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domingo, 31 de julio de 2016

SOMBRA DEL VUELO

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SOMBRA DEL VUELO




Ha entrado la noche,
la noche de los días con sus noches, las tierras frías y los bosques muertos.
Ha entrado la noche de la carne y de los sentidos,
la noche de las tierras caídas y los cielos muertos.
Jacobo Fijman




¿Cómo recuperar la mañana, en vez de tantos días en cuclillas o arrodillados? ¿Cómo encontrar la calle de la lejanía sin que los cuerpos fenezcan en el páramo de la historia, en esta suerte de rutinas oscuras? ¿Cuándo será temprana la hora y no tardía? Supongo, mientras tanto, que hay necesidad de ir limpiando la carcoma, el grano de mostaza, el susurro de luz cárdena del hijo pródigo, mientras crecen los montepíos y la carcajada de golosinas y el diente feroz. No se puede con una ansiedad vitalicia ni es fácil jugar al sosiego. Oficialmente se ha decretado la alegría, pero ésta se agacha en los horcones de la historia, jamás he creído en semejantes historias cuando me las dicen de soslayo. Sólo sé que la orfandad aúlla y pulsa entre osamentas y vomita perros que atraviesan el aliento; en cada esquina como el crimen se perpetúa la hediondez, los disfraces y las casas de citas y los puteríos. Es oscuro el camino de las aceras entre ininteligibles aguas de orina y bocas difíciles de ver y madres rascándose los encajes y luego voces de desconfianza y un crimen y otro crimen como quien mata moscas de la orilla del retrete. Siempre es extenuante estirar el pescuezo o las canillas, el costal de huesos que uno anda con su queja, esas horas huesudas sin ninguna atalaya. A veces me distraigo con algún zompopo que atraviesa mis zapatos, que hace trucos para sobrevivir como cualquier humano antes de desaparecer. Ya he visto el zumbido de los gusanos sobre el miedo embrocado de la esperanza, ya he cargado con pálidas noches de exclamaciones: nada es irreal, salvo la escritura, salvo los gargajos a media calle y su ultimátum, salvo aquellos señores que nunca hurgan en sus propios bolsillos, salvo la dentadura que nunca se queja de las heridas. No hay nada real en los alaridos infortunados de la noche, ni en la ventana que se abre para ver el antaño, o el presente, o el futuro. Un día seguramente remozaremos la historia de los malandrines, evitaremos la confusión de los mingitorios, y nos concentraremos en los soplidos del viento. En realidad, he perdido la cuenta de cuántas veces corrí detrás de la luna, de cuándo empezaron los titiriteros y sus macabras eyaculaciones, sus peluquines de dudosa procedencia, sus sacos y corbatas, sus cofres con clave. En fin, espero no arruinar mis dientes al querer ponerle lavativa a la elocuencia, es decir, hablar mejor, leer mejor, escribir mejor. Todo lo demás carece de sentido, es ilógico. Uno se puede morder los dedos al momento de hacer el bendito, o coger una hernia de tanto cargar a este país con su fatiga. Uno puede ser uno y no ser uno, a la vez. Es cuestión de apuntar bien con el dedo índice y quitarle el moho a lo auténtico. “Son ciertos todos los golpes, las calles colgando de las muletas de los ciegos”. Sí, jamás lo he dudado. A falta de luz, abro la puerta; después, le arranco al grito sus desfallecimientos, esas pesadillas que uno no se atreve a decir nunca, por miedo al pecado. No sé. La única verdad supongo que está en la gaveta de mis ojos, en los pelos del barranco, o en el sombrero de nube sobre mis sienes. Después, quizá, habremos de decir cómo éramos, ese pante de luz frente a mis narices…

