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miércoles, 28 de septiembre de 2011

PUNTUALIDAD DE LA NOCHE


Es posible que un día rompa las alas, el ruido, el pasamontañas
de los caminos, el cigarro que relata mis rincones;
es posible perforar la herida del granito que rompe el aliento,
el musgo que hace lejana la claridad.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





PUNTUALIDAD DE LA NOCHE




Siempre llegas puntual, sin descansar, armada de premeditadas
sombras, puntual como la esfera de los faroles en plena intemperie;
llenas mi boca de palabras oscuras, rompes mis ojos para poner
paraguas de ceniza, abandonos y desquebrajados huesos.
Todo es así de indefenso en el paladar que acumula palabras
inciertas. Late la noche en la foja de las horas, en esta lentitud
de vivir dentro de mazmorras, de hacer caminos con la sal
de las pestañas, de sortear el cuerpo entre cuervos y telarañas.

—No estás. Nunca estás hilando el horizonte con otros colores
que no sea el color de las colillas deshaciendo su espiral de abejas;
atardece en los barcos y, también, en los peces de la vida:
entonces caen las enredaderas en el pozo que los pájaros han hecho
en los rincones de las esquinas, en el nido prolongado que los brazos
Anhelan. Estas alas fatigadas envejecen en el altar de las paredes,
y aunque de pronto, alcancen cierto vuelo,
gastan su corazón en la torpeza que cuelga de las horas sin reparo.
He sido por años, un nombre entre tantos nombres:
bajo los cielos que gastan su propio fermento, la noche como un árbol
gigante, ciego rostro invisible en el coloquio,
donde sólo laten litorales vacíos. Donde los días son estrellas
náufragas, herencia de tropezones en la garganta.

Nada es tan puntual y preciso como el reloj de agua en la mar
que socava los ojos, y escribe leyendas ciegas y se adentra
en el aliento con fuerza furibunda; en cada muerte que me deja
la noche, los meses sin demora, sombras levadas en el poema,
larvas gestando sombras en materia y tiempo.
Es posible que un día rompa las alas, el ruido, el pasamontañas
de los caminos, el cigarro que relata mis rincones;
es posible perforar la herida del granito que rompe el aliento,
el musgo que hace lejana la claridad.

A menudo sólo es posible la intemperie manchada de violencia,
la dificultad de hacer nido en la breña, sobre las verduras
podridas en pañuelos, sombras buscando su herida.
En esta leña del suelo, habita la cercanía del caos con todos
sus matices: páginas nubladas, desvanecidas con las mañanas,
torrenciales vísceras del desorden, alturas invertidas
de sobremesa, escaleras de doble vértigo.

Hay huidas, también, en cada puntualidad de la noche;
diluvios esperando la siguiente hora, poemas olvidados en la piel,
acechanzas chorreando mapas, al borde los cementerios,
tejados donde naufraga el arco iris, meses con sobrecargo
de puntadas, trincheras sin párpados.
Cuando el rumbo es un tren incierto, son preferibles las veredas:
Ahora aúlla, el nido de los párpados, las esquirlas de la noche
Relampaguean en la boca, en la mancha de la tormenta.

Barataria, septiembre de 2011

martes, 27 de septiembre de 2011

CASI LEYENDA EL FUEGO DEL SIN FIN


TESEO LUCHANDO CONTRA EL MINOTAURO
Viajeros somos en la cercanía del muro que se alza, digamos,
como un torvo fantasma amanecido, perenne siempre la horda
del desasosiego, en el cebo que nos mantiene en vilo.
Imagen tomada de la red





CASI LEYENDA EL FUEGO DEL SIN FIN




Después de todo he recorrido kilómetros de ventanas, de brisa
y cobijas, pasaportes infectados de lavabos, palabras fugaces
como el fuego del sin fin, leyendas de piedras que muerden
el horizonte, de la última eternidad que habito.
Cada ser humano se resume en una racha de nostalgias:
siempre el rostro húmedo al recorrer otros rostros fugaces,
la belleza está en limpiar las flores, quitar la saliva del oráculo,
donde se esconde la respiración y el tiempo de encarnada
espuma, dientes galopantes, contigo en la almohada.

Desde los ascensores, escaleras, desde los mares de ultramar,
nos desgastamos al descubrir que el fuego o la luz,
delata las rigurosidades del confeti,
los apetitos insondables del sueño, agonizamos en el símbolo
del minotauro, ahí alcanza su mayor esplendor el sacrificio:
quedamos impávidos dentro de esta jaula amenazante,
pero somos Teseo en el Laberinto, revelaciones punzantes
del universo que a menudo nos niega sus propias lámparas.

Recordamos la claridad cuando estamos invadidos por sombras;
lo sabemos, ahora, que buscamos el fuego, incluso,
en el pajar del tabanco,
en la sangre del precio que pagamos por vivir en medio de rachas
de herrumbre, junto al hongo que oscurece el libreto
que debemos representar con agonía: la comedia, la simple tragedia
de pertenecer a la trastienda de la muerte, buscando
el hambre sin hollín, la mordida en el espejo.

Morimos cuando nacemos ensimismados en la sábana del fuego,
así de simple y natural, como las palabras del juicio infinito,
del cual somos extraños delantales, aire difícil de sorber
en la chimenea de la salmuera.
Viajeros somos en la cercanía del muro que se alza, digamos,
como un torvo fantasma amanecido, perenne siempre la horda
del desasosiego, en el cebo que nos mantiene en vilo.

Siempre estamos así mordiendo el hisopo de los meses:
¿descansaremos después de tantos años alfileres o habrá siempre
que resignarnos a ser peregrinos inciertos, invisibles
en este tizón de sombras encima de nosotros?
Sin duda habrá un ovillo, tal vez no como el de Ariadna, pero
ovillo al fin, que nos saque de esta fiebre de naipes,
donde nos deshagamos del despojo, escombro de asperezas
como un fuego sin fin.
Casi leyenda estos nudillos en la conciencia. El ojo aletargado
En la herida, —el día con sus temblorosas bocas, la muchedumbre
Como una sola boca ardiendo en la manada del vestuario,
Sin pulimentos en la historia de la noche…

Barataria, septiembre de 2011

lunes, 26 de septiembre de 2011

RAZONES PARA LA INCLEMENCIA


¿Quién nos diezmó el pensamiento hasta hacer del miedo fruta
de todos los días, sueño de latas de Coca-cola, aceite quemado
en la ebriedad que acecha todos los días desde la aurora
hasta la hora del crepúsculo, hasta la medianoche y al siguiente
día entre plásticos y papeles sucios?
Imagen tomada de Miswallpapers.net




RAZONES PARA LA INCLEMENCIA




La intemperie oscura, donde la espuma de la saliva flota en el alma
de las personas, ¿Quién nos dio tanta intemperie para andar casi
perpetuamente en la orfandad de las osamentas, en el pabilo
de siempre, la intemperie con su secuela de frío galopante?
Y pese a que sobrevivimos, nada es seguro cuando la neblina
enciende su agonía, el gris purulento de las cosas, los pájaros
ahogados en estas aguas térmicas de las ramas descuajadas.
¿Quién nos diezmó el pensamiento hasta hacer del miedo fruta
de todos los días, sueño de latas de Coca-cola, aceite quemado
en la ebriedad que acecha todos los días desde la aurora
hasta la hora del crepúsculo, hasta la medianoche y al siguiente
día entre plásticos y papeles sucios?

Arde el viento en la porosidad de los huesos, bebemos las escaleras
mecánicas de la sal, las luciérnagas de los desperdicios,
El ijar del grito en los encajes del agua,
masticamos los papeles sucios de los periódicos que el viento
arrastra sobre nuestras entrañas y las de la tierra,
caen los ojos como una vaca vencida en el matadero.
Los años luz no llegan a nosotros, ni los dictámenes para el desarme
dictado por Naciones Unidas;
hay tantas razones para pensar que seguimos siendo la sustancia
in vitro para los nuevos experimentos interestelares,
en cada centímetro de los labios, hay noches de inclemencia
que se abren a la fugacidad del calendario, no a la vida que sigue
en sus diversas formas. En su mutable apogeo.

