©Pintura -Oswaldo Guayasamín | LOS PRISIONEROS
BALANCE DEL FRÍO CUANDO
ANOCHECE
A medianoche el balance de nuestros
haberes envejecidos fragmentos
de almas, centinelas verdes
que avanzan en la calle: — ¿duermo? No.
Los gajos de oscuridad
pululan en el firmamento de criaturas temerosas
de la noche, igual que la
historia con sus golpes de sangre; desde luego,
el ojo sigue abierto en
proporción al relato convincente de la memoria,
—caminos de torrenciales
espectros contra los horrores y el dolor,
nada de olvido en el pecho
que a ratos hierve: lentas horas de simetrías
copan el rastrojo del pecho.
Cada hombre llega al límite
de su melancolía cuando el frío habita, vilano
de la madrugada y la
almohada confunde los acantilados.
El ceño absorbe toda la
oscuridad de los relojes baldíos de las esferas;
son tantos los abandonos que
todo se vuelve laberinto, las vigas cavilan
en este torpe taladro que
rompe la saliva, la figura de clavos en ataúdes
vacíos, la desesperación
desplomada en el pecho con forma de abismo,
ijares amargos del
sobresalto, la boca menguada en el asfalto.
Barbas jorobadas y
embadurnadas de dolor, un barullo de rosas sobre
la piedra lejana de un
aparador.
El planeta de los muertos
reparte sus osamentas y se consuma el horror,
la reverberación del insulto
a los mandamientos; todo parece maquinaria
subterránea, ahora con
murmuraciones de cangrejos, la medianoche hurta
el uso de las sastrerías, los
seres desaparecidos debajo de las piedras,
asoman las poleas del pulso
y encima del pecho,
rasgan las aristas del
espejo.
—¿duermo? No. Cada sueño es
una fosa de fotografías.
El azadón lame la modorra
que deja la vigilia, cava en el torrente
del aliento con voz de
ahogada piedra, de muelle desasido por relámpagos;
aun en la deshora maduran
los muertos, sin la fatiga de enhebrar el ojo
de la guja, la balanza que
tiene senderos de desequilibrio.
En la sábana telúrica de los
pañuelos, un montón de bocacalles negras,
el haz de alfileres buscando
la mesa;
cuando las persianas del
horizonte se abren, el pinar siempre oscuro
de la luz y la oscuridad al
fondo de las tabernas.
Ante la luz mortecina de
grúas oxidadas, la tala de la voz en los lagrimales.
De todas formas, el
horizonte sólo es espejismo de un fuego que no existe,
ventana donde se amalgaman
otras penumbras, tan ciertas como un viaje
al interior de la memoria de
un montón de objetos desparramados,
tan oscuras como la locura
incesante que uno sufre a voluntad del tiempo
y el frío alrededor de los
ojos violados del sueño.
Anochece en el capitel de
los tímpanos el vuelo de los extremos del llanto.
Desde mi desesperación,
muerdo los vástagos de mis asesinos pisándome
los talones, las calles
empedradas de la humillación, este cadáver de vivir
el vía crucis sin el soplo
del féretro.
En los extremos de la
emboscada de los ojos, nadie regresa a la vida, nadie.
Con los brazos sobre la
barra, agarro otro vaso maldito de oscuridad.
Bebo las lágrimas de las
familias aterradas,
el llanto último, latifundio
del luto, miedo amotinado en el terror.
Barataria, 2012
Del libro: «Insane Asylum y otros poemas para Koko Taylor»,
2012
©Pintura -Oswaldo Guayasamín | LOS PRISIONEROS
©André Cruchaga