CADA SOMBRA ES UN PREFACIO
Me gustan las sombras para
guarecer las fosforescencias territoriales,
después de todo, el reloj es
un vaso del tiempo en el que todos bebemos,
el que nos marca, disfrazado
o no, la ebria cabellera de ceniza.
Una cosa es el racionalismo
al cual nos acostumbró la filosofía y otra,
el diálogo que entabla
Platón con Parménides en las Panateneas.
Por eso digo que, sin las
aporías del caso, en cada tren, barco, peces
o zapatos, hay espejismos
que nos alimentan.
Y sustancias oscuras donde
se desbordan los tatuajes que la modernidad
desecha sin la necesaria
misericordia hacia el pensamiento didáctico.
En medio de la noche irrumpe
el metal ganawa, lentas cadenas entre vudú,
santería, candomblé, boca
abajo braman desorbitados los esclavos,
la entraña negra de los
descendientes, también esclavos negros.
También buitres trompetas
bramando en vasijas de muchedumbres oscuras.
Duele el agua fuerte de las
armónicas y su caricia de prostitutas y tabaco,
de alfileres que uno soporta
al ras de la cobija de pobre comensal.
(Cada sombra es la sombra de un destino de leznas; ahí el acné abrupto
de las fiebres y los establos incestuosos del salpullido.)
La idea es lo más próximo
que tengo en este invierno de delectación
trágica; trágico lo
deshumanizante que hay en el corazón de la humanidad.
¿En qué sitio puedo
encontrar la autenticidad sin máculas,
la perenne virtud del orden
de las cosas? El dolor no es retórico cuando
surge de la indiferencia,
tampoco hay milagros para socavar la destrucción
y todo cuanto vemos un
futuro sin mesas ni comida.
Siempre me alcanzan las
sombras del horizonte, la respiración eriza
de la embriaguez, la dulzura
que no llega a la tierra en forma de manzana,
la amenaza de un gotero
oscuro, la falta de probidad de los cuchillos.
Nos muerde el hastío
perverso del búho en su absurda desnudez:
hay golpes sombríos en este
cuerpo negro, y bocas de exterminio
en la miseria de los
tabancos que se aloja en el pecho como patios
de angustia, míseros deseos
civiles aullando en los sueños soñados
de un estar aquí torpemente
negado.
(Y luego usted con sus arengas de cactus y diáspora al primer sol,
sin entender la esencia del tiempo embriagado en un calvario de destierro
de multitudes. La luz es la más antigua de las sombras; resplandecer
es más, un acto de fe que de aprendizaje: el aprendizaje a menudo
se vuelve letra muerta ante el poderío de los balcones y eclipses
terrestres.
Así lo dicen las tullidas edades de la historia, el luto del hombre cegado
en el camino. Así morimos de nalgas y sin ninguna cordura.)
Al borde los cansancios del cielo y ciertos
sonambulismos, lugares
prohibidos para el sueño y la memoria, los latidos
de rodillas como el bulto
de la muerte en vados de bayas furtivas.
Hacia las celdas de la noche la alegría olvidada
del alba: entendemos
que todo va muriendo mientras vivimos; sabemos que
el grito abre
el pecho, y que las sombras se acrecientan en
nuestro extravío.
Dentro de nosotros cada sombra es un abismo de
colosales proporciones,
pero no lo sabemos hasta que gira y nos cubre la
noche.
Cuando el mundo deshaga los falsos estupores, habremos
ganado el único
bosque posible, —esa suerte de vivir creciendo en la savia de las
manos.
El miedo es la antesala para destrozar nuestros
pensamientos.
Jehová de sangre negra, rumian vacas en los
linderos de Walt Whitman,
quejidos en iglesias y tabernas, quejidos negros
del cielo, macabros
cementerios, deformados rentistas de la tristeza,
locomotoras cansadas, una canción negra de granjas
con legumbres negras
sonriendo en medio de la leche negra del carbón.
«In this world, if you read
the papers,
you know everybody's
fighting on with each other» …
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