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miércoles, 20 de marzo de 2024

CADA SOMBRA ES UN PREFACIO

 

André Cruchaga

CADA SOMBRA ES UN PREFACIO

 

 

Me gustan las sombras para guarecer las fosforescencias territoriales,

después de todo, el reloj es un vaso del tiempo en el que todos bebemos,

el que nos marca, disfrazado o no, la ebria cabellera de ceniza.

Una cosa es el racionalismo al cual nos acostumbró la filosofía y otra,

el diálogo que entabla Platón con Parménides en las Panateneas.

Por eso digo que, sin las aporías del caso, en cada tren, barco, peces

o zapatos, hay espejismos que nos alimentan.

Y sustancias oscuras donde se desbordan los tatuajes que la modernidad

desecha sin la necesaria misericordia hacia el pensamiento didáctico.

En medio de la noche irrumpe el metal ganawa, lentas cadenas entre vudú,

santería, candomblé, boca abajo braman desorbitados los esclavos,

la entraña negra de los descendientes, también esclavos negros.

También buitres trompetas bramando en vasijas de muchedumbres oscuras.

Duele el agua fuerte de las armónicas y su caricia de prostitutas y tabaco,

de alfileres que uno soporta al ras de la cobija de pobre comensal.

(Cada sombra es la sombra de un destino de leznas; ahí el acné abrupto

de las fiebres y los establos incestuosos del salpullido.)

 

La idea es lo más próximo que tengo en este invierno de delectación

trágica; trágico lo deshumanizante que hay en el corazón de la humanidad.

¿En qué sitio puedo encontrar la autenticidad sin máculas,

la perenne virtud del orden de las cosas? El dolor no es retórico cuando

surge de la indiferencia, tampoco hay milagros para socavar la destrucción

y todo cuanto vemos un futuro sin mesas ni comida.

Siempre me alcanzan las sombras del horizonte, la respiración eriza

de la embriaguez, la dulzura que no llega a la tierra en forma de manzana,

la amenaza de un gotero oscuro, la falta de probidad de los cuchillos.

Nos muerde el hastío perverso del búho en su absurda desnudez:

hay golpes sombríos en este cuerpo negro, y bocas de exterminio

en la miseria de los tabancos que se aloja en el pecho como patios

de angustia, míseros deseos civiles aullando en los sueños soñados

de un estar aquí torpemente negado.

 

(Y luego usted con sus arengas de cactus y diáspora al primer sol,

sin entender la esencia del tiempo embriagado en un calvario de destierro

de multitudes. La luz es la más antigua de las sombras; resplandecer

es más, un acto de fe que de aprendizaje: el aprendizaje a menudo

se vuelve letra muerta ante el poderío de los balcones y eclipses terrestres.

Así lo dicen las tullidas edades de la historia, el luto del hombre cegado

en el camino. Así morimos de nalgas y sin ninguna cordura.)

 

Al borde los cansancios del cielo y ciertos sonambulismos, lugares

prohibidos para el sueño y la memoria, los latidos de rodillas como el bulto

de la muerte en vados de bayas furtivas.

Hacia las celdas de la noche la alegría olvidada del alba: entendemos

que todo va muriendo mientras vivimos; sabemos que el grito abre

el pecho, y que las sombras se acrecientan en nuestro extravío.

Dentro de nosotros cada sombra es un abismo de colosales proporciones,

pero no lo sabemos hasta que gira y nos cubre la noche.

Cuando el mundo deshaga los falsos estupores, habremos ganado el único

bosque posible, esa suerte de vivir creciendo en la savia de las manos.

El miedo es la antesala para destrozar nuestros pensamientos.

Jehová de sangre negra, rumian vacas en los linderos de Walt Whitman,

quejidos en iglesias y tabernas, quejidos negros del cielo, macabros

cementerios, deformados rentistas de la tristeza,

locomotoras cansadas, una canción negra de granjas con legumbres negras

sonriendo en medio de la leche negra del carbón.

«In this world, if you read the papers,

you know everybody's fighting on with each other» …


Del libro: «Insane Asylum y otros poemas para Koko Taylor», 2012
©Fotografía André Cruchaga
©André Cruchaga


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