Quizá nos toque, todavía vivir muchas aventuras: después
de todo estamos confinados a ser productos enlatados, rostros
abiertos a la hojarasca, bichos raros lanzados al fuego.

(Al final ya no importa en qué lugar he dormido, ni quien me asistió
en el sueño, ni quien quemó mi carne, ni quién bebió el semen
de los fantasmas, ni qué color tiene la neblina en la oscuridad;
siempre surgen las viejas explicaciones, el oficio de mentir,
cuando sólo tenemos una edad para vivirla sin más sangre y fuego,
explicaciones históricas de nuestras narices hundidas
en el fango, en los hierros heredados de la noche.)

Nos urge después de todo, la claridad, darle crédito al desahogo,
tenemos en común la fiebre, la sedición estatutaria del aire,
la miseria con la que nos convertimos en escoria, las deudas
que nos desnudan a cada rato, por supuesto la inclemencia acumulada
desde la oscuridad de las calles.
Siempre las mismas excusas del espantapájaros en el umbral
del hambre; siempre al borde del hollín de la noche, en medio
de la furia del País sin que seamos inmunes a la violencia.
Nuestros poros están copados de colmillos y desatinos…

Barataria, septiembre de 2011

viernes, 23 de septiembre de 2011

REBELDÍA


Frente al moscardón del estrépito y el vejamen, el arma posible
para combatir es la rebeldía, no el cielo quemado de los párpados,
no el triángulo equilátero de los paracaídas, ni la sinfonía en gris
mayor de la hornilla, el radio sajado de la circunferencia,
no el ahogo arrodillado en el nubarrón de la neblina del cigarro.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




REBELDÍA




Una corona de trenes se enrosca en las sienes, sangran las acequias
de los mapas, crujen las anclas de las ramas en sus rebeldes metales;
a veces es lo único que nos salva frente a la domesticidad:
el subconsciente salta, muerde los dientes de la ceniza, bebe
del mediodía, con sus tragantes purulentos.
Siento que es lo único que nos salva cuando tenemos la inmolación
frente a nosotros, el pulso roto en ausencia de arco iris;
el luto anda derretido en las calles, sangran las puertas
inaccesibles del polvo, la caída enferma del cielo,
con su vieja polilla de calendario, con escobas de miradas siniestras.

Ante el humo, la rebeldía de las aguas para limpiar los cimientos
de las paredes, el vestíbulo de las estatuas, el celofán de las miradas,
los agujeros de las cucharas,
las hamacas arremolinadas en la oscuridad.
Frente al moscardón del estrépito y el vejamen, el arma posible
para combatir es la rebeldía, no el cielo quemado de los párpados,
no el triángulo equilátero de los paracaídas, ni la sinfonía en gris
mayor de la hornilla, el radio sajado de la circunferencia,
no el ahogo arrodillado en el nubarrón de la neblina del cigarro.

Las sombras son como la herrumbre: uno debe alejarse de los relojes
oxidados, del horizonte opaco, de las banderas muertas
que asoman a través de las ventanas.
Uno debe ponerse a salvo porque la escoria es persistente,
si se equivoca el camino desembocamos en los cementerios;
la luz ha sido siempre una plantación de bolsillos: precede
a la posesión del firmamento, pertenece a los caballos amanecidos
en la boca, al arte de interrogar la sombra de las campanas.

Indagar es cuestión de caminar en el desierto:
no se puede dormir quieto en medio de la barbarie,
ni arrodillarse sobre las cenizas de las funerarias. La única posibilidad
es no domesticar la escritura, ni sucumbir a las circunstancias;
cada día es necesario poner el tiempo en el quirófano,
cercenar la baba de las tumbas,
resistir a la inseguridad explorando cada desarraigo,
tomar en serio los años de caminos oscuros, las manos inversas
del pálpito, la lejanía que a menudo se pierde en las tejas.

A cada jardín su invierno de hormigas, lo aparentemente sutil
aunque sea copia del caos, asilo de la penumbra, equipaje de hojarasca.
Así por así, no se pueden abrir las puertas: hay necesidad
De derribarlas, hasta que sangren las aldabas y el día cante
Y el camino quede libre de breña y la almohada río sin muros.
A veces, sólo la rebeldía nos empina hacia el horizonte.

Barataria, septiembre de 2011

jueves, 22 de septiembre de 2011

TRANSEÚNTES, RELATIVIDAD DE LAS ACERAS


Venimos de andar largas colillas de aliento, vamos buscando
el camino de las manos, el camino siempre del combate,
el altavoz del alabastro, el ojo en el surco de los candiles.
Llegamos al punto de la piedra donde el cierzo es consumido...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





TRANSEÚNTES, RELATIVIDAD DE LAS ACERAS





Para Ana Muela Sopeña.




Sobre las losas, las conspiraciones de la somnolencia, las tardes
urgentes de sombras, los brazaletes sostenidos por la brisa,
transeúntes heridos por la desmesura del estremecimiento;
tal vez las aceras devorando los zapatos, entienden las escaleras
de la risa, la espuma entonces, que va dejando la memoria
en el tiempo que uno nombra a oscuras: los días sin aire
son relativos, lo es también la fe de erratas —la apostilla al pie
del cuaderno de apuntes, que aclara las esquinas del techo
de la respiración, las dudas después de todo que convocan
las estatuas en los turbios anteojos del cielo.

Las aceras son esos rieles que exceden los carbones de cuanto
quema la extrañeza en su flamígera desnudez; lo es el intenso
filo de los pasos, que en el pecho se vuelven coincidencias
relativas, orillas de la tarde que ahogan las espinas,
memorias arrojadas al aire sin anteojos, la voz mordiendo
las aldabas del ladrón que recorre fotografías, pasillos, ventanas,
espejos, la voz que se columpia de puntillas.

Venimos de andar largas colillas de aliento, vamos buscando
el camino de las manos, el camino siempre del combate,
el altavoz del alabastro, el ojo en el surco de los candiles.
Llegamos al punto de la piedra donde el cierzo es consumido
por el camino próximo al hambre: cada quien fecha su aliento,
su propia agenda en los rigores del fuego: luz de transeúntes
anudada a las sienes, a la calle donde se eleva la indiferencia.
Cada quien acumula fríos o campanarios:
A veces el poema es un nido apagado, donde los relámpagos
muerden la tinta, la palabra que nos da el olvido,
la herrumbre de los límites en los cipreses ascendidos a manteles.
Cada poeta camina al filo de tantos nombres, desenredando
su propia piel de los desvaríos fúnebres,
mordiendo la indiferencia que transita a nuestro lado: suceden
largas tristezas, en esta locura de las pupilas: cada acera
es un camino descifrado que nos llena de vestigios: frente al poeta,
el ataúd de la tristeza, el tren líquido de asombro,
los libros resistiendo a la oscuridad, a las corbatas que sangran.

El día no es suficiente para librar todas las batallas:
los espejos flotan en alas fatigadas, habremos de explorar
otros diluvios, morder el humo de los puertos, descifrar los jeroglíficos
de cada dedo en el convoy de las funerarias, de cada círculo
en la melancolía del invierno, de cada hora en la llave de las lágrimas.
Dentro de esta relatividad, sólo la memoria nos salva: aún sobre
la espina, el sueño es preciso. Lo demás es teatro en las enredaderas
del sudor, vestigios del drama que se vive en las aceras.

Barataria, 21 de septiembre de 2011

miércoles, 21 de septiembre de 2011

MEDIODÍA DE LA TINTA


Entre un espejo y otro enajenaron mis pupilas, el sabor del agua,
las calles con su aliento de enredaderas, el tumulto de los poros
sobre el cuaderno insepulto de pétalos, debajo del paraguas
despierto del fragor de tantos días con aguas y sombras y pájaros.





