Imagen cogida de la red
LUZ DE AGUJERO
Apenas la
oruga en el agujero de las palabras, la llovizna olvidada
de la
inocencia, los claros rastrojos en las ojeras.
Es mínima la
luz en este viento de bosques, la escopeta de la nostalgia dispara
sus
hemisferios, los fríos del filo que cortan la patria, las noches difuntas
de espejos,
los secos flecos de las armaduras.
Uno vive
poco entre arrullos, pero mucho en la rosa sin brújula de los muertos.
Sobre el
césped se ven, sólo, los vestigios de las fotografías y los agujeros
que han ido
dejando las sartenes y las hojas de papel y algunas semanas
de cebollas. Hay quienes pían de sediento patriotismo.
Son
incalculables los viajeros nocturnos de las centellas, la luz innumerable
de los
fósiles y el helado castillo de naipes de los herbívoros.
Uno siempre
está peinándose dentro de ese agujero del desenfreno.
A menudo es
preferible darle ciudadanía a la demencia, ver la falta de estupor
como una
antorcha o un candil.
Detrás de
los columpios hay que vomitar las opulencias.
El fuego
nunca mide la totalidad del recorrido de los zapatos.
Uno se
encuentra con los ojos desnudos de silencio.
Unos gruñen
buscando un desagüe para sus encajes llenos de salpullido.
Día a día
uno está renunciando a esa locura crepuscular de la realidad.
Al margen de
la luz total, la astilla de ocote que nos rasguña las pupilas.
(Mientras unos son fieles a los caballitos de mar,
otros se precipitan
en los hacinamientos del día, justo en la
hecatombe de las aceras.)
Barataria, 2016
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