sábado, 30 de julio de 2016

INVIERNO DESENTERRADO

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INVIERNO DESENTERRADO




Cerca de todos los nombres de la niebla, el invierno desenterrado del aliento
y sus afluentes: la noche y la palpitación de los recuerdos, los meses
de escarcha sobre los párpados, los ataúdes desprendidos del calendario,
sin posibilidades de olvido, a veces el pasmo y el bostezo,
en la aglomeración de alfileres. A veces únicamente este oficio del desuello.
En toda esta boca de inventarios, el aroma muerto de los jardines.
Sobre el sudor, las aspas de sal de los paraísos perdidos, los candiles errantes 
del deseo, el cuentagotas ciego de la limosna, la alforja cuyo umbral nunca
se llena, sino que esta allí como un cuerpo desvestido.
En el cuaderno de fósforo de la desnudez, sólo se escribe el parpadeo
y, si acaso, la asfixia traslúcida de los espejos.
Ha crecido tanto la podredumbre o la parálisis que uno ya no sabe
a qué atenerse, ni a qué bando asirse cuando el vinagre es la bebida cotidiana.
Los tantos inviernos desenterrados son ahora la tormenta del día.
Cuando todo acabe si es que sucede, ya habrá pasado al olvido toda la polilla,
y mis meses de abusiva mortalidad y mis pronósticos.
Hay que aceptarlo: todo es nada, así lo dice el éter. En el precipicio se pierde 
hasta el olfato,  las mortajas, el aleteo, el zumbido de los funerales.
Nada queda después para los dolientes.
Echado todo a la perversidad como debe ser la altura de los envenenamientos,
uno debe soltar la preñez de los ataúdes hasta que dance el ave negra
de la noche con su orgía irreconocible.
(Uno sabe que las aguas de las calles desvelan inviernos inauditos,
como el oficio del bostezo sin aldabas. Cada día los sofocos aturden la garganta.)
Barataria, 03.VI.2016

jueves, 28 de julio de 2016

FRUSTRACIONES

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FRUSTRACIONES




Claro, el tiempo pone en su lugar todas las cosas, es decir, hace visible
hasta la más oculta picadura de zancudos, ese montoncillo de piedras anónimas 
que uno ignoraba, las truculencias de ciertos graznidos.
Después de todo, me pongo a leer poemas para divagar, y de esa forma
no envilecerme: hay gritos y chantajes en habitaciones oscuras.
Camino sin padrinos como el camino solo que siempre se torna en silencio.
Nada más cierto que las antorchas ensordecedoras de los relámpagos.
Nada más cierto que las caídas estrepitosas de la sinrazón.
Nada más cierto que el nudo de los vacíos en la garganta y su ponzoña fiera.
Nada más cierto que la castración de ojos en el amplio océano de la brama.
Nada más cierto que cruzar la calle sin que ninguna asfixia lo atosigue a uno.
Siempre yerra una mirada iracunda sobre el vuelo sobrio del pájaro.
Siempre estamos a merced de los que quieren confinar nuestro nombre.
A menudo los fantasmas tienen  uñas y un sueño de sabueso infeliz.
Son tan promiscuas las palabras que pueden colgarse de cualquier altar,
del adulterado nido en las citas abiertas,
de las aspas encendidas del deseo,
de las extrañas ojeras que deambulan en los pensamientos de los exégetas.
Uno siempre escribe en las paredes húmedas de la saliva,
pese a las obstrucciones: mi escritura está en mis manos, allí, donde otros gastan 
el olvido, y se alzan como emperadores del milagro.
Aún no he quemado la travesía; el horizonte sigue intacto.
Cada vez dejo que mis pupilas escapen de los trenes y esquiven las sombras.
Barataria, 02.VI.2016





martes, 26 de julio de 2016

EN LA OTRA PÁGINA

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EN LA OTRA PÁGINA




En la otra página de la memoria, cuelgan los pizarrones de las viejas nostalgias.
Quizá los mapas me recuerden las latitudes agrietadas de la súplica,
o esa otra forma que tienen los relojes de ser inquilinos de las semanas,
o ese camino de migajas por donde los ángeles pasan de rodillas,
o ese precio que hay que pagar al fijar la vista en las vitrinas,
o ese abrazo esperado en una habitación que de pronto sólo tiene cuatro paredes 
y polilla y oscuridad,
o ese puchito de sombras que se apodera del lenguaje hasta tocar la soledad.
Sólo los párpados saben de las concavidades ciegas de la tierra.
En los dientes apagados del relámpago, la desnudez hace su engaño
a los sentidos: ignoro si es cierto, aquel ventarrón de juncos sobre las manos.
Uno sabe de pronto que la tinta se confunde con la salmuera y con el ojo
del afán de la melancolía, y con el coágulo de respiración que aún queda
en la alacena de polvo del altísimo.
Enfrente del témpano de tinta, uno empieza a señalar las vocales
de las ventanas y ese espejo de cal que tienen los vidrios del horizonte.
Siempre resulta insignificante la salpicadura de los recuerdos, el picoteo
de las alas, los vaticinios que da el movimiento de la espiga.
Con la oscuridad hasta el cuello,  es difícil saltar la constelación de alambradas,
o inclinarse sin ningún apoyo al cráter de la garganta.
Es seguro que en cada página, el fuego esté siempre sin necesidad aditivos.
Barataria, 30.V.2016

domingo, 24 de julio de 2016

DISTANCIAS INSOMNES

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DISTANCIAS INSOMNES




Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos
y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos…
Federico García Lorca




