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domingo, 18 de septiembre de 2011

EXISTENCIA COMÚN

Saber que vos y yo existimos en un mundo donde el aliento
se difumina; y los niños descalzos que somos, van tocando los sueños
oscuros de la noche, con la soledad y el sueño a cuestas.
Saber que hoy, estamos desnudos e invisibles, inadvertidos;
y que la vida nos conduce a ciegas, sin pulso, como estatuas.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





EXISTENCIA COMÚN




No soy diferente a la noche ni a otras existencias, cuando la noche
y la existencia, son parte de mi propia locura de ser y estar.
Vivo en los lugares más inhóspitos: los caminos a oscuras sin salvarme,
la voz en medio de la breña;
ahora me conmueve la oscuridad aprendida desde mi infancia,
como tantos nombres en los aderezos del humo, la ceniza
sobre la mesa; común es el aliento que dispara moscas,
el cuerpo con sus propios naufragios revelados.

¿En qué sábana anticipo mi silencio, el panal del planeta en mi camisa,
los lugares comunes donde la muerte es realidad y no posibilidad?
Saber que la existencia pierde sus verdores
y que perdura en la sombra de la piedra como denominador
común de todo lo mudable.
Saber que vos y yo existimos en un mundo donde el aliento
se difumina; y los niños descalzos que somos, van tocando los sueños
oscuros de la noche, con la soledad y el sueño a cuestas.

Saber que hoy, estamos desnudos e invisibles, inadvertidos;
y que la vida nos conduce a ciegas, sin pulso, como estatuas.
A nuestra existencia común, ¿qué dientes la esperan, qué llama
respira en los zapatos crecidos de la pesadumbre, qué claridad
nos acompaña para andar siempre
yagual y bulto en la espalda, en los hombros,
en esta llaga enrojecida del pulso, luz rehusada?
A menudo el olvido es nuestra propia cama, la luz que siempre
nos deja en desvarío, vaga luz del día que muere en nosotros.

Andamos entre los jardines grises de la neblina, mañana y tarde,
ojos anónimos, alfabeto perdido de la geografía.
Hay un invierno dibujándose siempre en el cuerpo: no hay sábanas
para arropar la oscuridad, ni fuego para alumbrar la noche.
En la herrumbre quedan impregnados nuestros aletazos,
sobre la hojarasca espectros sin caricias,
heridas sin restañar en el calendario, aves temblando en alguna
rama ajena a la espuma, pero cerca de la tristeza.
No soy diferente a la vida del prisionero o del que fue desterrado:
las aguas del suspiro son las mismas,
misma la película en blanco y negro que atisban los ojos,
mismo el índigo que la brisa hace llegar a la boca con sigilo.

Desnudo el cuerpo, uno olvida cualquier presagio, el eco de la calle,
el brasero de la tortura que a ratos se vuelve inconfesable.
El tiempo carente de nombres no tiene límites ni territorio,
sólo sombras ceñidas a sombras, como el delirio,
de caminar en la penumbra con número de ausencias y abismos.
Hoy sigo a oscuras en la hoja inhóspita,
también es estoicismo, sobrellevar los limones del espejismo:
el hombre común que soy con mi equipaje de olvidos.

Barataria, septiembre de 2011

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