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MEMORIA DE ANDENES
Se levanta sin
decoro esta suerte de andamios
el descolor y las
superficialidades,
los zapatos que
examinan la cólera de los días postrados,
los huecos de la
frivolidad sometidos a mis ojos,
sin poder hacer
nada;
a menudo, para
cambiar el rastrojo
que deja la orina
en tránsito de sexo destrozado.
¿En qué orificio
nos deshacemos del maquillaje de la filiación
del corsario sin
talismanes,
de los pergaminos
escritos en el glaciar de la lengua
de los memorándumes
en el trafagar de la indeterminación?
—Todavía el tiempo es una cámara desnuda.
Con todo, mi
memoria se forja
en el traqueteo de
los zapatos.
Hay todo un sinfín
de palabras que nos vacían o nos llenan,
al punto que uno
pierde la orientación de los ríos
y se aferra a la
crueldad del paisaje,
a las
circunstancias superfluas de las frases hechas
sin importar que el
porvenir acumulado
esté en la sed de
la vasija del tórax.
Sé que perdimos la
sensibilidad ante el decoro.
En vez de
expectantes relojes eructamos letreros de ceniza,
mensajes con
osamentas congeladas,
decadentes arco
iris de pájaros.
Todos los días el
mismo cementerio de palabras,
la misma soledad
intravenosa que cuelga en el cierzo del alba:
gris la postal
espectral en la memoria,
o el miedo rotundo
al rebote del ala,
al genocidio del
aliento,
a los largos días
de bufandas oscuras,
como la conciencia cuando muere aplastada por
un buldócer.
Sólo hay tumbas
movedizas
en el ejercicio del
tránsito de la nube que piensa
que es planicie,
absoluto delirio de
grandeza en el video-casete
donde se muestra la
cola de la escarcha del faisán.
Si bien el manjar
parece de aurora,
yo digo que tiene
detalles imprecisos
y no responde al
tiro al blanco,
de la avidez ni a
la propia incitación
del ojo pardo del
grito de feria.
Con toda esta lucha
de antípodas,
el drama parece ser
el mismo:
vivir sólo en el
imaginario cansa;
ante la fécula
desollada,
sobran los
testimonios del mimetismo,
sobre lo aprendido.
Si buscamos
perennizar el fósforo en el aliento,
primero habremos de
morir en el exceso del desierto.
En el velero
imaginario, la sombra evaporada del espejo.
Barataria, 2012
Del libro “VACÍO HABITADO”, 2012
(inédito). 150 pp
© André Cruchaga