Lo de los peces muertos, sin duda tiene connotaciones sustanciales: hay allí una complejidad insoslayable que ronda con la diversión y la notoriedad, con la realidad a menudo imprevisible para el ojo común. Ignoro si eso del fluir, me refiero a la muerte, tiene que ver con lo heracliteano, o sólo son antojadizos los preceptos de la desfachatez. En mi poesía siempre hay algo borroso: sobre mí la imagen fantasmal del tiempo, los ocultos vestigios de la fantasía y la imaginación. Uno madura dentro del cántaro árido, de la putrefacción infinita que se cierne en las sienes. He dicho, poeta que “Me resigno al cardumen: debajo de la piel, el alarido del barbasco.” Y esas tantas aguas perturbadoras del tiempo muerto de la historia. Todo, desde luego, es discutible, las procesiones implacables del humo, la materia del absurdo, y su fuerza escénica. A fuerza de soledad uno desentierra muertos y vivos, desenvuelve la sacralidad de las estatuas, muerde los fríos acumulados en el siempre concepto de cambio ya desaparecido. Me viene a la mente en pantalla gigante la noción de las tres divinas  personas; para aliviar las torpezas se necesita de otro personaje u otros que sumen para armar una nueva teoría del caos y la duda. Hay verdades tan monótonas como los dramas, como en el sonido sordo que escuchan los cíclopes, como la intimidad no resuelta en público. Por paradójico que resulte, la oscuridad tiene sus bondades, algo la justifica en las excusas psicológicas  a quema ropa. Los disparos siempre han constituido un mero juego de proxenetas, los golpes de estado que siempre están en la boca de los que no evolucionan; en apariencia, todo está claro. No es cierto. Necesitamos un pelotón de antorchas no una comedia. O una comedia que destierre la ira, las casualidades y las escaramuzas. Claro, como actores buscamos tiempos conciliatorios, tiempo para cruzar la calle y continuar en zancada larga cuesta abajo hasta leer las carteleras del desprecio y el vejamen. Lo de los peces, ojalá no sea una cifra impar, sino usted y yo, aplaudiendo desde la atalaya, el otro mutis de la carcajada. En adelante, juro una nueva escenografía para las atarrayas, o el trasmallo para este sabor de agua inmóvil, oscuro manantial de voces, abiertas a la cerrazón de las proclamas. Aun en la mano ofrecida estamos dentro de un teatro: el teatro y su necesidad de permear conciencias, el teatro y sus protocolos desabridos, el teatro y sus pedanterías, el teatro y su vestíbulo der asesinos inconfesos. Uno siempre está pensando por desgracia en las libertades mayores del espíritu. Y en esa espera se acaba el tiempo. Cada vez, usted y yo matamos el tiempo, asesinamos las esperanzas, pero no esa cuadrilla que se roba los azules, los meses de libros. A cada rato se nos interrumpe la comedia. Con sinceridad pienso que la claridad es un absurdo, Shakespeare, es un absurdo; Lope de Vega, es un absurdo; Racine, es un absurdo; Novalis, es un absurdo;  Cervantes es también un absurdo y otros dioses y diosas. Actúa usted en su locura, o es la locura ese motor incesante para actuar. Supongo que un día de estos dejaremos de jugar. Me disculpo con aquellos a los que les estorbo, o incomodo. Es igual creo. Aprecio el café negro, negro amargo para suscitar el parpadeo. Alguien me sopla al oído y me dice que “se acabaron las verdades eternas”. Yo por si acaso,  eso es verdad, agarro mis propias lágrimas y las lavo en el regazo del poema. Después de todo, todas las distancias son insomnes…  

