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martes, 20 de septiembre de 2011

REMINISCENCIAS DEL CAUTIVO


Toda reminiscencia es un hilo de despojos tirados en el vertedero
de la memoria, puertas amargas, inagotables cuerpos
poros invadidos debajo de la aldea del crepúsculo, desvaríos
arrojados a la dureza de la sal en manos arrastrando la noche.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





REMINISCENCIAS DEL CAUTIVO




La hoja del árbol en la taza del aliento, el dogma de la mudez
en el laberinto del entrecejo, porfías que rasgan la vestidura,
malecones de sueño en la escritura del tercer día sin pena
ni gloria, salvo derrumbar las vestiduras, el pensamiento reminiscente
de los trenes cuando estos irrumpen en los rieles ahogados
de la intermitencia. Fui expulsado de la eternidad acechante,
desaparecieron las llaves sin dejar rastro alguno, salvo la ceniza
lenta de la tristeza sobre el pez mutilado en la alberca.
Era yo en el pórtico del devenir; eran los amantes trabajando
invisiblemente en la muerte de la luz,
en los jardines donde la sordidez excava su propia fosa.

Toda reminiscencia es un hilo de despojos tirados en el vertedero
de la memoria, puertas amargas, inagotables cuerpos
poros invadidos debajo de la aldea del crepúsculo, desvaríos
arrojados a la dureza de la sal en manos arrastrando la noche.
Digo puertas y la evidencia es oscura; digo memoria
y el cuerpo deambula en la cicatriz de la piedra; digo presente
y aparecen los pretéritos con carné de ciudadanía.
La libertad es simplemente un bosque de incertidumbres:
siempre llueven cuchillos y cadáveres,
siempre afloran bocas de arenas movedizas, imágenes que alguien
hace envejecer con su sueño.

Todo en la vida termina siendo recuerdos: túnica donde los amantes
envuelven su impotencia, disfraz de meses sin reconocerlos;
¿cómo la existencia, pues, puede ser diferente a los abrojos,
al pino derretido en el arroyo, a la cama que perdió su vértigo?
—Seguimos de por vida mordiendo ráfagas siniestras,
mordiendo la respiración de la espera, sin que llegue
la mañana al surco, sin que el grano cobre fuerza en el aliento.
Hay demasiadas noches en la estantería del calendario,
sin que el tiempo cambie de ropa, sin que deje esta piel vencida,
en el principio fue vendimia y labranza: después el hoy a ciegas,
el zumbido de los sentidos,
la lluvia que borró la fisonomía de las huellas, la antípoda
de las ventanas, la faena inútil de permanecer, de ir, de regresar,
de estar siempre de permanecer en el muro del insomnio,
como centinelas sosteniendo el arado de los sueños.

Pero nunca estuve más allá de mis zapatos. Del animal que soy
pariendo fatigas, del triste país que invierte la luz,
espejo a fondo en la jaula de los creyentes. Estas reminiscencias
son las mismas, son otras: he caminado horas sobre los rieles
huesudos del cascajo del ascua y arrecian los inviernos en el pellejo.
Estaré siempre aquí. Dejadme.
En breve el reloj triturará mis últimos meses…

Barataria, septiembre de 2011

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