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viernes, 30 de marzo de 2018

CAMA DE MENDIGO

Imagen: Pinterest





CAMA DE MENDIGO




Ciego de hambres y nostalgias. Ciego.
Ciego de caminos y baldosas como los límites del sueño.
Ciego de petate y cobija, sin centellas en el puño.
Ciego de estrellas y humanidad,
hundido en el arpegio de la noche,
sin más ropa que el aire,
sin más carne que la hojarasca
hundida en los dientes de las piedras. 

Ciegos el ahora y el mañana.
Siego en mi ceguera el vacío de las deshoras;
la sal cruje en los ojos rotos del bulto
que soy en los muros oscuros del día.
Ciego de nombres:
los olvidé todos después de encarnar constantes naufragios,
después de vivir como un cuervo
picoteando los pinos y los escalpelos del suplicio.

Ciego en el fango de mi propio abatimiento.
Ciego de alas frente al grito:
nunca debió saltar la claridad en mi memoria,
nunca debió asomarse el ideal en el espejo.
Ciego de calendario en la rama que cuelga del infinito,
sólo la respiración monótona
dentro de la cavidad de la choza o los neumáticos.
Ciego de boca para masticar las moscas.

Ciego de brazos a la hora en que las aguas enhebran los poros:
así, semejante a un cielo desgarrado:
hilachas del pulso en la sangre,
magma de sombras en lo profundo.
Ciego este caminar como el Lazarillo de la historia,
servidor de muchos afanes y desengaños.
Tierra de heridas y cipreses, roída y sesgada,
derruida en la barbacoa de la historia.

Ciego giro en el terraplén de las sombras.
Mi propia sombra.
La sombra de muchos que al cabo se volvió invisible.
El sólo Dios definitivo en el declive de la carne.

Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
© André Cruchaga

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