Es posible que un día rompa las alas, el ruido, el pasamontañas
de los caminos, el cigarro que relata mis rincones;
es posible perforar la herida del granito que rompe el aliento,
el musgo que hace lejana la claridad.
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PUNTUALIDAD DE LA NOCHE
Siempre llegas puntual, sin descansar, armada de premeditadas
sombras, puntual como la esfera de los faroles en plena intemperie;
llenas mi boca de palabras oscuras, rompes mis ojos para poner
paraguas de ceniza, abandonos y desquebrajados huesos.
Todo es así de indefenso en el paladar que acumula palabras
inciertas. Late la noche en la foja de las horas, en esta lentitud
de vivir dentro de mazmorras, de hacer caminos con la sal
de las pestañas, de sortear el cuerpo entre cuervos y telarañas.
—No estás. Nunca estás hilando el horizonte con otros colores
que no sea el color de las colillas deshaciendo su espiral de abejas;
atardece en los barcos y, también, en los peces de la vida:
entonces caen las enredaderas en el pozo que los pájaros han hecho
en los rincones de las esquinas, en el nido prolongado que los brazos
Anhelan. Estas alas fatigadas envejecen en el altar de las paredes,
y aunque de pronto, alcancen cierto vuelo,
gastan su corazón en la torpeza que cuelga de las horas sin reparo.
He sido por años, un nombre entre tantos nombres:
bajo los cielos que gastan su propio fermento, la noche como un árbol
gigante, ciego rostro invisible en el coloquio,
donde sólo laten litorales vacíos. Donde los días son estrellas
náufragas, herencia de tropezones en la garganta.
Nada es tan puntual y preciso como el reloj de agua en la mar
que socava los ojos, y escribe leyendas ciegas y se adentra
en el aliento con fuerza furibunda; en cada muerte que me deja
la noche, los meses sin demora, sombras levadas en el poema,
larvas gestando sombras en materia y tiempo.
Es posible que un día rompa las alas, el ruido, el pasamontañas
de los caminos, el cigarro que relata mis rincones;
es posible perforar la herida del granito que rompe el aliento,
el musgo que hace lejana la claridad.
A menudo sólo es posible la intemperie manchada de violencia,
la dificultad de hacer nido en la breña, sobre las verduras
podridas en pañuelos, sombras buscando su herida.
En esta leña del suelo, habita la cercanía del caos con todos
sus matices: páginas nubladas, desvanecidas con las mañanas,
torrenciales vísceras del desorden, alturas invertidas
de sobremesa, escaleras de doble vértigo.
Hay huidas, también, en cada puntualidad de la noche;
diluvios esperando la siguiente hora, poemas olvidados en la piel,
acechanzas chorreando mapas, al borde los cementerios,
tejados donde naufraga el arco iris, meses con sobrecargo
de puntadas, trincheras sin párpados.
Cuando el rumbo es un tren incierto, son preferibles las veredas:
Ahora aúlla, el nido de los párpados, las esquirlas de la noche
Relampaguean en la boca, en la mancha de la tormenta.
Barataria, septiembre de 2011