CALLES DE ABSURDAS BISUTERÍAS
Para aquella voz
irrestañable que perdí, insoluble y bípeda,
—hoy, sólo calles de
delirio—, quizás la vigilia afilada
sobre el asfalto, las
aguas monocordes de los adioses y la duda
que volvió miseria
los jardines.
C a l l e s de
apariencia y espejismo, sofocos con eructos y bostezos,
calles con partitura
de náusea, resonantemente pobres en un país
de alas achicadas y
cansadas de bisutería.
A oscuras la última flama de kerosene, los papeles sucios y mojados
en las cunetas, la fragilidad pulsante de lo efímero en la punta
de la lengua, engusanados paréntesis de penumbra.
C a l l l e s c a l l e s
donde de verdad se agota la vida ciudadana;
la única certidumbre es desaparecer enteros o pedacitos,
el azar abre braguetas y escotes,
nada es absurdo ante el cinismo y sarcasmo del poder.
—Todo se repite con
los espasmos y quebrantos:
las horas en las
aguas sucias del reloj, el aliento de las baratijas
con sus escamas, el
canto oscuro de los desheredados de la tierra.
C a l l e s y c a l l
e s hijas de la miseria.
Vivo blasfemando en
medio de la mendicidad, entre lo absurdo
y grotesco, junto a
la nada cuya orgía duele.
Así, entre los
zapatos obscenos de la noche que embiste.
Del libro: «Final de
espantapájaros», 2013
©Fotografía André
Cruchaga
©André Cruchaga
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