MEDIODÍA DE LA TINTA




Es curioso, ahora, recordar los estrépitos del alma en su butaca
de carne dolorida: la tinta sucesiva quemándose en el pecho,
el cuaderno, alto, del pájaro en la rama del desasosiego,
al borde la espuma del mar, en los ojos los rastros del asombro;
un relámpago de tinta dibuja rostros, aquellos rostros que perdí
en el último mediodía de la desnudez, aquel cuerpo absorbido
en la plenitud blanca de los dientes.
Entre un espejo y otro enajenaron mis pupilas, el sabor del agua,
las calles con su aliento de enredaderas, el tumulto de los poros
sobre el cuaderno insepulto de pétalos, debajo del paraguas
despierto del fragor de tantos días con aguas y sombras y pájaros.

Nos desvela, —después lo supe— el ombligo de tinta donde a ratos,
surgieron las caídas, el temblor ciego del pabilo
junto al árbol venerable de la memoria: la tinta que queda ahí,
indeleble, como una luz viva en los sentidos.
La claridad nacida del vahído, rayo desparramado en los labios,
es ahora tallo de la memoria, raíz trashumante,
estampada en la piel.

En cada estación del espejo, irrepetible, la metáfora
como un puente de aguas sobre la palabra en suspenso, sin reparo
de la página hecha, a menudo, borrasca, al cabalgar el viento
en el alto pétalo de la lluvia.

Me desvivo cuando paso el umbral de la puerta: asumo
lo disperso, luego busco la identidad alada de la armadura del esperma
en cada poema que salta de las ventanas, en cada vértigo del zigzag,
lámpara a fin de cuentas en el fondo del pubis.
Sé cuando es el mediodía y por vocación debo atravesar el fuego;
el cuaderno carece de fatigas, tiene ráfagas de tinta, pergaminos
donde el jardín se hace visible a mis ojos,
y las hojas, cósmicos vaivenes, susurro de almohadas;
y la almohada, linternas inminentes, conjuros de orgasmos.

A menudo todo es mediodía. A menudo la tinta es un velamen
de suspiros, fuego secular en los ijares, en donde el pulso
asume sus propias faenas: permanecer vivo en medio de los muertos,
caminar entre sonrientes paradojas,
y hasta descifrar las parábolas debajo de las sábanas,
ser parte del nido que deja de ser efímero, despertar sobre el cuaderno,
hasta detenerme en el hilo de la aurora.

Cada día que escribo el poema, atravieso el filo de la espada: sólo así,
me doy cuenta que existo y que la herida que produce la poesía
no es vano: es la poesía hecha cuerpo, ojo abierto al mediodía.
Es la poesía con vos, que salta los muros del fuego: voz que se abre
Al ala, entre tormenta y arco iris, en el ave que disuelve el tiempo,
Para hacerse, sin escombros, humano sueño.

Barataria, septiembre de 2011

martes, 20 de septiembre de 2011

REMINISCENCIAS DEL CAUTIVO


Toda reminiscencia es un hilo de despojos tirados en el vertedero
de la memoria, puertas amargas, inagotables cuerpos
poros invadidos debajo de la aldea del crepúsculo, desvaríos
arrojados a la dureza de la sal en manos arrastrando la noche.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





REMINISCENCIAS DEL CAUTIVO




La hoja del árbol en la taza del aliento, el dogma de la mudez
en el laberinto del entrecejo, porfías que rasgan la vestidura,
malecones de sueño en la escritura del tercer día sin pena
ni gloria, salvo derrumbar las vestiduras, el pensamiento reminiscente
de los trenes cuando estos irrumpen en los rieles ahogados
de la intermitencia. Fui expulsado de la eternidad acechante,
desaparecieron las llaves sin dejar rastro alguno, salvo la ceniza
lenta de la tristeza sobre el pez mutilado en la alberca.
Era yo en el pórtico del devenir; eran los amantes trabajando
invisiblemente en la muerte de la luz,
en los jardines donde la sordidez excava su propia fosa.

Toda reminiscencia es un hilo de despojos tirados en el vertedero
de la memoria, puertas amargas, inagotables cuerpos
poros invadidos debajo de la aldea del crepúsculo, desvaríos
arrojados a la dureza de la sal en manos arrastrando la noche.
Digo puertas y la evidencia es oscura; digo memoria
y el cuerpo deambula en la cicatriz de la piedra; digo presente
y aparecen los pretéritos con carné de ciudadanía.
La libertad es simplemente un bosque de incertidumbres:
siempre llueven cuchillos y cadáveres,
siempre afloran bocas de arenas movedizas, imágenes que alguien
hace envejecer con su sueño.

Todo en la vida termina siendo recuerdos: túnica donde los amantes
envuelven su impotencia, disfraz de meses sin reconocerlos;
¿cómo la existencia, pues, puede ser diferente a los abrojos,
al pino derretido en el arroyo, a la cama que perdió su vértigo?
—Seguimos de por vida mordiendo ráfagas siniestras,
mordiendo la respiración de la espera, sin que llegue
la mañana al surco, sin que el grano cobre fuerza en el aliento.
Hay demasiadas noches en la estantería del calendario,
sin que el tiempo cambie de ropa, sin que deje esta piel vencida,
en el principio fue vendimia y labranza: después el hoy a ciegas,
el zumbido de los sentidos,
la lluvia que borró la fisonomía de las huellas, la antípoda
de las ventanas, la faena inútil de permanecer, de ir, de regresar,
de estar siempre de permanecer en el muro del insomnio,
como centinelas sosteniendo el arado de los sueños.

Pero nunca estuve más allá de mis zapatos. Del animal que soy
pariendo fatigas, del triste país que invierte la luz,
espejo a fondo en la jaula de los creyentes. Estas reminiscencias
son las mismas, son otras: he caminado horas sobre los rieles
huesudos del cascajo del ascua y arrecian los inviernos en el pellejo.
Estaré siempre aquí. Dejadme.
En breve el reloj triturará mis últimos meses…

Barataria, septiembre de 2011

lunes, 19 de septiembre de 2011

RESPIRACIÓN DE LA FECUNDIDAD


En la harina de la llovizna, las hélices liberadas de los paraguas,
las espigas toman su hogaza de firmamento. Las campanas
se acomodan a los nombres, saltan los fermentos derretidos.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




RESPIRACIÓN DE LA FECUNDIDAD




En la harina de la llovizna, las hélices liberadas de los paraguas,
las espigas toman su hogaza de firmamento. Las campanas
se acomodan a los nombres, saltan los fermentos derretidos.
Sobre los nuevos tiempos, se ha desterrado la ceguera;
cada quien descifra los trenes de su propia respiración,
cada quien porta lámparas o cementerios, —aquél árbol,
por ejemplo, gira alrededor de las funerarias en invierno:
yo, en cambio, debo respirar los vuelos amanecidos en la almohada,
alumbrar la pizarra de los pájaros,
caminar en el sinfín del surco, deshacerme del peligro.

(Hay una mujer sentada en la chimenea de los trenes: quiere
el calor de los confines, el faro de ultramar que esconde el océano,
divaga frente a la espuma,
duerme sobre la escalera de los sueños,
hace gaviotas con la sal de la intemperie. Suspira mientras
el ojo deshace el horizonte, mientras las cejas picotean los meses
del sembradío, los teoremas del aliento, la peste de las cerraduras.)
Nada me detiene ahora que llegó el tiempo de sembrar
sin ataduras, ni canículas de vanos vitrales;
en cada hoja, sostiene la respiración su equilibrio,
y me fío de la intuición, salvo que la luz cambie de raíces,
salvo que la linterna haga visible sus falencias y haga de la linterna
un surco de cavernas.

