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miércoles, 28 de diciembre de 2022

LINDERO DE LA POSTA EN EL ALBA

Pere Bessó, Biblioteca Pública de Mislata.

LINDERO DE LA POSTA EN EL ALBA

 

 

A Pere Bessó

 

 

En el lindero del infinito, el borde sedentario del espejo

y su sombra de desierto, las fauces del fuego y las piedras,

los días civiles del calendario debajo de la niebla:

un perro lame los excrementos insomnes del parpadeo.

En la mano de la pobreza tiemblan los neumáticos

y el cataclismo del tatuaje y el pedacito de nostalgia con gangrena.

(Busco en el pájaro del alba ese sabor de solsticios.

En el sudor de la multitud, los juguetes oscuros dejados

en las aceras. En este cúmulo de horas,

casi domésticas las ventanas. El gato en la ventana tosiendo

sus reverberos. Todavía la luz está tendida sobre la tarde.)

En la herrumbre, el arcoíris muerde los agujeros petrificados

de los ojos. Quizás la línea imaginaria de la luz,

la dimensión de los pensamientos. Las calles con sus noches

a hombros, olas de metal en una melódica.

Siempre es adusto el talud que se levanta sobre la patria.

Jamás el sopor padeció  de inocencia a la sombra de un vientre;

de huesos: amo a muerte los ijares del entresueño.

Amo el paraguas desvanecido de los ecos y sus miedos frente

a los míos. Cuando desciendo al postrer despojo, el panal del ansia

y su ardimiento. Sobre el límite absoluto del sinfín,

las palabras como viejos corales. El olor acariciante de los burdeles.

Adentro de la garganta del horizonte, el sueño que se resiste

a la fatiga y al violento sudario de cometas azules.

 

Del libro: «Se han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015

©André Cruchaga


 

martes, 27 de diciembre de 2022

APUNTES

©Obra pictórica de Joan Mitchell


APUNTES

  

Una página tras otra página, como raídos periódicos en las aceras.

(De cuando en cuando la inocencia juega con el vacío

de los anteojos. Y las quemaduras con eso que se llama abandono.)

A veces arde todo lo incomprensible en los zapatos: los recuerdos,

diestros, en el desasosiego, mientras la dentadura del mal  acecha

con sus guantes: uno sólo quiere olvidar pájaros y mariposas.

Hay silencios obligatorios que nunca se oxidan y sombras

más invisibles que la luz de los sueños. Sombras que la boca recuerda.

(Ya sé que después de los extravíos uno queda deshabitado.)

No sé si en cada puerta, cambian de estación los tiempos inexactos,

los discursos, las máscaras y las baratijas.

Con excepción de alguna alambrada, tal vez nada tenga excusas.

Debajo de la noche, siempre se pierde el sombrero de los adioses,

el paraguas indeciso del cielo. Los recuerdos colgando de un  árbol.

Advierto, de pronto, que los roedores son más siniestros

que la neblina. Y el amor una ventana bordada en el horizonte.

Escribo simplemente desde mi jaula. (Escribo al calor

de las pequeñas cosas que aún no están proscritas ni en comodato.)

 

Del libro: «Se han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015

©André Cruchaga

©Obra pictórica de Joan Mitchell

 



 

jueves, 22 de diciembre de 2022

FÓSFOROS

©Obra pictórica de Joan Mitchell


FÓSFOROS

 

  De pronto se diseminan las luciérnagas de los cerillos

y aprietan profusamente las sienes.

En el guacal de algunos cielos, el rebaño de ovejas del porvenir;

hacia las calles de la noche, el vientre de los cardos

y sus lacustres venenos como las flores caídas en jardines oscuros.

En la jauría de la salmuera todos los disparos del cansancio,

las arrugas de los zapatos, los fósforos tenues de la dulzura.

Han bajado los sueños a inmolarse sobre las piedras, ¿quién duerme,

después de todo,  en medio de este hermoso paraíso?

Ávidos fuegos del sueño, inmóviles en las sombras,

los ingenuos que se pierden también en la sospecha.

Siempre remotos los días alrededor de campanarios:

Sacudo los tiliches de mi propio sarcófago: los dictámenes de la sed,

ahora, son amarillos; el destino es violento para ser azul

hasta en la pequeña flama del albedrío de la vida.

(El horizonte a lo lejos como una mínima ventisca:

todo es tan cierto cuando el perro de la sombra hace temblar

mi cuerpo de aullidos mientras ojos y pies rugen.)

Por si acaso camino entre el luto amargo del barbasco…

 

Del libro: «Se han roto tantas cosas con el viento»

©André Cruchaga


 

domingo, 18 de diciembre de 2022

NOCHE ABRUPTA

©Obra pictórica de Joan Mitchell


NOCHE ABRUPTA


En mi sitio preferido: el movimiento abrupto de la noche, y el hondo
sonido de los muelles, los ojos a la deriva de los párpados,
las grietas calcadas del pecho como los bolsillos sin monedas
sostenidos en las paredes de una historia que calla y otorga.
A menudo el frío es horizontal cuando invade los brazos;
ciego el racimo del firmamento, desangrado en el hilo del grito.
Entintado como el rumor de cuanto acontece.
A través del aliento del calendario, se adquiere la dureza
de las palabras, o el río del sollozo, o los puntos borrosos
del firmamento. Las nubes lejanas y sus eclipses.
Uno desangra las sombras del carbón: la oleada de tristeza resuena
en el tizne de la noche, como los acentuados fuegos del infortunio.

