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jueves, 28 de marzo de 2024

BALANCE DEL FRÍO CUANDO ANOCHECE

 

©Pintura -Oswaldo Guayasamín | LOS PRISIONEROS


BALANCE DEL FRÍO CUANDO ANOCHECE

 

 

A medianoche el balance de nuestros haberes envejecidos fragmentos

de almas, centinelas verdes que avanzan en la calle: — ¿duermo? No.

Los gajos de oscuridad pululan en el firmamento de criaturas temerosas

de la noche, igual que la historia con sus golpes de sangre; desde luego,

el ojo sigue abierto en proporción al relato convincente de la memoria,

—caminos de torrenciales espectros contra los horrores y el dolor,

nada de olvido en el pecho que a ratos hierve: lentas horas de simetrías

copan el rastrojo del pecho.

Cada hombre llega al límite de su melancolía cuando el frío habita, vilano

de la madrugada y la almohada confunde los acantilados.

 

El ceño absorbe toda la oscuridad de los relojes baldíos de las esferas;

son tantos los abandonos que todo se vuelve laberinto, las vigas cavilan

en este torpe taladro que rompe la saliva, la figura de clavos en ataúdes

vacíos, la desesperación desplomada en el pecho con forma de abismo,

ijares amargos del sobresalto, la boca menguada en el asfalto.

Barbas jorobadas y embadurnadas de dolor, un barullo de rosas sobre

la piedra lejana de un aparador.

 

El planeta de los muertos reparte sus osamentas y se consuma el horror,

la reverberación del insulto a los mandamientos; todo parece maquinaria

subterránea, ahora con murmuraciones de cangrejos, la medianoche hurta

el uso de las sastrerías, los seres desaparecidos debajo de las piedras,

asoman las poleas del pulso y encima del pecho,

rasgan las aristas del espejo.

—¿duermo? No. Cada sueño es una fosa de fotografías.

 

El azadón lame la modorra que deja la vigilia, cava en el torrente

del aliento con voz de ahogada piedra, de muelle desasido por relámpagos;

aun en la deshora maduran los muertos, sin la fatiga de enhebrar el ojo

de la guja, la balanza que tiene senderos de desequilibrio.

En la sábana telúrica de los pañuelos, un montón de bocacalles negras,

el haz de alfileres buscando la mesa;

cuando las persianas del horizonte se abren, el pinar siempre oscuro

de la luz y la oscuridad al fondo de las tabernas.

Ante la luz mortecina de grúas oxidadas, la tala de la voz en los lagrimales.

 

De todas formas, el horizonte sólo es espejismo de un fuego que no existe,

ventana donde se amalgaman otras penumbras, tan ciertas como un viaje

al interior de la memoria de un montón de objetos desparramados,

tan oscuras como la locura incesante que uno sufre a voluntad del tiempo

y el frío alrededor de los ojos violados del sueño.

Anochece en el capitel de los tímpanos el vuelo de los extremos del llanto.

 

Desde mi desesperación, muerdo los vástagos de mis asesinos pisándome

los talones, las calles empedradas de la humillación, este cadáver de vivir

el vía crucis sin el soplo del féretro.

En los extremos de la emboscada de los ojos, nadie regresa a la vida, nadie.

Con los brazos sobre la barra, agarro otro vaso maldito de oscuridad.

Bebo las lágrimas de las familias aterradas,

el llanto último, latifundio del luto, miedo amotinado en el terror.

 

Barataria, 2012

 

Del libro: «Insane Asylum y otros poemas para Koko Taylor», 2012

©Pintura -Oswaldo Guayasamín | LOS PRISIONEROS

©André Cruchaga


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