Ha llegado el tiempo, río adentro, de consumar el azúcar
que asoma en la tierra, de salvar el fuego de las semillas
en la tinta del cuaderno. De hacer del viaje, plana transitiva
para que la semilla no corra el riesgo del despojo,
ni la ficción del estupor frente al abismo, sea indigencia revivida.
Debo salvarme de la herrumbre de las viejas banderas;
la sordidez todavía se disfraza de indigencia, no hay luz que alumbre
el aliento al amparo de oscurecidos litorales,
existen, en medio de la fecundidad, albedrío de moscas,
poyetones ebrios de hollín, consignas de corazón abierto que apuran
la faena: la próxima estación no sé si tendrá alas,
si resucitaré en el costado de las aceras, por mera coincidencia,
si la boca en otra piel alcanzará el tránsito debido,
si la sangre ya no hurgará en los adobes impuros de la neblina.

Sin embargo, algo me dice que debo fecundar hasta los aleros
sin olvidar que hay sombras de arrogante azogue que pululan
ungidas de secretos para vulnerar el costado.
Pero ya en el trance nadie me detiene: soy yo, sin sofismas,
el que cabalga sobre el pubis de los astros, más allá de cualquier
espejismo fortuito, con la respiración que aprendí en el viento.
Soy yo, desoyendo la lección de las catacumbas.

Barataria, septiembre de 2011

domingo, 18 de septiembre de 2011

EXISTENCIA COMÚN

Saber que vos y yo existimos en un mundo donde el aliento
se difumina; y los niños descalzos que somos, van tocando los sueños
oscuros de la noche, con la soledad y el sueño a cuestas.
Saber que hoy, estamos desnudos e invisibles, inadvertidos;
y que la vida nos conduce a ciegas, sin pulso, como estatuas.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





EXISTENCIA COMÚN




No soy diferente a la noche ni a otras existencias, cuando la noche
y la existencia, son parte de mi propia locura de ser y estar.
Vivo en los lugares más inhóspitos: los caminos a oscuras sin salvarme,
la voz en medio de la breña;
ahora me conmueve la oscuridad aprendida desde mi infancia,
como tantos nombres en los aderezos del humo, la ceniza
sobre la mesa; común es el aliento que dispara moscas,
el cuerpo con sus propios naufragios revelados.

¿En qué sábana anticipo mi silencio, el panal del planeta en mi camisa,
los lugares comunes donde la muerte es realidad y no posibilidad?
Saber que la existencia pierde sus verdores
y que perdura en la sombra de la piedra como denominador
común de todo lo mudable.
Saber que vos y yo existimos en un mundo donde el aliento
se difumina; y los niños descalzos que somos, van tocando los sueños
oscuros de la noche, con la soledad y el sueño a cuestas.

Saber que hoy, estamos desnudos e invisibles, inadvertidos;
y que la vida nos conduce a ciegas, sin pulso, como estatuas.
A nuestra existencia común, ¿qué dientes la esperan, qué llama
respira en los zapatos crecidos de la pesadumbre, qué claridad
nos acompaña para andar siempre
yagual y bulto en la espalda, en los hombros,
en esta llaga enrojecida del pulso, luz rehusada?
A menudo el olvido es nuestra propia cama, la luz que siempre
nos deja en desvarío, vaga luz del día que muere en nosotros.

Andamos entre los jardines grises de la neblina, mañana y tarde,
ojos anónimos, alfabeto perdido de la geografía.
Hay un invierno dibujándose siempre en el cuerpo: no hay sábanas
para arropar la oscuridad, ni fuego para alumbrar la noche.
En la herrumbre quedan impregnados nuestros aletazos,
sobre la hojarasca espectros sin caricias,
heridas sin restañar en el calendario, aves temblando en alguna
rama ajena a la espuma, pero cerca de la tristeza.
No soy diferente a la vida del prisionero o del que fue desterrado:
las aguas del suspiro son las mismas,
misma la película en blanco y negro que atisban los ojos,
mismo el índigo que la brisa hace llegar a la boca con sigilo.

Desnudo el cuerpo, uno olvida cualquier presagio, el eco de la calle,
el brasero de la tortura que a ratos se vuelve inconfesable.
El tiempo carente de nombres no tiene límites ni territorio,
sólo sombras ceñidas a sombras, como el delirio,
de caminar en la penumbra con número de ausencias y abismos.
Hoy sigo a oscuras en la hoja inhóspita,
también es estoicismo, sobrellevar los limones del espejismo:
el hombre común que soy con mi equipaje de olvidos.

Barataria, septiembre de 2011

sábado, 17 de septiembre de 2011

CONSTELACIÓN DE LA INFAMIA


Me río cuando los veo con su desvelo permanente: me conmueven,
ciertamente, sus gotas de veneno y su infelicidad,
esta constelación de buitres siempre hallan el camino a oscuras,
jamás apuntan de frente, ante la verdad desaparecen
y se esconden como ratas o serpientes;...
Imagen tomada de miswallpapers.net





CONSTELACIÓN DE LA INFAMIA




Vileza y maldad, a menudo se combate sólo con infamias.
Ahora se ha vuelto una cábala para desafiar los mediodías,
es el nuevo orden en zonas de penumbra, la entrada al vértigo.
Todo está así, violento y destruido, tomado por el óxido,
palpable la saña y duele su lacerante herrumbre,
el peso sombrío sobre la esperanza, los ataúdes que emergen
deliberadamente de esta conjunción oscura de voluntades.
Los seres oscuros desfilan en medio de la noche: muerden
su propio rictus, sobaculos de un tiempo absurdo,
heladas piedras dentro de ciertos escaparates, tierra donde
sólo es posible, el abrojo y las lechuzas.

Me río cuando los veo con su desvelo permanente: me conmueven,
ciertamente, sus gotas de veneno y su infelicidad,
esta constelación de buitres siempre hallan el camino a oscuras,
jamás apuntan de frente, ante la verdad desaparecen
y se esconden como ratas o serpientes; la misma insania
los extravía, parecen seres grotescos cuando el rayo los desvela.
—Andan entre la noche y el día y no desperdician
la muerte para seguir muriendo en su propia ciénaga,
la transparencia los aterra,
los enardece la palabra diáfana, el aire conocido,
pero jamás los salva la inclemencia de sus huesos, la mente
ruina de su masturbación nocturna.

Son seres espectrales en la animosidad del moho, flautas
de descomunal escoria, crisálidas sordas de la tierra.
Debo confesar que me conmueve su perseverancia, su acopio
de sed virulenta, su mente de ardorosa ceniza.
Viven el día a día con las pestañas colgadas de las esquinas,
Mientras caminan escupen los demonios que llevan dentro,
Ellos por desgracia están condenados a esta ficción infame,
A la ilegible montaña azul de la felicidad. No pueden ser felices.
La felicidad es su propio martirio,
Viven librando el destino dentro de la ceniza, ahorcados
Por la blanquez de la luz, crecidos de cadenas donde se devalúa
La libertad, purificados por su naturaleza de vampiros.

Me río cuando los derrite la desesperación, cuando juegan
a la oración y deshacen los crepúsculos del escapulario
de tanto transpirar, de tanto ver al prójimo como enemigo,
de tanto desvanecerse en la propia orina.
Me río, claro, de todo este drama de oscuridades: nunca la verdad
ha sido losa fría, sino una vívida fragancia de espejos,
que de pronto, pone sobre la mesa, zarza y vuelo y pañuelos.
Sé que un día los veré en la primera plana de las lámparas,
Escuchando el veredicto; la maldad, a fin de cuentas no encuentra
Puerta segura para guarecerse…

Barataria, septiembre de 2011

viernes, 16 de septiembre de 2011

MUNICIONES DEL DÍA PARA UN EPITAFIO


El infinito siempre es la vena rota de los eslabones, ocaso
del río que sigue siendo ficción en las sienes, monólogo
en la solapa de los ojos, rincón donde cae en pedazos la entraña.
Carne somos, a fin, de cuentas, al filo de la agonía:
a menudo el pudor aúlla en los paraguas de los ojos;...
Imagen tomada de Miswallpapers.net





MUNICIONES DEL DÍA PARA UN EPITAFIO





Desde los caballos vencidos, la fatiga, la sal derramada;
cada sed, tierra solamente besando el silencio, los barcos
grises del suspiro, la oscuridad presente en el aire,
todo el miedo en calles ciegas, —tinieblas somos del sino,
tierra donde estamos: calla la noche, el grillo del viento
preso en las sienes, ojos en el silencio de los huesos.
Todo es silencio en el mantel de la mesa: somos interminables
en el caudal de la muerte, hoja profunda del tiempo que cae
sobre el pájaro implacable del féretro.

