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martes, 12 de junio de 2012

ALTA NOCHE


Siempre, invisibles, se desplazan las pipas azules de los telares
 hasta hacer del galope un delirio de alargados bolsillos.
Imagen de André Cruchaga




ALTA NOCHE




Oigo el pararrayos en el tragamonedas del ronquido a altas horas donde la noche inequívocamente se va convirtiendo en Lázaro, en ese otro mundo, hondo, de las cavidades. ¿Es el espejismo de los jardines o el volumen pétreo de los puntos cardinales? ¿Es de alguna manera el presagio de la bruma, o sencillamente la sombra descalza de las catacumbas? Siempre anduve errante en medio de la ráfaga, señalado por la mano del verdugo, entregado al trance del aliento. Cada noche, la noche perece en mis heridas. Sangra la oscuridad su sangre de tinta, todos los sembradíos furiosos en el alma, las máscaras de los sombreros que flotan en la dentadura del sahumerio de la ceniza, la tinta monocorde de los bisturíes, el fuego póstumo del pájaro que paga la renta con el tabaco de acero de los búhos. Siempre, invisibles, se desplazan las pipas azules de los telares hasta hacer del galope un delirio de alargados bolsillos. A la vera del tiempo, las estampillas geométricas de la ciudad, la ciudad en las persianas póstumas de los párpados, la orfebrería nocturna de los sonidos haciendo de la almohada un túnel de ciegas hipotenusas, resbaladizas pendientes de las aceras, el fugaz viaje de los trenes en la memoria: allí el anfiteatro reiterado de las sombras. Mi propia sombra. La alta noche crepitando en el muñón de la luz con esos salmos devastadores en la garganta…

Barataria, 12.VI.2012

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