viernes, 22 de julio de 2016

LENTAS DECAPITACIONES

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LENTAS DECAPITACIONES




Al trasluz de la polilla el lento fósil de los jardines y la madera y las ventanas.
De la sombra desvencijada de la carcoma, las decapitaciones del tiempo
y su sangre dolorida y sus bocas rotas de sepulturas.
Me importa morder la piel de las cefaleas, las centenarias jaquecas
que producen los golpes en el vacío, las veces que uno copula desmesuradamente 
hasta lograr la desproporción de los acordeones.
(Nunca es fácil lamer los agujeros de la brizna, hacer insoluble el azúcar
de tus entrepiernas, sacar toda la saliva sin dejar a secas el lenguaje.
Sos visible en la ranura de la lágrima, en la palabra doméstica del extravío.
De niño juntaba todas las tortillas y los ponía al fuego.
Mamá  en el quicio de la puerta espantado las sombras con un trapo viejo.
En la calle, las lentas decapitaciones de mis anhelos, los siglos de incesto,
o la desnudez del país tirada a la humillación.
Uno muere decapitado por el frío, pero también por esos discursos
de la deshora disfrazados de Paraíso.
Veo los abismos como una sucesión de vitrinas, allí donde las moscas sin piedad 
muerden el subsuelo. La solapa agazapada de lo falaz.)
Siempre resulta grotesco el acecho a las ventanas y a los absurdos.
Uno duerme alrededor de los secretos de las uñas, de las altas piedras
de la tristeza, o en todo caso, de la nube de humo que pespunta las pupilas.
─ ¿En qué puntapié de guijarros, entierro finalmente mis cachivaches?
 Uno conoce todos los pulgares de hambre que secan los charcos del sexo.
Vos, ya habías jugado a traspapelar esta brisa salpicada de fotografías…
Barataria, 2016

miércoles, 20 de julio de 2016

SOMBRA DE PIEDRA

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SOMBRA DE PIEDRA




¿Cuántos en realidad, adioses, cuelgan de la sal de las estanterías, en los litorales de estatuas donde frunce el ceño el crepúsculo? ¿Cuántas bocas, de pronto, ya no  son bocas, y tampoco llegan a espectros? Uno va cada día, supongo, hurgando en los bolsillos del invierno, en la sombra de piedra de todos los ayeres. La lengua de los recuerdos se arruga en los pedazos de aceras que nos quedan después de gastar, allí, todo el aliento. Uno queda como los barandales de la intemperie, como el hierro oxidado donde caducaron las sonrisas. Así afrontamos las calles de la incertidumbre, los responsos fúnebres de los ataúdes, los diferentes pabilos de los cirios. Uno siempre se arrima a los atriles del tiempo con tantas fotografías  y nombres en las manos. A veces es un plato vacío donde no caben las cucharas: unos brazos callados y sin puerta acuden a la memoria. Hay razón de cuánto yerran los ojos y la salmuera, de cuántas noches sobre el petate, de cuántas nadas húmedas lamen la cara hasta el punto del ruido. Sube el alambique hasta el último peldaño de la escalera que da al traspatio de la garganta.  Callamos, sin duda, frente a los todavía obedientes del abrir y cerrar puertas, del subir y bajar sin encontrar sólo la queja y los adustos peñascos de la ceniza. Aun en el vacío los sombreros insepultos de cuanto nos muerden las alambradas, donde se juega con pocilgas y chiriviscos sigilosos. En un momento arremeten como un tsunami,  y duelen y gotean sus escombros, como duelen algunas sombras amargas, las del quebranto, o las del exterminio. “…el barro de la ternura de los viejos recuerdos”, hace lo suyo. Debajo del insomnio giran raídos estos recuerdos; otros se los lleva la hondonada de la saliva, el cadáver de los crucifijos y los escapularios. Deambulo en esta ensenada de ardores, en esa suerte de historia que se desliza en la cama, en la lechuza oscura que ulula desde el otro lado donde el mundo guarda otras impurezas. Hay adioses tan ciertos como las enredaderas y los pantanos, tan verídicos como los desechos en los ojos, tan profundos, como la herida que se lleva dentro de la conciencia. ¿Hasta dónde llega su severidad atávica? Jamás conoceré mi nombre y mi mundo, el paisaje con agujeros en los ojos, la diadema rota de las raspaduras, o el ansia triturada por el granito. Siempre me conmueve la edad fenecida. Jamás he podido curarme la nostalgia, ni esta avidez por los pájaros, ni ese imborrable caballo del viento en los ijares, ni el agua removida con los dedos hasta salir del naufragio. Después de todo, a veces me dan ganas de reír: reírle a las cobijas y a la señal de la cruz, reírle al verbo ciego de la pesadumbre, reírle a la sintaxis rota del capullo, morder sólo yo el mapa del dolor y los jirones de epidermis del silencio. A veces da vergüenza pensar en los juguetes, salir a la calle y jugar con los tiliches: bolsas de churros, neumáticos, envases de Pepsi o Coca-cola. También pienso en todos los inviernos del ahora, y en los estómagos vacíos del sofoco, y en esa desnudez ya muerta de los ojos. Me miro siempre en el espejismo de los adioses

