Imagen cogida de la red
DISTANCIAS INSOMNES
Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos
y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse
tranquilos…
Federico García Lorca
Lo
de los peces muertos, sin duda tiene connotaciones sustanciales: hay allí una
complejidad insoslayable que ronda con la diversión y la notoriedad, con la
realidad a menudo imprevisible para el ojo común. Ignoro si eso del fluir, me
refiero a la muerte, tiene que ver con lo heracliteano, o sólo son antojadizos
los preceptos de la desfachatez. En mi poesía siempre hay algo borroso: sobre
mí la imagen fantasmal del tiempo, los ocultos vestigios de la fantasía y la
imaginación. Uno madura dentro del cántaro árido, de la putrefacción infinita
que se cierne en las sienes. He dicho, poeta que “Me resigno al cardumen:
debajo de la piel, el alarido del barbasco.” Y esas tantas aguas perturbadoras
del tiempo muerto de la historia. Todo, desde luego, es discutible, las
procesiones implacables del humo, la materia del absurdo, y su fuerza escénica.
A fuerza de soledad uno desentierra muertos y vivos, desenvuelve la sacralidad
de las estatuas, muerde los fríos acumulados en el siempre concepto de cambio
ya desaparecido. Me viene a la mente en pantalla gigante la noción de las tres
divinas personas; para aliviar las
torpezas se necesita de otro personaje u otros que sumen para armar una nueva
teoría del caos y la duda. Hay verdades tan monótonas como los dramas, como en
el sonido sordo que escuchan los cíclopes, como la intimidad no resuelta en
público. Por paradójico que resulte, la oscuridad tiene sus bondades, algo la
justifica en las excusas psicológicas a
quema ropa. Los disparos siempre han constituido un mero juego de proxenetas,
los golpes de estado que siempre están en la boca de los que no evolucionan; en
apariencia, todo está claro. No es cierto. Necesitamos un pelotón de antorchas
no una comedia. O una comedia que destierre la ira, las casualidades y las escaramuzas.
Claro, como actores buscamos tiempos conciliatorios, tiempo para cruzar la
calle y continuar en zancada larga cuesta abajo hasta leer las carteleras del
desprecio y el vejamen. Lo de los peces, ojalá no sea una cifra impar, sino
usted y yo, aplaudiendo desde la atalaya, el otro mutis de la carcajada. En
adelante, juro una nueva escenografía para las atarrayas, o el trasmallo para
este sabor de agua inmóvil, oscuro manantial de voces, abiertas a la cerrazón
de las proclamas. Aun en la mano ofrecida estamos dentro de un teatro: el
teatro y su necesidad de permear conciencias, el teatro y sus protocolos
desabridos, el teatro y sus pedanterías, el teatro y su vestíbulo der asesinos
inconfesos. Uno siempre está pensando por desgracia en las libertades mayores
del espíritu. Y en esa espera se acaba el tiempo. Cada vez, usted y yo matamos
el tiempo, asesinamos las esperanzas, pero no esa cuadrilla que se roba los
azules, los meses de libros. A cada rato se nos interrumpe la comedia. Con
sinceridad pienso que la claridad es un absurdo, Shakespeare, es un absurdo;
Lope de Vega, es un absurdo; Racine, es un absurdo; Novalis, es un absurdo; Cervantes es también un absurdo y otros dioses
y diosas. Actúa usted en su locura, o es la locura ese motor incesante para
actuar. Supongo que un día de estos dejaremos de jugar. Me disculpo con
aquellos a los que les estorbo, o incomodo. Es igual creo. Aprecio el café
negro, negro amargo para suscitar el parpadeo. Alguien me sopla al oído y me
dice que “se acabaron las verdades eternas”. Yo por si acaso, eso es verdad, agarro mis propias lágrimas y
las lavo en el regazo del poema. Después de todo, todas las distancias son
insomnes…
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