El infinito siempre es la vena rota de los eslabones, ocaso
del río que sigue siendo ficción en las sienes, monólogo
en la solapa de los ojos, rincón donde cae en pedazos la entraña.
Carne somos, a fin, de cuentas, al filo de la agonía:
a menudo el pudor aúlla en los paraguas de los ojos;
el pabilo desenfunda sus laderas, atardece la noche, idéntica
a los relojes que se pierden en las aguas de la luna.
Cuando las municiones se tornan finitas, necesitamos el poema
para reescribir los epitafios, las vértebras del agua con rostro líquido,
la tinta que estremezca las ventanas,
las calles en las crines de la lluvia, la muerte dialogando con el búho.

Cuando el alarido de la brasa murmura en el cuerpo,
el pulso trasiega los vértigos, la cruz ferviente del ornamento,
el lirio sediento de destellos, esperma que busca equilibrio
en la mudanza de la ebriedad efímera del oleaje de la duna.
Como los brazos son insuficientes para abarcar todo el camino,
la alzada dibuja atarrayas, vértigo de llaves sobre la saliva,
mordidas que vuelven vendaval los ijares,
el clítoris salvaje de la aurora, en medio de la efigie negra
de la noche con sus altas incandescencias.
Al cabo, en el desvelo del firmamento, me quedo con mis propios
epitafios, umbral del esperma en el ave blanca del desboble;
remolinos de armonía surcan las aguas, el umbral disuelto
de la luz, inasible después de todo como los sueños bañados
en el secreto de lo inefable.

En el fondo, cada palabra o poema es un epitafio, signo del alba
indetenible, que nos lleva a caminar en los cielos del abismo;
en el tacto ya no cabe todo el firmamento: de las sienes a los pies,
el poema cerrado, el párpado en silencio,
la mosca de la niebla envolvente, la boca en la con ciencia del vacío.
Anterior a mí, la parábolas con sus ramas de ceniza,
el eco abriéndose como un torrente de nitroglicerina,
la música con la fuerza que sostienen los horcones del asombro:
como todo, mis ojos desaparecerán de tus ojos: la serpiente
carnívora nos come con su ciega escritura de sombras…

Barataria, septiembre de 2011

jueves, 15 de septiembre de 2011

ALTAR DEL ALIENTO


(Nunca después de la reverencia, hay escombros,
sino este altar mayor donde redimo el azúcar del empeño,
el panal con su respiración alada, el temblor de la cobija.)
Imagen tomada de Miswallpapers.net





ALTAR DEL ALIENTO




Siempre aquí, en las mañanas, junto al altar del aliento,
encima del techo el altar de este pálpito recóndito,
la labor de perseguir el alba, sin espera alguna, la redondez
del tiempo cuelga de la sed, mi materia, mi diario vivir.
La única sombra que me asiste es el hondo camino
y el hondo pensar hasta que la palabra alcance su vuelo,
por encima de las ramas del sueño. Por encima.
(Pienso que la memoria es una suerte de herencia;
acaso destino de la sombra en el recuerdo.)
Arde la claridad cuando se abre el pensamiento:
así es el aliento cuando la brisa llega a la sangre.
Cuando breve el río se aligera en el pecho, cuando
alrededor, el orégano cunde los sentidos. Cuando la estación
del reloj detiene los estiajes, la verdad que nos tritura
impunemente con sus dedos de baraja, sed dibujada
en el viento, lenguas masticadas en la tierra del cielo.

El invierno brinda follajes blindados de anhelos y espuma,
la bruma consume los candiles,
respira la sed en el doble pañuelo del vértigo;
paralelos de ventanas haciéndose sábanas, anclas de arrebato,
urgentes almohadas del sigilo, gazas de rocío
en el ardimiento del prisma revelado en la conciencia.
Siempre el espejo reverbera en los costados:
siempre traigo a cuentas el retrovisor de las sienes,
los días que aún duermen en el odre del arcano.

En la saliva hay embriaguez de herejías, veleros raptados
por las goteras del pulso, arteria rota de los aleros;
como todo, mi voz acude al viento, detrás de cada ojo
hay sequía de cuerpos y puertos, abiertos cuerpos
traspasando límites, el abecedario del arroyo en las manos.
(Nunca después de la reverencia, hay escombros,
sino este altar mayor donde redimo el azúcar del empeño,
el panal con su respiración alada, el temblor de la cobija.)

¿Qué me queda después de caminar sin límites,
deslumbrado en la imagen de tus manos, ruta del fuego,
con esta cosecha de reincidencia?
El camino es ancho y tiene distancias insospechadas;
sucede, sin embargo, que así seduzco esta vocación
de caminar atisbando el presente. El mapa del altar es oficio,
donde la mirada se hace vuelo, y el aliento, afluente
del nosotros que hemos vivido transformando el desvelo.
Un día, sin duda, cambiaremos la noche por espigas,
La intimidad, pródigo tortilla, revivida, creciente de nosotros.
Nunca elevamos tanto el vuelo, sino hasta que el aliento
Subió a categoría de pájaro, bitácora de viaje.
Barataria, septiembre de 2011

miércoles, 14 de septiembre de 2011

REVELACIÓN DE LA SOMBRA


—Vos, yo, da igual cuando se viven mundos de fuga permanente,
diurnas sombras en los albañales, sigilosos movimientos
hacia la noche: a ello agregamos las raíces quemadas
de los sellos postales, el candil con su flama oscura,
acaso tren devorado por el silencio; a cada hambre de sombreros...





REVELACIÓN DE LA SOMBRA




…con frecuencia se da el caso
de que a la vuelta el velo se desvela.
ALFONSO CANALES




Tras el surco de los años, la cosecha, acaso, revelación
de la sombra omnipresente del andamio, de la cama o la ventana:
ya he caminado largo camino de sueños buscando el fuego
que escapó de mis manos, los días que en la marcha gastaron corazón,
estaciones y calles.
—Vos, bajo qué eucaliptos presencias el mundo torvo de la saliva fermentada,
 bajorrelieves del surco en el tacto,
lazarillos de la esperanza en medio de la borrasca,
ropa que el aire muerde anticipadamente.

En cada paso que doy, las sombras se hacen evidentes:
sombras amanecidas en el pájaro de las palabras, anticipo de peces
y niebla en los ojos, aguas que desnudas migran en el eco frío
de los labios, habitados por la intemperie,
el granizo tétrico de los recuerdos.
—Vos, yo, da igual cuando se viven mundos de fuga permanente,
diurnas sombras en los albañales, sigilosos movimientos
hacia la noche: a ello agregamos las raíces quemadas
de los sellos postales, el candil con su flama oscura,
acaso tren devorado por el silencio; a cada hambre de sombreros
y paraguas, me hace falta boca para morder las cacerolas oxidadas
del Bicentenario, el pavimento pegado en los pies.

(Ahora debo confesar, confesarme: mañana sólo es una brisa efímera,
igual que el presente o el pretérito,
igual que la voz en la leche del rocío, el aliento al ras del suelo.
Una y otra sombra como anillo en los dedos,
una y otra palabra en la estatua del insomnio, claridades dormidas
sobre la alta breña del pulso. Vivo al límite del ojo,
cuando el ojo dejó de ser garantía suprema de ventanas.)

Leemos la borrasca del arado sobre el surco,
tierra adentro con un nudo de alfileres en los hombros;
por mucho tiempo, la labranza la geografía de las sombras,
porque nosotros, al igual que las cosas, somos sombras
en el planisferio del sigilo, en el cinturón de herrumbre de las atarrayas,
en el camino roto de las piernas de la albahaca tiritando
mientras entra un grano de luz a las pupilas.
A cada cual nos toca, somos, la sed arrancada a la sequía del césped
sobre la piedra inacabada de la memoria;
encallamos en la sombra de cada jornada, heridos de manos
que esperan jengibres, sangrando en el pasto del tabanco.