Termino por duplicar las sombras o desconocer los designios:
alguien juega conmigo al desamparo por adelantado a los escalofríos
de la memoria. Es el país que llena de sombras mis ojos.
Siempre el alma crea patios yermos y circulares botellas de ojos,
—Madre, sobre mí, esta locura de crear olvidos con huesos,

féretros y cementerios. Igual que en las noches de mi infancia.
Sí, después de todo, uno para salvarse, inventa alas o trencitos
de madera; Sí, en la forma de la noche, la solapa larga
de los recuerdos, y el final irremediable de los cuentos.

Todos los relojes se desnudan en soledad, como pez de oscuros
acuarios. Con usted los relámpagos en las comisuras,
la construcción abisal de los sueños de la conciencia.

La flauta de los ecos dispuestos a horadar sus senos de cometa y hechizo.

El país, usted lo sabe, es una rosa inundada de negro,

negras las lavanderías en la espuma de animal muerto,

enlutadas las puertas de la esperanza, degollada la espera.

 (En el ojo percudido de los resortes, la lengua inservible de la paz

y su intangible fisiología; en definitiva, la claridad es solo un sutil
juego de dados en el que gana el más hábil.
Qué nos queda después, sino este último espejo del teatro: en adelante
es mejor despertar y hacer que el olvido frunza su entrecejo
en un alambique. Toda la noche es más viva en el despojo. )

Del libro «Ámbito del náufrago»

©André Cruchaga


 

miércoles, 14 de diciembre de 2022

CAVILACIONES

 

©Obra pictórica de Yves Tanguy


CAVILACIONES


Emerge una golondrina de tempestades, este vaso sal obsesiva
en mis ojos de fenecida luz. La sal en la gota del cántaro,
sobre la piel, destrozada por las calles del tiempo.
—Ni usted ni yo, somos presente, salvo el sofoco y los altavoces
de la conciencia, las aguas allí de la constancia en el eclipse indefinido,
de las voces desafiando la garganta.

—El mundo de hoy, es como un suicidio en el cuerpo y lo sabe.

Anónimos cruzamos la calle de los recuerdos, las calles con dudas,
chuchillos y lágrimas. Los baldíos rotos del corazón.
Las calles donde avanza el absurdo de cadáveres y en litigio.
La perplejidad nos hace recordar la pesadumbre de lo andado.
Sabe que no podemos resarcir todas las aguas derramadas a la sal:
cualquier fuerza sobrepasa nuestra corporeidad,
los ojos abandonados, sin reconciliar: uno espera que las palabras
sean benignas y que extiendan sobre el aliento sus pequeñas
alegrías.
«Uno cavila como un reloj sin horas» en el sigilo del viento.

La desnudez del sollozo ciega los compases del mundo.

(Llueve en esta rara llaga de la entraña.)

Hay frío en Briggsmore avenue como en los suplicios
de un tropezón en ayunas. Hay un mea culpa en las roturas.
En la Carpentier road el matorral de la noche y sus recuerdos.
Fui y regresé mientras crepitaba la primavera en lo remoto.
(Siempre sueño su cuerpo de tierra menesterosa;
siempre repartida entre las espinas de mis manos.)
Enloquecemos en este lenguaje líquido de dos mundos:
la lejanía solo prolonga el desarraigo de barquero en el vacío,
el latido nos sacude hasta horadar los ijares.
Así sabemos, que las luciérnagas son fatales en los ojos.
De hecho odiamos a este país que nos hace llorar a cada rato;
odiamos la violencia que nos deja fuera del paraíso.

 

Del libro: «Diario de sombras»

©André Cruchaga


sábado, 3 de diciembre de 2022

ESTERTORES DEL PRESENTE

© Obra pictórica de Joan Mitchell


ESTERTORES DEL PRESENTE

 

Crece el grito sobre la espiga del duelo, una piedra nocturna y bestial nos arrincona, apestan los estertores del presente, la conciencia sustraída a la cual dábamos nombre, ahora se nos estruja hasta el último aliento y lo poco que queda en la cocina. Dormimos sobre un petate de lágrimas, mientras dibujamos un río para saltar las aguas. Nada tenemos de la tierra apuñalada, aquí se hunden los ojos como ver morir una flor. La noche más próxima nos resulta aterradora y nunca se cansa la muerte en la tierra de desposar nuestra condición humana ni la boca que perpetúa el vacío ni las colillas silenciosas que cuelga de la ventana ni la fe que suele desmoronarse como un hilo de arena. No basta con escupir los abismos a la calle cuando nos pisotean hasta el cuello. Ante lo abyecto, el sudor no deja de ser tortura.

 

Del libro: «Mi memoria se ha cansado de llover y esperarte», 2022

©André Cruchaga