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jueves, 30 de noviembre de 2017

HAMBRE DE MINUTOS

Fotografía: Pinterest





HAMBRE DE MINUTOS




Muerdo el hambre en la celosía deforme de los minutos,
en el reloj  revuelto de las aguas apuñalas de las ortopedias,
en la otra oscuridad que ciñe el silencio.

Entre los dedos, los murciélagos desnudos del polvo,
los colmillos de la tierra, la túnica crispada de los párpados.

En la guillotina del reloj, cuelgan su bastón los paraguas.

Antes, el regocijo tuvo pañuelos ahorcados:
—igual que las monedas, las manos se vuelven sombrías,
en la colmena de los poros, en esos sudarios alrededor de ciertas
cicatrices, en las postales del ciempiés de las sombras.

Vivimos en medio de una ciénaga de catecismos feroces:
recogemos, apenas, las migajas apoltronadas en las alfombras,
la cosecha de los establos,
la rama dulzona de las diademas del agua en el guacal de la sed.

Al pie de la noche desnudamos nuestras soledades:
nos apresa el pánico, la puerta tirada,
los reptiles curvados de los zapatos,
los deseos hasta el cuello, hundidos en el tributo del sollozo.

Una cama de espinas golpea nuestra espalda, —no duerme el sueño
arraigado a la ceniza, ni con fortísimas cerraduras,
ni con enhiestas rocas.

Nos come la hoguera del escombro,
el afilado telar de los minutos, las sombrillas irrestañables
de los escarabajos, la mesa sofocada del hambre.

—Somos, después de todo, el ojo medroso frente a los demonios,
el estrecho dominio de los dedos, la rala presencia de los cabellos
en la sombra del mundo.

Hay días que nos llueve el linaje del asco en las pupilas,
—nos llueve el punzón de la lanza, extrañas escaleras,
sumas de sorda contabilidad, insomnes caricaturas de los labios.

Sólo nos queda arrimarnos al cuaderno de las luciérnagas,
aprender la lección de los gargajos, golpear los féretros,
quitar las escamas oscuras del terror.

No es fácil encontrar la salida compasiva a los sueños,
en medio de la truculencia.

Turbias aguas en el río de la sangre, cierran el sendero.

—Vivimos transcurridos en la ráfaga del discurso:
nos desdibuja el estallido del reloj,
nos entumece cada bulto de aire aspirado,
nos recorre la ternura colgada de alambradas,
—la calle sombría del fracaso recurrente de la noche.

Ya no puedo caminar con las pupilas gastadas.

Los párpados cuelgan de los zapatos cansados de la almohada.
Amanece el muerto frente a la ventana,
asoma su nariz la calle incierta:

(contigo la redondez de los huesos se hace evidente. 
Las uña, allí, rotas de buscar la alegría;
los brazos, la misma proclama del frío.
El corazón descendido a queja. Envilecido el Paraíso.
Contigo, tampoco me salvo de este mundo de espuma:
llueve en el reloj todas las ramas del miedo;
vos, agolpada en el cabeceo de los itinerarios;
yo, abajo, sonriéndole al insomnio, mordiendo la desazón
del patetismo, aullando sobre el muro de las enredaderas.)

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

miércoles, 29 de noviembre de 2017

FRONTERA DEL ESTERTOR

Fotografía: Pinterest





FRONTERA DEL ESTERTOR




Me muerde el aire sangriento de los miedos. La lengua oscura
de la piedra pómez del país, la tristeza metálica del estertor.

El aire de los telares gastados del vértigo o los vestigios,
el abanico entumecido de la transparencia, los corazones carcomidos,
la insania cargada en los hombros, la vena rota:
espeluznante sed del aleteo oscuro de la sal, de las inclemencias
y hostilidades en el frío de los ahoras.

Las puertas dan pavor frente a las campánulas;
los andenes de saliva nos comen los poros;
en los folios de los muros no se escribe con legibilidad,
ni la tinta azul penetra en los pájaros.