Cuando llegamos al tiempo de perdernos en las palabras,
cada puerta o ventana, revela la camisa de fuerza de las lavanderías,
el pie hundido en la ropa de las faenas,
el techo hasta abajo del suelo. Hay tantos días oscuros
como la tormenta que arrecia, sin desquite, como una hoja
de afeitar en las ingles, como el semen amargo de las herraduras…

Barataria, septiembre de 2011

martes, 13 de septiembre de 2011

CLAVES DEL DESIERTO EN LOS PÁRPADOS


Yo me adentro en la noche como entrar en el alba:
no hay diferencias entre las sombras del día y las de la noche,
entre quedarse o huir, entre cruzar una calle o caminar
lentamente sobre las aceras, entre el ojo confuso cubierto
de polvo y el rocío latiendo en la profundidad de la yedra.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





CLAVES DEL DESIERTO EN LOS PÁRPADOS




La sublime interpretación delirante de la realidad
No renunciaré jamás al lujo primordial de tus caídas vertiginosas
oh locura de diamante…
CÉSAR MORO




Yo me adentro en la noche como entrar en el alba:
no hay diferencias entre las sombras del día y las de la noche,
entre quedarse o huir, entre cruzar una calle o caminar
lentamente sobre las aceras, entre el ojo confuso cubierto
de polvo y el rocío latiendo en la profundidad de la yedra.
Después de largas jornadas de sarcófagos, descubro la clave
de los párpados en este páramo quemado de las aguas
que atraganta como un trépano la garganta.

Y es que siempre despierto bajo la sombra de paraguas
o sombreros oscuros, dentro de cacerolas con exactitud de aceite;
en el tacto guardo fragmentos de relojes,
labios que una vez toqué desde el techo del alma,
sin más luz que la flama de los poros. Desde luego he caminado
entre vendavales, hice girar los molinos de viento de los párpados,
bebí toda la sed hasta saciar mi apetito de los tejados,
aquellos pezones abundantes de hemisferios.

(Luego me vino el óxido del olvido y los lamentos,
el País a cuestas sin liberarse del hampa, la demagogia
como un huevo del tamaño del planeta, ay Maquiavelo entre delantales
y estratagemas, entre paredes manchadas y bolsillos rotos.
Habitamos moribundos una isla de deseos; piedra y tortilla,
piedras revelando nuestra propia historia.
Pronto la memoria será granito en medio de las aguas, en el fondo
y en manojos, los corazones degollados, la oscuridad confusa
a la estatura del hombre, después de todo, piedra y noche.
Subsuelos arqueados por esta ceniza rota del alma.)

Husmeo en los cuadernos que un día guardó la ternura:
aquéllos que escribí al galope y sin armadura,
sin más vasos comunicantes que la vida serena. El tiempo es la clave
de tantas disonancias, las escaleras erradas hacia la garganta,
enmudecer ante los violines del enfado a sabiendas de que las piedras
hacen ecos en el corazón del hombre; no sé si hay compensaciones
para permanecer en una declaración de principios
o es sólo el aliento trocado en desierto. No lo sé.
El destino es mucho más difícil de entender que los efectos de cualquier
alucinógeno a las puertas terminales del abandono.
Ahora ya no hay nada que debamos defender,
vivimos enlutados combatiendo el horizonte, pensado que la eternidad
pueda salvarnos. Y no, no es posible, cuando perdimos dolor
y amor y heridas en esta batalla repartida de instintos.

¿Dónde recogeremos el futuro, los convulsos suspiros del prisma,
el patrio discreto de las palabras íntimas?
—De breña y páramos están hechos nuestros pasos,
de puertas cerradas para que ya no entren más moribundos
a la piel de la arena. A nuestras propias osamentas oxidadas.

Barataria, septiembre de 2011

lunes, 12 de septiembre de 2011

LITORAL CON LETARGO DE ARENAS

He quedado aquí, en este letargo de arenas que sobreviven,
a la piedra y al agua, al suspiro y al vejamen del tiempo;
he soñado al pie de la arena y el viento,
anhelando que vinieras a mi pecho sin desvanecerte,
sin dejar de ser la cesta del rocío, la sábana tibia cubriendo el pecho.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




LITORAL CON LETARGO DE ARENAS




…noche tras noche, reposa,
blanca en la blancura,…
VLADIMIR HOLAN




He quedado aquí, en este letargo de arenas que sobreviven,
a la piedra y al agua, al suspiro y al vejamen del tiempo;
he soñado al pie de la arena y el viento,
anhelando que vinieras a mi pecho sin desvanecerte,
sin dejar de ser la cesta del rocío, la sábana tibia cubriendo el pecho.
—Hay litorales aplastados por la acción del viento y los pies,
días de altos comejenes en los armarios, ascensores de palmeras,
donde los dientes muerden la espuma
junto con la saliva enlutada.

Es lánguido el litoral que baja a la garganta y las ingles,
ya no hay misterios ni secretos en la arenilla que rasga la lengua,
se ha ido la claridad junto a los desvelos, casi nada ha quedado,
sino el inventario de todos los errores,
la luna negra de las horas sobre la arena,
el litoral con su letargo de sombras.
La arena es boca y estertor, huida. Los sueños, jinetes desbocados,
destellos de la luz, puertas de lo que pudo ser. Estoy aquí.
El litoral es una lengua de gaviotas,
hilo que la arena amarra a los ojales de las olas,
sombreros de sal hundidos en las aguas. Estoy aquí,
pensándote ya cuando la juventud se ha ido y viene pausada la otra edad:
esa que ya no existe en el grito sino en sosegado litoral,
mirada por encima de cualquier liviandad.

Por fin entendemos —vos y yo— que nuestro mundo se ha vuelto
irrespirable, hay harto frío ahogándonos y que el amor
no gana intereses poniéndolo a plazos,
ni es juego de otros malabarismos bursátiles.
(Pese a todo, me río de todas estas cosas:
antes parecían insuperables las escamas abiertas sobre el césped,
ahora sé que mucho a nuestro alrededor es una caricatura,
dibujos que cavan la conciencia para suplantar los verdaderos sueños,
 rachas de arena para enmudecer la lengua.
El tiempo, nuestro tiempo ya pasó.

¿Habremos de recordar la luz que existió cuando la ternura
se ha vuelto diminuta arena, torpe amenaza de cuervos?
—Fuimos sólo efímeras luciérnagas, velas extraviadas en altamar,
espejos para un funeral de nidos. Nuestro tiempo ya pasó.
No queda sino la escoria de un mundo divido,
frente a la luz destruida del destello. He envejecido engañándome,
a la espera de la vida o la muerte, a que perviva cuanto fuese posible,
pero ya no hay tiempo.)
Jamás hubo tiempo para cederlo a la alegría,
todo fue piel desaliñada de pájaros, negación íntima del azúcar.
Todo fue manos y piel avaras, azadón inmóvil del aliento.
Ahora envejezco junto a la única verdad tangible:
la espiga de mis libros, y la sangre que se derramó en esos largos
durmientes de los litorales.

Barataria, septiembre de 2011

domingo, 11 de septiembre de 2011

PIEDRA SOBRE PIEDRA, LA SOLEDAD SIN TREGUA


Piedra sobre piedra el esqueleto que abrió el pecho.
El viento quemado de los muertos, la cara perdida en la mesa,
—vos, como un racimo trepando en el pecho,
oscuros ríos saliendo del aliento. Fuimos forjados para vivir
en soledad permanente, con la noche temprana de las mareas,...