lunes, 18 de julio de 2016

REVELADO PÁJARO

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REVELADO PÁJARO




Revelado el pájaro en los brazos de la sombra, la embriaguez de los espejos
sobre el párpado de salmuera de los pañuelos: única la tarde,
repentina en la boca, el reloj compasivo de la huida.
Sobre el tejado, el hilo del viento amarra toda la geografía del miedo,
los litorales irremediables del sexo, el autorretrato de la abstracción
en la plena teología de los sueños, las dimensiones del alambique goteando 
desde la profundidad de las ventanas.
Uno sabe que el tiempo tiene su plegaria de bartolinas.
En el horcón de los sueños, la viga lineal de los meses y sus comensales.
Ya he ahogado todas las albas en el guacal de la espuma.
Mañana es otra alambrada sobre los amarillos de la almohada.
Con la edad avanzada abundan los semáforos, pero amenguan las catástrofes.
Ahora sé con certeza qué incendios provocan la vigilia y cuáles dudas resultan 
más audaces que la niebla.
Como vos, el molino de temperaturas a la altura de los sueños.
Como vos, al borde de la sed admitiendo las revelaciones del frío y el lado oscuro 
de los barrancos, y el canasto de moscas dándole golpes al vacío.
Después de la mariposa arrancada a los folios del sigilo,
estas gotas de sal en el lagrimal del oleaje:
uno, por fin, se atreve a hacer inventario de los tantos extravíos vividos;
llegado a este punto, también uno hace recuento de los muertos, del duelo
y del abandono, de toda la asimetría ensimismada de los murciélagos.
En todo caso, cada quien dispone del olvido para sanar sus propias heridas.
Barataria, 2016

sábado, 16 de julio de 2016

MAR YACENTE

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MAR YACENTE




Veo las pupilas del poniente sin sonidos y el parpadeo de pez inmundo.
Mientras descifro el rocío sobre la piedra, arde la sal oscurecida
en el firmamento: uno procura entender las profecías rotas de este tiempo,
el moho de la noche que incendia el aliento,
y la ira atravesada en la respiración como una flecha de luz postrera.
Al otro lado de lo remoto, el libro de granito y su acantilado de sed,
las aguas abatidas por la muerte.
El mar yacente nos arrastra desde su litoral de roja espuma: desde el ojo abisal 
del pájaro olvidado, la boca y su morada mortaja, los pies amarillos
en la mudez, la noche y sus gaviotas de sangre;
el viento del gemido estruja en las costillas las ojeras del calendario
o el moscardón cercando la piel del cuerpo atizado en agonía.
Al fondo, tendidos los abismos, la desnudez dilatada del pez profundo;
en el umbral del cuenco de las limosnas, siempre el desengaño, o la demencia,
el afán de desvestir cada grito que se alza en el viento.
Sobre las aguas uno ahoga las arcadas de los recuerdos: yace toda la voz desmedida 
en los bolsillos, el pañuelo salado de las ausencias,
los ojos ciegos que borran cualquier memoria.
En medio de las sombras solo el hierro que gobierna las prestidigitaciones,
el fondo abisal del insomnio con todos sus remotos azadones, esos duros vientos 
del aletazo y el conjuro.
Al final, sólo el largo delirio de la fuga, o la tinta de moho amontonada
en el pecho como un escapulario de concavidades estériles.
Barataria, 2016

