicio donde los ataúdes gozan de patentes, igual que los pocillos que sirven para beber el café de la planicie y no el de altura, destinado a las manufacturas de la adrenalina. Nos pasamos la vida trasegando el aliento, construyendo camas de polietileno, creyendo en el tránsito de mosca a pájaro; en las zonas del subconsciente, nos arremete Freud o Pigmaleón, luego nos llenamos de miserables fantasmas, de pequeñas larvas emasculadas. (¿Cuánto hemos pasado en este viejo trance, durmiendo en la comuna de los cartones, o en la alcoba capitalista del abandono? La suerte está echada: jamás hubo paraísos, salvo en los predios del santo patrono: cada vez inhalamos los desperdicios de la historia y el repentismo de los zapatos que huyen o buscan guarida en los campos de batalla.) En el cenicero, la campana y las calles y las colillas y los calcetines rotos…

Barataria, 10.VI.2012

viernes, 8 de junio de 2012

INSOMNIO DERRAMADO


Nos fiamos y a menudo, emerge lo inevitable, el animal fiero con sus fisuras,
 el amor inconcebible con sus rencores, la insania del ojo no precisamente
 en su propia paja, las partidas que siempre dejan un eco tenebroso.
Fotografía de André Cruchaga




INSOMNIO DERRAMADO




Caminar en las mañanas es tan necesario como escribir. Desparramar la tinta sobre la hoja de papel en blanco siempre resulta gratificante, más cuando en esa acequia se vierten los insomnios, el día a día con sus angustias y esperas, los metales del cielo y los rostros que las palabras tienen cuando se desvisten. He aprendido que el continuo vivir, nos sirve para reafirmar las certezas o las dudas; por más, uno nunca termina de conocer todo cuanto nos rodea, incluyendo a las personas: aquí y allá parece que es la misma argamasa convertida en insomnio. Nos fiamos y a menudo, emerge lo inevitable, el animal fiero con sus fisuras, el amor inconcebible con sus rencores, la insania del ojo no precisamente en su propia paja, las partidas que siempre dejan un eco tenebroso. Por alguna razón, el tiempo le da la razón a uno: la decencia dejó de ascender las escaleras, puedo palparlo en los platos domésticos de la piel que envejece. Si miro alrededor, me encuentro con los dobleces del alma; y sin embargo, bebo con serenidad la luz de las batallas que no son pocas: ante cada tormenta, los anillos del torbellino, el paladar mordiendo sombras, el porvenir sobre el asfalto de las sombras. Me sorprenden los golpes de la noche, en quién confiar mi cansancio y mis costados, después que la piedra cae sobre los párpados, después que se tocaron puertas y sólo queda la ojera trasnochada atravesando la certeza del silencio.

Barataria, 08.VI.2012

miércoles, 6 de junio de 2012

RÉQUIEN POR EL POLEN


A veces el tintero es otra forma de ser sepulturero, otra forma del pañuelo
 pegado a la fotografía de uno mismo, otro adiós a la hora en que se van
 las compañías, espectador invisible de la polifonía del incienso.
Fotografía de André Cruchaga




RÉQUIEN POR EL POLEN




Rezo mi propio réquiem a los pétalos, Mozart en la memoria de mis difuntos. En presencia del ojo, los libros rotos del escombro, el desayuno de páginas en el plato sin bostezo de todos los días. Rezo todos los meses por los platos sin mantel con esa devoción de alacena esperanzada: en cada noche, esquinas de una ciudad ausente, colgada de la trenza del acantilado, casi consumida por la relatividad de las asimetrías. A veces el tintero es otra forma de ser sepulturero, otra forma del pañuelo pegado a la fotografía de uno mismo, otro adiós a la hora en que se van las compañías, espectador invisible de la polifonía del incienso. A veces le rezamos al alba, al día, a la noche: le rezamos al engaño y a su oleaje; le rezamos a la ceniza para emanciparnos de ella, al pelaje de lobo del presagio. (Ya no estás con tu armario de miel en mi boca. Es cierto. Ya no estás, pero siempre estás haciéndote vasija y aljibe, haciéndote polen recogido de lo yermo. Es cierto, vivimos el suplicio de la melancolía; pero, en la bóveda de la piel, aún contenemos el polen, las leguas de río entre la maleza.) Hay días que me precipito en mis propios barcos. Rezo pegado al adobe de las palabras: se desbanda el regadío de la tinta, isla a veces en el conjuro del vuelo, pues a fin de cuentas, se muere solo, cumpliendo el designio del tiempo. Entre mis dientes, la ventana de los pétalos, sueño con los mudos retablos de la sal y el azúcar: los anteojos engañan mis distancias; no hay escaleras para subir al invierno, ni tajuillas para fermentar el polen. Rezo, sin embargo, sobre la losa del viento. A menudo persigo el bosque de los grises…

Barataria, 06.VI.2012

lunes, 4 de junio de 2012

LAS PALABRAS


. Debió ser un momento de escapularios cuando tocaron mis manos,
cuando entre la noche y el día se hizo visible su escalera de sonidos,
el aura fermentada del bolígrafo.
Fotografía de Donald Aguirre




