LEJANÍA DEL
PAÍS
Al poeta y amigo Jorge Canales,
porque siempre ve ciegos y locos en las
calles de San Salvador.
Como
el árbol deshojado en los arriates, desvanecida la piel con esparadrapos,
los
crímenes a la orden del día, ese infierno cronometrado y confeso,
en
el que se juegan todas las palpitaciones.
Uno
no tiene la esperanza ni siquiera de una muerte digna.
Cada
vez te respiro como un arlequín país de mierda.
País
al que sólo unos pocos se lo quieren robar al crédito o de contado.
Sólo
la risa en cascada hace su propia historia, máscaras y túnicas
y
algunos inusuales alquimistas connaturales del insomnio.
Bajo
el rictus granulado de la llovizna, la piedra de la barbarie siempre ilesa,
como
aquellos trazos indelebles de la agonía.
Toda
la caligrafía del miedo está aquí con sus bolsillos inveterados.
Severos
los rostros, plagados de baches indisolubles,
de
bautizos desmemoriados, y soñolientas ranuras de contrafiguras oscuras.
Desplumadas
sus dos únicas vocales, sólo queda el tabique de las consonantes
y
su roto raudal de gorjeos. Y su espina del tamaño del cielo.
Levitan
las sombras sobre las paredes del eco. Sobre la cobija de viuda negra.
A
ver si algún día le podemos dar escarmientos al terror.
Sin
duda, muchos se complacen en darle vigencia al hambre, estirar el umbral
de
la mesa vacía, fundar más desengaños y excrementos.
Me
quedo absorto frente a la convulsión de las lágrimas del cierzo.
(En algún lugar del país, es preferible
cavar la propia tumba y dejarla ahí
que repose fría y desnuda como la pala
amarilla del aliento
al momento del trance. En el júbilo, el
estrépito de los pájaros)…
Barataria,
23.XII.2016
Del
libro: Reparación del olvido, 2016.
©André
Cruchaga
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