miércoles, 13 de julio de 2016

MAGULLADURA

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MAGULLADURA




Son ciertos los declives y la confusión que se vive en los letargos.
Cierto el golpe en los ojos de los tatuajes, y su telaraña de angustia sembrada
en los pasadizos del día a día.
Nuestro mundo se sostiene en los zumbidos ahogados de las moscas.
A la hora de mayor circulación se descarrilan las emociones y vuelve lo sinuoso
a ser parte de la complicidad en los múltiples extravíos del presente.
Nuestro tiempo ha convertido en carcoma todo el esplendor:
a la puerta de cada quien el poder de la hostilidad, los magullones de la bruma
y ese solamente recuerdo de lo inconcluso.
Uno deja de fiarse de esa larga fatiga de los muertos porque cansa el cardo
y la saliva y las noches alrededor de los matorrales.
Aún desde cierta cobardía se ejerce hostilidad: todo hace suponer lo vacío
de los sueños y su maquillaje de plegaria o conjuro.
En toda esta extensa circuncisión, nos volvemos paciente activo de la desdicha.
Ni siquiera los cementerios se resisten a tanto esqueleto (frente a mí,
las infancias continuando en el círculo siniestro del juego.
Ahora no sirven, ni son posibles las distancias, ni la pared que sostenga
una puerta, crece como levadura este infierno peligroso de discursos.)
Yo no sé hasta dónde llegará este tiempo de memoria dolorosa, ni en qué manos 
cobrará más vidas, ni qué voces, allá, despierten mañana.
Yo no sé si haya una luz que se encienda entre la respiración y el alba y eleve
a sahumerio todas esas infancias quebradas y tristes y sin ojos…
Barataria, 20.V.2016

domingo, 10 de julio de 2016

LUZ DE AGUJERO

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LUZ DE AGUJERO




Apenas la oruga en el agujero de las palabras, la llovizna olvidada
de la inocencia, los claros rastrojos en las ojeras.
Es mínima la luz en este viento de bosques, la escopeta de la nostalgia dispara
sus hemisferios, los fríos del filo que cortan la patria, las noches difuntas
de espejos, los secos flecos de las armaduras.
Uno vive poco entre arrullos, pero mucho en la rosa sin brújula de los muertos.
Sobre el césped se ven, sólo, los vestigios de las fotografías y los agujeros
que han ido dejando las sartenes y las hojas de papel y algunas semanas
de cebollas.  Hay quienes pían de sediento patriotismo.
Son incalculables los viajeros nocturnos de las centellas, la luz innumerable
de los fósiles y el helado castillo de naipes de los herbívoros.
Uno siempre está peinándose dentro de ese agujero del desenfreno.
A menudo es preferible darle ciudadanía a la demencia, ver la falta de estupor
como una antorcha o un candil.
Detrás de los columpios hay que vomitar las opulencias.
El fuego nunca mide la totalidad del recorrido de los zapatos.
Uno se encuentra con los ojos desnudos de silencio.
Unos gruñen buscando un desagüe para sus encajes llenos de salpullido.
Día a día uno está renunciando a esa locura crepuscular de la realidad.
Al margen de la luz total, la astilla de ocote que nos rasguña las pupilas.
(Mientras unos son fieles a los caballitos de mar, otros se precipitan
en los hacinamientos del día, justo en la hecatombe de las aceras.)
Barataria, 2016

jueves, 7 de julio de 2016

REALIDADES VACÍAS

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REALIDADES VACÍAS




Nos arrastran hacia el estío,  estos metales de códigos vacíos, los cofres
con ratas, en medio del ultraje y muerte que vivimos.
No hay misterio en las monedas desgastadas de los preceptos, ni azúcar
en la niebla precipitada de las destrucciones, ni rumbo en el viento mutilado
de los bolsillos, salvo en las cataratas,
en los ruidos de antaño sin cerrojo, en el país de monumentos de dudosos brazos: 
todo es tan real como lo inexistente. Como el aullido duro de la ceniza del país, 
como los nombres que levantan puños de lágrimas,
y corrompen con su boca inagotable.
(Siempre nos hablan y nos quieren enseñar cosas extrañas, episodios proféticos 
de santos que no existen; llegado a tal insensatez, quedan en mi memoria todas 
las amputaciones posibles, las diversiones privadas que uno no ve, las formas 
de darle ciudadanía a la ignorancia, al bestiario de invierno en nuestra conciencia, 
a las borrosas imágenes de cierto vampirismo.
Por supuesto, durante  las semanas, me gasto las noches en cigarros y en una
y otra angustia entre las tantas que deben acompañarme.
Dicho sea de paso, por equívoco me río, desgraciadamente; descubro, claro está, desconciertos en esta venerable soledad de los brazos.)
Ante lo innumerable uno quiere creer que la realidad es diferente; no es así.
Mientras desciendo a las ojeras del insomnio, otros se adueñan de la memoria.
Aun no sé cuál es la diferencia entre una tormenta o una jaula.
Sólo sé de las noches amarillas de la nostalgia y de alguna lejanía…
Barataria, 17.V.2016