LAS PALABRAS




“Fácil sería la palabra/ sin hojas./ Fácil como un vacío./ Como una sombra./ Pero ocurre al contrario: te arrimas al silencio/ y ella te acosa/ llena de ideas,/ de memorias,/ siempre con algo entre las manos./ Y simplemente no la logras/ desnuda,/sola.” Es ahora que las golondrinas se encorvan en mis manos, la ceniza en las manos del niño que fue en la fugacidad del cántaro del calendario. Cuando las tengo en presente, se vuelven huidizas, son como esos amores que yerran y envejecen, que gastan toda la piel en la tinta alargada del sigilo. Debió ser un momento de escapularios cuando tocaron mis manos, cuando entre la noche y el día se hizo visible su escalera de sonidos, el aura fermentada del bolígrafo. Desde entonces, ha pasado tanto tiempo que olvidé el delantal que me servía de sábana: aro en el vacío y me persigue la boca; cada día simplemente me desnudan, encallan en las redes de mis zapatos, sin paracaídas. Deben ser una sombra de nueces o alelíes, sin neutralidad en la moribundia del Planeta, como linternas en el movimiento de las rotaciones. Al final, no sé si hay palabras para el olvido. Palabras sólo para la alegría. Yo me duermo en el sonambulismo de su resistencia, palabras ardientes como si no existieran. Allí, en ellas, el Todo y la Nada: la pausa de las cosas en su infinito, los fantasmas que fundan el pensamiento.

Barataria, 04. VI. 2012

sábado, 2 de junio de 2012

DISTORSIONES


Cualquier campana castra ahora los adjetivos, prescribe espejos de concavidad
nublada,  y fecunda noches de hondas expiraciones; sobre el césped,
hay bocanadas de libélulas,  inviernos conjurados por la lívido,...
Imagen tomada de iswallpapers.net




DISTORSIONES




Abigarrado el cristal de las ausencias cuando lo que tenemos son sedantes y remiendos de la brasa que quema nuestras sandalias. Cualquier campana castra ahora los adjetivos, prescribe espejos de concavidad nublada, y fecunda noches de hondas expiraciones; sobre el césped, hay bocanadas de libélulas, inviernos conjurados por la lívido, trencitos de madera con muñecas de trapo, unidos al obsceno follaje de la ausencia, élitros desfondados en el sombrero del maniquí irrestañable, promontorios de hormigas en la yugular orgásmica del firmamento, muletas ahuecadas de la metamorfosis de los amuletos con tabaco del búho en la deshora encrespada de la noche del pájaro que muerde la piedra pómez del entrecejo del trueno memorable del bisturí del hartazgo. (Tras el viento, supongo, todo es opulencia; las barberías redondas de la luz, el bar donde los amantes con divanes póstumos mordisquean su sexo, las pesadillas de la adicción de los meteoros, el cabeceo de los satélites de la Vía Láctea, la voz del deseo girando en la barra show del alfabeto difuminado en las caderas multicolores del tatuaje derramado en el azul calcinado de los dientes.) Han de callar, seguramente, los cangrejos del pecho al cruzar los torbellinos de las cascadas del País que se desmorona en el grito, de la gente que abre sus vísceras y exprime el vaso de las linternas. La desmesura, al final, es destino del bagazo; me río cada vez que la lluvia se vuelve mi paracaídas, mi propio estofado de buganvillas.
Barataria, 02.VI.2012

viernes, 1 de junio de 2012

FUGA DEL POEMA


En cada periplo corcovean los cascos de la respiración, es el pétalo de la cópula,
 el búho escarlata diluido en las manos, el modo en que el poema,
sexo puro, marcha al llamado de la mesa.
Imagen tomada de la página virtual/pantallas.net




FUGA DEL POEMA




Detrás de la tinta el escriba marca los desafíos de la sangre, la última ruleta de las canicas sobre la hoja de tierra que yace en el anhelo; siempre el azar envuelve las pupilas, allí donde la luz muerde las estaciones transversales de las sienes, donde estalla el huevo placentario de la destrucción formal de las ventanas en los ojos. De la mano se escapan los pájaros de la caligrafía, la turquesa del oleaje que se enhebra a 360 grados en el guante desdeñado de las migajas del camino; del agua oscura, del dolor salen los senos doblemente distanciados de la sábana, como una libélula muerden los tejidos de la página. En cada periplo corcovean los cascos de la respiración, es el pétalo de la cópula, el búho escarlata diluido en las manos, el modo en que el poema, sexo puro, marcha al llamado de la mesa. No sé si hay misterio en estos trenes momificados. No sé si la existencia traviesa la piedra de moler, el mazo y la piladera, el antifaz del arco iris, el siempre candil sobre manteles giratorios. Luego el poema permanece como un memorándum flotando en alguna escalera, en un bosque a contraluz del césped: para no olvidarme de las pestañas, disuelvo los cuarenta días del desierto y tiro mi lanzallamas al grito, al vacío. Te vas pero el granero queda lleno: en cada línea del poema no hay platos fúnebres, sino un saco de sed, próximo al fuego, un paraguas rescatado a la hora del cierzo.

Barataria, 31.V.2012