Dentro de las luciérnagas los relojes desvelan su traje cansado.
Las pupilas parpadean en la frontera del sueño:

—sé que la perplejidad es a menudo un paisaje moribundo,
donde solo caben sigilos y desazones,
mares de confusas bufandas, vitrales ateridos,
aullidos que no comen los ángeles, aliento de portentosas uñas.

Necesitamos rollos doble hoja de papel higiénico y listerine,
para limpiarnos las promesas, los dedos después de tocar los murmullos,
las grietas cultivadas en los invernaderos,
y hasta el orgasmo del asceta en su clarividencia.

Siempre nos mordemos en esa jauría del adobe: la oscuridad
es la brasa diaria de los alfileres, el cuaderno de todos los días,
la ofrenda puesta en el atril de los sueños.

(Todos los burdeles por instante propician los olvidos.
Ahí no cabe la vehemencia de los sermones, solo la fuerza
Abrasadora de la vehemencia.)

Hoy por hoy, nada nos conmueve:
vivimos días de obediente extravío,
mazorcas de purulenta sangre,
vinagre de patética mensajería, retretes de pésimo oleaje,
paisajes que no caben en la cordura,
ni en el plato de comida.

(Nos toca, descubrir las bondades de las poluciones y el engrudo,
la armonía de las llaves en el perfume de los pétalos,
intuir en la siembra, la cosecha feliz, armar otro calendario,
sin los comensales frecuentes del horror, desinfectar el trino,
fundar otra luna en la dulzura, —quizá así, sea vivible
la neblina, el desierto, esta agonía puesta en las tejas de la luz.)

Por ahora debemos controlar las ansiedades,
ese minuto eterno de las vigas, los ojos curvados de gargantas;
y hasta el césped que muerde el muelle de la memoria.

Nos toca sonreír en medio de sinnúmero de párpados gastados,
baja la cabeza, para que las costillas no duelan;
nos toca beber el mugido de las baldosas y las axilas de los mendigos,
el futuro del respiro en latas de aceite, el aire en cucharadas de gritos,
tu pubis al borde de las cárcavas;
en las calles, los perros despiadados de las axilas, el tráfico sordo
de los recién nacidos, la hormiga sanguinaria en los dientes,
el escorpión de la historia como un collar rugiente,
la amenaza en el retrovisor de la espina.

Nos toca caminar leguas de cansancio. Y huesos en disputa.
—Así, como nómadas en el espejo
quebrado de las aguas. Así, en la alegría inaccesible, en la frontera
que nos abrasa con el ceño de granito enfebrecido.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

martes, 28 de noviembre de 2017

ENTRECEJO

Fotografía: Pinterest





ENTRECEJO




Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre
aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra
que pudiera profanar la ostensible flor que cae
como un junco en la ribera de los sueños.
Teófilo Cid




En la frente, los malogrados surcos de la esfera,
el vértice de lo inexorable, (universos de singulares bodegas)
las ficciones a menudo cerca de la ternura.
(Los amarillos cantos de la piel y su lenguaje calcáreo.)

Me toca caminar entre urgencias y negaciones:

andar el camino con el plumaje de las palabras,
mundo adentro, la sal sudada de los pensamientos,
cavar en los rieles de los trenes, ahogar la piedra
entumecida en el pecho,  apretar la sombra de la desesperanza
sin pasar al siguiente plato de la mesa,
vacía de manteles y cierta de ausencias.

Cuelgo los días en la pared del calendario,
por si la sed me vuelve olvidadizo, juego de confusiones
y de hambre: a mitad del entrecejo, el río del sudor,
las costuras del desfiladero, el traje del cortejo
arrugado de grises y sombras de razones
ya gastadas por el filo del vértigo.

Todo me vuelve profano y adusto como el aserrín
condensado de las puertas cerradas, como la desnudez calcinada
de las cáscaras en los abrojos.

Nadie me ve cuando grito junto al agua de la muerte.

Sobrevivo a las mareas. Rechazo ser ciervo o dardo.
(Sólo me aseguro ser inmune a la maldad y no sangrar de estridencias.)

Rechazo ser siervo en el violento filo de la ceniza:
prefiero escribir epitafios y deshacer los nudos del disfraz.

