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martes, 30 de abril de 2024

ARGILE DU RUDIMENT

 

©Peinture -Oswaldo Guayasamín


ARGILE DU RUDIMENT

 

Hydratée la profondeur du trafic des copretérites du banc

Je reste éclaboussé de vignettes dans une bouche de solitude.

J'enfonce mon hurlement dans les chaussures du zodiaque, j'arbole la guérison

de mes genoux, l'accordéon de boue de ma névrose.

Je rassemble les morceaux d'argile et je les accroche dans la presse de délire

des courants d'air de la cachette, rudiments que les yeux

dévorent avec un appétit de feu et des branches de brouillard crépues.

Ensuite, je lisse les cheveux noirs du quotidien, trouble et cruel.

Quand je m'enfonce dans ma propre ombre, l'eau perme l'armure de tous les oiseaux 

qui me soutiennent et de ceux qui cherchent un feutre.

Malgré l'argile néfaste du paradis, je marche sans crainte de la nuit.

Sans crainte de la nuit je monte des pierres comme des ascenseurs,

le toucher a souvent guidé mes yeux pour traverser des lunes de mésaventure.

Le temps n'est pas vain : chaque fois il devient ductile, définitif et sévère,

le corps respire circulaire autour des sédiments.

—Voyez-vous mes bras et mes pieds enfoncés dans l'humidité croissante

de la boue près du mur planté de mes jours ?

Tout se construit avec avidité : l'encre qui rejette les barreaux,

le galop dans les éventails de grottes avec des chauves-souris marécageuses.

Sans plus tarder, je réarme mes propres rudiments, l'âme sort du noir,

l'haleine grandit depuis les râles de l'air.

Au début organique de mes mots de sang, le son circule,

l'existence que l'on brûle dans le port de tant de rêves.

 

 

Tiré du livre «Finale de l'épouvantail», 2013

©Peinture -Oswaldo Guayasamín

©André Cruchaga

Traducción al francés de Dumitru Ichim


lunes, 29 de abril de 2024

CALLES DE ABSURDAS BISUTERÍAS

André Cruchaga

CALLES DE ABSURDAS BISUTERÍAS

 

 

Para aquella voz irrestañable que perdí, insoluble y bípeda,

—hoy, sólo calles de delirio—, quizás la vigilia afilada

sobre el asfalto, las aguas monocordes de los adioses y la duda

que volvió miseria los jardines.

C a l l e s de apariencia y espejismo, sofocos con eructos y bostezos,

calles con partitura de náusea, resonantemente pobres en un país

de alas achicadas y cansadas de bisutería.

 

A oscuras la última flama de kerosene, los papeles sucios y mojados

en las cunetas, la fragilidad pulsante de lo efímero en la punta

de la lengua, engusanados paréntesis de penumbra.

C a l l l e s     c a l l e s donde de verdad se agota la vida ciudadana;

la única certidumbre es desaparecer enteros o pedacitos,

el azar abre braguetas y escotes,

nada es absurdo ante el cinismo y sarcasmo del poder.

 

—Todo se repite con los espasmos y quebrantos:

las horas en las aguas sucias del reloj, el aliento de las baratijas

con sus escamas, el canto oscuro de los desheredados de la tierra.

C a l l e s   y   c a l l e s hijas de la miseria.

 

Vivo blasfemando en medio de la mendicidad, entre lo absurdo

y grotesco, junto a la nada cuya orgía duele.

Así, entre los zapatos obscenos de la noche que embiste.

 

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Fotografía André Cruchaga

©André Cruchaga


 

sábado, 20 de abril de 2024

HORIZONTE DE DEFUNCIONES

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín


HORIZONTE DE DEFUNCIONES

 

En la línea del horizonte tiembla la defunción de mis ojos

con su iris tocando los relámpagos que trastornan mis sentidos.

El orden de las cosas es el desorden de los ojos: alfileres por doquier,

las siete cabritas del sonambulismo,

la imprenta de los pájaros tras la herida huracanada de cohetes.

En el sombrero de los claveles, amarra el sol su hamaca de destellos.

Arde el relieve de los zapatos cuando busca el horizonte,

la sola imagen de los epitafios en el poniente.

Llevamos el «lastre de un fósil loto amóvil entre remansos»,

de bostezos y muertes estancadas en la modorra de la obscenidad.

Todo resulta trivial y deficitario cuyo horizonte está hecho

de redundancias hazañas que nos cuentan historias apócrifas,

bisagras en perífrasis sin engrase, poca aproximación a la empatía,

falsos mundos que deforman la memoria.

