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miércoles, 6 de junio de 2012

RÉQUIEN POR EL POLEN


A veces el tintero es otra forma de ser sepulturero, otra forma del pañuelo
 pegado a la fotografía de uno mismo, otro adiós a la hora en que se van
 las compañías, espectador invisible de la polifonía del incienso.
Fotografía de André Cruchaga




RÉQUIEN POR EL POLEN




Rezo mi propio réquiem a los pétalos, Mozart en la memoria de mis difuntos. En presencia del ojo, los libros rotos del escombro, el desayuno de páginas en el plato sin bostezo de todos los días. Rezo todos los meses por los platos sin mantel con esa devoción de alacena esperanzada: en cada noche, esquinas de una ciudad ausente, colgada de la trenza del acantilado, casi consumida por la relatividad de las asimetrías. A veces el tintero es otra forma de ser sepulturero, otra forma del pañuelo pegado a la fotografía de uno mismo, otro adiós a la hora en que se van las compañías, espectador invisible de la polifonía del incienso. A veces le rezamos al alba, al día, a la noche: le rezamos al engaño y a su oleaje; le rezamos a la ceniza para emanciparnos de ella, al pelaje de lobo del presagio. (Ya no estás con tu armario de miel en mi boca. Es cierto. Ya no estás, pero siempre estás haciéndote vasija y aljibe, haciéndote polen recogido de lo yermo. Es cierto, vivimos el suplicio de la melancolía; pero, en la bóveda de la piel, aún contenemos el polen, las leguas de río entre la maleza.) Hay días que me precipito en mis propios barcos. Rezo pegado al adobe de las palabras: se desbanda el regadío de la tinta, isla a veces en el conjuro del vuelo, pues a fin de cuentas, se muere solo, cumpliendo el designio del tiempo. Entre mis dientes, la ventana de los pétalos, sueño con los mudos retablos de la sal y el azúcar: los anteojos engañan mis distancias; no hay escaleras para subir al invierno, ni tajuillas para fermentar el polen. Rezo, sin embargo, sobre la losa del viento. A menudo persigo el bosque de los grises…

Barataria, 06.VI.2012

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