PIEDRA SOBRE PIEDRA, LA SOLEDAD SIN TREGUA




Tengo suerte de tener los cinco dedos en la mano derecha
suerte de hacer pipí sin que me duela mucho
suerte que los intestinos se muevan…
ALLEN GINSBERG




Piedra sobre piedra el esqueleto que abrió el pecho.
El viento quemado de los muertos, la cara perdida en la mesa,
—vos, como un racimo trepando en el pecho,
oscuros ríos saliendo del aliento. Fuimos forjados para vivir
en soledad permanente, con la noche temprana de las mareas,
con la vieja creencia de los párpados cerrados
para no ser testigos de la alegría,
para desvanecernos en el infortunio de las sábanas.
Siempre las aguas de la soledad hundiendo los ojos,
aquellos alelíes que luego se convirtieron en sonámbula ceniza,
la ropa que siempre le quedo chica a los sueños.

Siempre preferimos los inviernos deshabitados,
el delirio de las funerarias, anulamos el poder de las ventanas:
hay confusas palabras que lamen la saliva, días incorregibles,
salvo que sean para escribir epitafios en las tumbas.
En todo este tiempo nos comió la nada, es decir,
el semen del vacío sobre la yedra de las piernas;
la crueldad del silencio con sus paredes secretas;
los ojos húmedos imposibles de dirección.
Perdimos cuanto ganamos con el eco de las campanas.

(Hablamos del mundo ahora de regreso a nuestro petate.
De regreso para qué, o para quién,
cuando la inflación nos ha vuelto desadaptados,
cuando las redes sociales nos llevan hasta el hastío
al punto de la desesperanza. ¿Cómo fundar un nuevo reino
entre tanto monstruo, ah, Zenón de Citio, Heráclito, Hegel?
Aquí la mudanza diaria del fuego, ah, Diógenes de Babilonia,
Escipión, ¿para qué nos sirve el estoicismo
en tiempos en que el fuego quema los párpados,
y el hombre es comido por los megaemporios,
fundados para enaltecer el panal de la Bolsa de Valores
de cualquier país del mundo? Desde púlpitos sagrados
se nos habla de fortaleza y resignación, desde los areópagos
se nos invita a cargar felizmente la culpa a perseverar en el disfraz.)

Cómo me duele la ciencia cuando pienso
en la Sodoma del sudor vertido en la sombra blanca del ombligo,
el pretérito con sus encalados ecos, cuando hablábamos,
pese a la ebriedad del frío, sin ningún trapo,
aquí, en el lecho. —Como todo, también las palabras mueren
en boca de quien las pronuncia con facilidad o falsedad,
quedan en el aire, etéreas, cuando se quiebra
el jarro que las contiene o las deshace el agua
cuando el agua se convierte en antorcha sinuosa.
Cada quien juega al delirio de lo que quiere:
pese a que la salmuera rompa día a día el espejo,
pese a la palpitación gris de las soledades, caminos de enlutados
cuchillos sostenidos por la lengua…

Barataria, septiembre de 2011

sábado, 10 de septiembre de 2011

VIDAS SEPARADAS


Nos fuimos haciendo oscuros e invisibles cada vez que el aroma
perdió sus brazos y la respiración, la rama donde el barro padece
las intemperies. Cada quien con sus propias hambres,
alas evasivas a la piel que tanto nos proclama:
hemos acumulado ventanas subterráneas de tanto caminar
en la noche; perdimos el olor del alfabeto cada vez que la saliva
nos hundió en su contacto de piedra.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





VIDAS SEPARADAS




Un destino condujo diestramente
las horas,…
JAIME GIL DE BIEDMA




Nos fuimos haciendo oscuros e invisibles cada vez que el aroma
perdió sus brazos y la respiración, la rama donde el barro padece
las intemperies. Cada quien con sus propias hambres,
alas evasivas a la piel que tanto nos proclama:
hemos acumulado ventanas subterráneas de tanto caminar
en la noche; perdimos el olor del alfabeto cada vez que la saliva
nos hundió en su contacto de piedra.
Somos como todas las cosas que perecen frente a los párpados;
y, aunque queramos sobrevivir, puede más la zarza comiéndose
nuestros zapatos. Esta es la única verdad de ser sombras
o piedras, esqueletos sin armadura,
fantasmas habitando la herrumbre de sus propios féretros.

Siempre divagamos en el cuarto menguante de las telarañas;
a través de bodegas de sal, resplandecen necesariamente las estatuas,
los ecos definitivos de la desesperación. Pese a ello,
nada cambia: siguen, allí, en diferentes lugares,
los cuervos colmando la sangre, la piedra puesta en los ojos,
las ausencias como magulladas cárceles,
las vidas separadas disecadas en los cascos del calendario
sin ninguna calle confiable para los transeúntes que caminan
en la monotonía de espejos, restos de vientos y jardines,
las aletas oscuras de los peces.

(Uno no puede fiarse ante la inminente caída del Mercado Global,
ni cantar gloria ante el buitre de la barbarie. Se trata de entender
la fugacidad de los pañuelos,
la estupidez es el ornamento del diario vivir.
¿Por qué preocuparnos de pequeñeces cuando la caverna
se extiende a todo el planeta, cuando el suicidio es la única verdad
que nos reclama? Hurgamos la noche para jugar con las sombras,
eso es todo. Ya sabíamos que dos harapos no pueden cubrir el universo.
El calendario sigue como un bolsillo roto.)

Pasamos el puente, pero no los miedos. Ellos están aquí,
corroyendo la monotonía de los muertos, siguen aquí mostrando
su rostro de ceniza; en otro tiempo,
la claridad hubiese sido posible. Ahora somos vidas separadas
sin remedio: tierra agotada como la levadura en las panaderías,
muros con una mecedora de duelos.
—En el vacío se siente la tortura de las sábanas,
la cruz que drena la acidez de los limones,
el ojo vaciado por el infortunio; los litros de humo se han vuelto
el traje de todos los días. A menudo las palabras indigestan
u oscurecen el amiente como un habano tardío,
junto a un candil esquizofrénico. Sí, a menudo las palabras suenan
a estiércol cuando las mismas emergen del fango
y no del estertor de la harina. Así, pues, debemos acostumbrarnos
a vivir en esta destrucción cotidiana sin más espejos
que las aspas de los cadáveres…

Barataria, septiembre de 2011

viernes, 9 de septiembre de 2011

EL RELOJ NUESTRO ES YA FÉRETRO


Está ya dicho todo: el reloj nuestro es ya féretros; están dichas
las palabras necesarias sobre la cicatriz que espera cerrarse un día;
sé que fueron balcones las caricias, fecundo el templado nivel
de las aguas sobre la tierra,
pero hoy cuan do hay destellos fugitivos de rocío, debo marcharme,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net




EL RELOJ NUESTRO ES YA FÉRETRO




y entre su propia sangre fue entretejiendo sombras,
en su fe, en su armonía, en su sustancia humana.
ALFONSO COSTAFREDA




Está ya dicho todo: el reloj nuestro es ya féretros; están dichas
las palabras necesarias sobre la cicatriz que espera cerrarse un día;
sé que fueron balcones las caricias, fecundo el templado nivel
de las aguas sobre la tierra,
pero hoy cuan do hay destellos fugitivos de rocío, debo marcharme,
 renunciar cerrando la alforja de las semillas,
caminar largas calles de envilecida oscuridad,
quizá sin rumbo a chocar con otras paredes,
renunciar a la intimidad que tanto desvanecimiento me causa.

Otros fueron los días que amanecieron siempre con nuevos ojos:
ahora parece que la pesadumbre tomó partido en la cesión
de nuestros sueños, la opacidad muerde con salmuera los balcones,
saca el hollín de sus pequeños candiles,
la espina duele más como si hubiese sido tallada
para estos menesteres que vuelven ceniza a la miel,
la sábana estremecida en las pupilas.