En detrimento de los derechos civiles, la rancia apostema del empeño

vano de ser solo conjetura, rostros sin destino social,

no para la oligarquía que contrala a su antojo los negocios

del hambre y propicia el control del pensamiento.

Mientras arrullan su fastuosa riqueza, otros su propio fósil.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Pintura -Oswaldo Guayasamín

©André Cruchaga



martes, 16 de abril de 2024

OFICIO MATUTINO

 

André Cruchaga


OFICIO MATUTINO

 

 

En la hora del rocío, el poema abre las puertas de mi pecho, abre

de par en par los onomásticos del invierno,

abre la hazaña a través del filón de multitudes, huellas de sombras

de cuando era niño, aperos que uno quiere reivindicar en el fuego

de las palabras, palabras que se acomodan en los zapatos.

Abre la contradicción presunta de la luz, hasta el desvelamiento.

Abre los mingitorios erráticos de la historia, la mirada abigarrada

del anciano, los escrutinios de la caverna en la que vivimos.

Abre la jaula terrosa del país, el orgullo nacional bañándose en tiesto

de ceniza, charco de heredades omnipotentes.

Abre este calvario de frac y burocracias, de pestañeos inmortales

en una tierra de marginados, sin casa, tierra, comida.

Es fácil advertirlo, mi oficio comienza desde la flecha que dispara

el sol luego limpio las manchas dejadas por la noche anterior,

los ojos frescos se empeñan en el ala del pájaro y en el amor crecido

de los perros que me acompañan,

de lo remoto de un mar que no conozco surge el poema a orillas

del petate de los muchos muertos que llevamos.

Nunca es trabajo este yunque lleno de sueños y acantilados.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Fotografía André Cruchaga

©André Cruchaga


lunes, 8 de abril de 2024

DESNUDEZ DEL HOMBRE CENTINELA

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín


DESNUDEZ DEL HOMBRE CENTINELA

 

Escrito está en el poema, el infinito de los poros, el universo corporal

de las palabras: allá donde amanece el mar con sus fuegos líquidos.

(En medio de los días derramados, las ínsulas disueltas del vigía

en la habitación del vacío.)

Quizás los vértigos en exceso de alfabeto, quizás la piedra fría

de la muerte abrazando anticipadamente, los últimos trapos rotos

que el lenguaje muerde en su exorcismo.

—Por si acaso, me quedo ciego frente al conocimiento de los pinos.

Ciego de divagar en pastizales húmedos, erizo de rimas inútiles,

Al borde de la cerradura el hombre, los cronómetros de ceniza,

el deletreo de la mirada hacia esquinas de crines donde se enreda

el absoluto, el violín del ciego talado de su esperanza, un día

y otro día, la desnudez que arde de olvidos.

Un día y otro día mirar pájaros en verjas con candados oxidados,

un día y otro día el hombre ahí, centinela de sus propios demonios,

marcado por un tiempo que le gime en los hombros,

devorado por el alambre de sus propias ansias.

Un día y otro día bodega de horror penitente el hombre se entrega

a su propia herida y muere como rata sobre las aceras.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

©Pintura -Oswaldo Guayasamín

©André Cruchaga


martes, 2 de abril de 2024

RELECTURA

 

Imagen ©Pintura -Oswaldo Guayasamín


RELECTURA

 

Después de tantos psicoanálisis, el complejo de Edipo cava abismos

en el laberinto matriarcal de las abejas.

Por suerte, las relecturas cambian el rumbo de las cárcavas históricas

nunca despreciables en el montepío de una sociedad capitalista.

Si me quedo en este mundo atropellado, muero arrastrado

por tentaciones, por eso prefiero abrirle el camino al viejo alquimista

que supera la tragedia humana, la inacción es una tragedia maléfica;

siempre pienso en Goethe tirado sobre el pasto de Wetzlar leyendo

a Homero, y a la sombra, Lota, extensión concedida del tiempo.

Entre tanto las pupilas se desfiguran en el lenguaje ensombrecido

de alguna elít que mama la leche del crepúsculo junto a los difuntos

del nuevo orden que vivimos.

Por convicción prefiero la lluvia para lavar todas las asperezas

del aborto decadente que soy, de la máquina-hombre y los mercados

embrionarios del futuro tan desiguales como el país en donde vivo.

En la aureola de algún santo seguro habitan comerciantes

de fármacos, boticarios del viejo orden para curar diarreas sin el uso

de plantas medicinales, claro que Virgilio se reiría de estas cosas.

Aquí por cierto no se construye otra Troya ni ha nacido otro Eneas.

 

Del libro: «Final de espantapájaros», 2013

© André Cruchaga

Imagen ©Pintura -Oswaldo Guayasamín