lunes, 4 de julio de 2016

DESTINO DEL VIENTO

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DESTINO DEL VIENTO




No hay rumbo, ni horizonte, ni barcos, sólo el viento y su sal de espuma.
Existen lentos litorales alrededor de los ojos, lentos mástiles
despedazados, lentas hojas movidas por la brisa; sobre los escapularios oscuros 
de los imaginarios, las anguilas muertas sobre la mesa de un antiguo muelle
como monedas o cementerios.
Como el sinsentido, los dientes del viento y su boca de piscuhas ciegas,
como una instantánea de luz, el grito febril de las banderas,
como amante sonámbulo, móvil alrededor de las fotografías: extraviado, 
igual que el humo, o las palabras que apenas asoman en la fatiga.
Uno nunca sabe qué rumbo toma entre los tantos vacíos de los huesos.
A veces camina como un ventarrón de cuchillos y da miedo su audacia.
A veces arrastra amargas heces y rostros de encendida impaciencia.
Despierta y camina como hambre demencial.
Remienda o derrite las esquinas líquidas de las rosas: no hay ruta, ni calle ilesa,
ni edad en esta vastedad invisible.
No sé qué juegos juega, tampoco sé de la estampida de esa voz que levanta
los sombreros y hace de ellos pájaros despiadados.
Todo posee una línea imposible de distancias, de frondas y catástrofes.
(Avanza sobre las sienes el lenguaje coloquial de las ventanas, la respiración
y el parpadeo: tiembla el cuerpo en su oscilación, muda su disfraz debajo
de pelucas cansadas de tráfico. Nunca estoy a salvo aquí.)
A mi alrededor nadie que dé sombrita, salvo la condición de víctima.
En algún lugar, vociferan amontonados todos los vientos y mi propia claridad.
Barataria, 15.V.2016

viernes, 1 de julio de 2016

UN GRAN SILENCIO

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UN GRAN SILENCIO




“Un gran silencio llegó a la calle abandonada”, mientras un vaho maloliente,
demencial, invade con sus impurezas, la rosa de ceniza de los sueños.
Abrigamos en la memoria todo el equipaje que uno acumula en los poros.
Siempre hay un silencio definitivo, cuando parten sonámbulos los trenes,
cuando alguien tímidamente muerde un pétalo de la noche,
cuando todo el presente nos parece deshumanizado,
cuando en los ojos asustan las fotografías y los chasquidos de los excrementos.
Siempre hay silencio cuando un pájaro ciego muerde el hambre.
Oigo el tropel del silencio en los abanicos del grito: escucho el susurro que baja 
hasta las ingles y allí deja su piedra húmeda de rostros.
Uno se vuelve oscuro ante tanta excavación y crucifixiones.
(Ya no importa quien habla, imposta la voz, o usa peluca o espía en la oscuridad 
de la noche; tampoco tiene sentido usar boina o sombrero, si de cualquier manera 
uno es reconocido: sin duda es mejor el silencio: no entran moscas,
y se puede vivir mucho más, si es que ésta es la consigna.
Tampoco es recomendable abrir mucho los ojos, o darle rienda suelta
a los fantasmas que uno lleva adentro.
Sólo vos o yo podemos hacer este ejercicio de ahuyentar la desesperación.
Ahora es necesario evitar que la humedad haga ruido y se propague
la desobediencia y sean decapitadas las manchas oscuras por la claridad.)
Es necesario evitar que se desarrollen las crisálidas.
Callo, paisito, mientras la noche sube hasta los entusiasmos flagelados.
Barataria, 14.V.2016