(El reloj ha sido nuestro peor enemigo para juntar las manos
en el cristal del aliento; salvo la resignación, diré, además,
que guardo los golpes como centellas oscuras, hogueras
donde las piedras golpean el pecho sin miramiento alguno.
Supongo que las horas son frías cuando se vive en la intemperie;
ahora entiendo la soledad como un desprecio,
la última puerta del engaño dejada a merced de la mesa vacía
donde la indiferencia madura los tomates. A menudo me pregunto:
¿quién gasta el alma sin arrepentimientos,
la luz que gotea en los sueños,
quién nace del pecho haciéndose oscuridad, marea sin ley
en las persianas del porvenir?)
Y, aunque me cuesta aceptarlo y decirlo, el reloj nuestro es ya féretro,
prueba consumada de nuestra propia llama.
El equilibrio nos fue avaro en su invisible balanza,
fue de espuma el vaho de los pájaros; ahora la epidermis del alba
tiene calambres, estancadas aguas en el relieve de las calles,
donde se hace pústula el granito y aleteo in fructuoso las pupilas.
Uno nunca inventarea los finales atroces de la dicha,
ni qué tempestades rodearán la libertad,
ni qué muerte tendrá la dicha,
la propia vida que por un rato pierde la claridad.

Sé que ya no hay espacios para inventar lámparas,
ni piadosos oráculos para esta madera que se ha vuelto comida
suculenta para el comején. Hoy deseo no regresar.
No llegar nunca a velar los antifaces que tus manos han puesto
a destelladas en el tiempo. Sólo sé que antes, la luz,
era un movimiento continuo,
una fosforescencia cerca del sudor, una renovada piel de azúcar;
sin embargo, ahora, dejó de ser la antigua compañera
de la lucha, para convertirse en la sombra terrestre de los féretros,
en la escalera de la fosa…

Barataria, septiembre de 2011

jueves, 8 de septiembre de 2011

CÍRCULO DE LA SOMBRA


En la aldaba del portón del horizonte, camina la sombra
con su bestial rito de círculos a sembrar danzas en los poros:
roja fogata en el espejo de los paralelos que acompañan
el surco de la fiebre; cobra vida la manzana mordida de la sombra
en el paraíso que la muerde, el nido de las aguas
con sabor a sábanas, el espasmo de un calendario de polen.




CÍRCULO DE LA SOMBRA




Un ventisquero de rizos
acampa en la ansiedad de mi corazón.
RENÉ CHAR




En la aldaba del portón del horizonte, camina la sombra
con su bestial rito de círculos a sembrar danzas en los poros:
roja fogata en el espejo de los paralelos que acompañan
el surco de la fiebre; cobra vida la manzana mordida de la sombra
en el paraíso que la muerde, el nido de las aguas
con sabor a sábanas, el espasmo de un calendario de polen.
Ahora, somos cómplices del aire ante la tortura que aprieta el azúcar
del bosque germinado, la fuente del venero cercada por los ojos,
el éter interior punzando, acaso, el idioma urgido de los vientos.

(Ah, pero existen sombras de abominable metales,
días de oscuras tumbas, sábados de embudo y miedo,
silencios innumerables de facturas no pagadas,
escenas donde el teatro muerde la Sodoma de los palcos.
En la sombra, la costra de la garganta, alambradas donde se establece
la intemperie, claras destrucciones como el odio en el regazo
que acuna a dos cuerpos beligerantes. Hoy ya no somos lo que fuimos:
ya no más anfetaminas de crispada oscuridad,
ni cargos de conciencia a la hora del ver al péndulo en la cámara
de gas del gris de la espera, cuando ya el aliento
se ha puesto sobre el mantel de los desasosiegos.
Todo ha terminado y todo escapa a las explicaciones, sin abrir
un expediente de culpable. La sombra del tiempo nos ha hecho
renunciar al paraíso.)

En un momento la armonía se ha vuelto ominosa polilla;
cuesta sobrellevar la piedra que horadó el aliento cuando el pudor
se volvió fetiche de pulpería, y la indiferencia una luz de muerte.
Quiero amanecer para saber la razón del porvenir,
entender las leyes de las palabras, asomarme si fuese posible,
al sitio de la infancia con sus barcos y espejos sobre el agua.
Puede, sin duda, que todavía el fuego me consuma y que la tortura sea,
un reloj sin agujas, lento invierno mordiendo los jardines;
u otra arista de la garganta donde la penumbra agiganta el rumor
de los molinos. De cualquier forma, sé que estoy a oscuras,
girando en el mismo círculo de la incertidumbre,
despidiéndome todos los días de la muerte,
esperando multiplicar mi cuerpo en la vendimia del sexo.

Mientras juntos quitamos la compuerta de las aguas estancadas,
que el tiempo haga lo suyo:
la inclemencia es plena en su errático vértigo, fiera orfandad
cuando los sueños han partido hacia otro lugar desmemoriado.
No puedo detener este réquiem de círculos, ni siquiera pensar en salvar
algunas palabras, aquellos sueños promisorios:
el nosotros sin todos los absurdos…

Barataria, septiembre de 2011

miércoles, 7 de septiembre de 2011

RECUERDOS E ITINERARIOS


Tantos trenes repartidos en la luz y dejados en cada itinerario
de inviernos. Piedras gastadas de tanto andar, sombras, miedos,
equívocos que fueron petrificando la sal de los sueños;
caballos de viento en el viento de la lengua y el follaje,
rieles de lluvia sobre el pasto de mis sienes,
FOTOGRAFIA DE SERGEY DOLZHENKO





RECUERDOS E ITINERARIOS




Estas aquí donde mi corazón pretende comprender,
Donde la cruz se inclina, cae, me encierra,…
LOURDES GONZÁLEZ




Tantos trenes repartidos en la luz y dejados en cada itinerario
de inviernos. Piedras gastadas de tanto andar, sombras, miedos,
equívocos que fueron petrificando la sal de los sueños;
caballos de viento en el viento de la lengua y el follaje,
rieles de lluvia sobre el pasto de mis sienes,
estaciones amarillas donde las hojas hicieron hamacas,
portales donde la nubes me esperaron siempre, barquitos de papel
que las aguas deshicieron en la risa. Hoy todos son recuerdos.
Peces terrestres invitados al brasero, ventanas con discreción
de sombreros, retratos, trajes,
tejados donde resbalan las aguas del musgo.

¿Dónde están ahora las trompetas de los poros, el toro de la llama,
el rocío del pájaro, mientras migra el trajín de las sábanas?
¿En qué vigas quedan grabadas las semanas de pan,
el caracol infinito de la mujer que bebió todos los inviernos míos
a puerta cerrada, la que sostuvo mi tórax con su armadura?
Le doy un puntapié a la bicicleta de la angustia:
quiero preservar, intactos, los recuerdos e itinerarios,
recordar los pezones desesperados del galope,
mojar en la escuela del tiempo, perder la razón en la espuma,
quitarme los cansancios debajo de los pinos, reptar sobre la ráfaga
de la sandía, hundir el pedernal en los sueños.
Recordar es siempre, dirigir la mirada al horizonte;
aunque haya lenguas de ceniza esparcidas en la proeza de las pupilas,
tardes acumuladas de semanas,
presencia inabarcable de las certezas.

En el tránsito, a uno le toca descreer cuantos pasadizos
hay en el sollozo; todo finalmente se palpa en los sueños:
el cuerpo del gozo o la canícula, la cadencia de la borrasca,
la pira en la lección del aroma. Después de todo,
recordamos también, el modo imperativo de los suspiros,
la espera que nos embriagó de impaciencia, la sombra
de las palabras cuando se enredaron con la zarza,
las agujas que en la niebla produjeron el grito.
Un río adentro, en el mapa de la conciencia, me dice que frente
al balcón, hay relojes fragmentados, partes de un vitral fenecido,
—escaleras desde donde se vislumbra el fermento
del himno consumado en el pulso.

Ahora sólo recuerdo tantos itinerarios: atajos, minutos de memoria.
Recordar es siempre, darle paso a la vehemencia, pero también,
bajar al pozo del insomnio, reconstruir la dureza de las tejas,
morder lo entrañable del zodíaco, trazar un puente entre el ayer y hoy.
Respirar a manos llenas las paredes.

Barataria, agosto de 2011