—Las distorsiones son deseos malogrados, heridas empaquetadas
en secretas telarañas, miserias del remedo.

En la oscuridad cuesta subir las escaleras del futuro:
resultan grotescos los relojes
en el cuarto de la paciencia, en la incandescencia de la garganta,
a menudo decadente en el charco del abucheo.

El silencio no es suficiente para bracear entre la salmuera:
afuera hay depredadores más siniestros que los roedores,
y los felinos adheridos a los dientes.

Convengo en sacudirme
el polvo todos los días, quitar el moho de las cerraduras,
usar cinta adhesiva en el cielo falso de las imprecaciones,
fingir que sueño con ventanas,
con cuerpos de canela o begonias o alelíes,
encender el fósforo para ver la concavidad de tantas revelaciones,
masticar el gusano de los sonidos poco grato al oído,
sostener el alambique de la respiración hasta que la saliva encuentra
su cauce, amar mi propio silencio
abajo del dintel de los ojos, en el bajorrelieve de la dentadura.

Y por si fuera poco, estremecer el escalofrío, hurtarle a las arterias
el río giratorio de lo humano. Lo demás es sombra y grito.
Es abandono en la sombra del tiempo.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

lunes, 27 de noviembre de 2017

DESTINO

Fotografía: Pinterest





DESTINO




Entonces, asomado a los ojos por dentro,
encuentras nueva paz y asumes la derrota.
Juan José Vélez Otero




Somos, después de todo, la luz disuelta del grifo entre la sombra:
todo eco calla. Aún la carcoma masticada en los laberintos,
la jaula cubierta de sabias palabras,
los juegos redondos de los circos, los dilemas de la llave y la puerta.

A decir verdad, no sólo es sombra el cuerpo, sino también las palabras,
la pequeñez de cuanto se es en el fondo del abismo,
el mar o la sangre ahogada en el regazo,
la hora esperada que siempre nos mantuvo en mutismo ensimismado:
consciente o no, es leve el puente entre la soledad y el silencio,
entre la lengua y las palabras,
entre los poros y la sábana,
entre la hojarasca y la breña,
entre el papel y la tinta, entre lamer los pasmos y el bostezo,
entre las verjas y los balcones, entre las aguas del mar, la arena
o la espuma que horada las hambres del pensamiento.

Los retratos también tienen un destino de sombras;
el tacto deja de ser memoria en el ansia,
la sed pasa a ser vieja historia;
la taza de café, nido circular de lo oscuro.

Un día la vida se vuelve luciérnaga apagada:
balastos apretados en la noche, muros cerrados de playas,
días y años caídos en la negación, noche de escalofríos
sin el amparo de túnicas: la misma ropa del rostro en el harapo.

(La noche nos muerde con su inacabado umbral de guijarros:
somos la sombra articulada en la garganta,
exhausta sombra como el agujero de la boca, fondo del cansancio
en este trajín de caminar sobre el agujero de los charcos,
a espaldas de la luz desfallecida,
agrias mordazas en la lengua, limos con el miedo de hundir los dedos
y los zapatos, oscuros animales en la raíz de las palabras.)

—Ignoro por qué flotan los cuerpos en el pozo de la muerte:

no los muertos, los ahogos que acechan,
los huesos que muerden la herrumbre, los manteles
que pervierten la boca, los sueños que se gastan cuando se amasa
la Esperanza, las calles que callan, duras, en el alma.

Somos sombras y recuerdos, eso explica todo:
sombras como la soledad del perro que cae sobre la hoja
de la bruma, como el bozal de los andamios,
duras hambres de morder cuando la lluvia juega a río,
cuando todo está hecho de lutos,
de cigarros para espantar los zancudos,
de zopilotes, de azacuanes y de suspiros.

Somos el severo peso de la soledad desbordado en los balcones.
Nuestro destino es ir navegando en medio de la tormenta
y sobrevivir a los burdeles descuadernados de las semanas.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

domingo, 26 de noviembre de 2017

SED DE ROCÍO

Fotografía: Pinterest






SED DE ROCÍO




Yo inventaba memorias.
Las aves se fugaban por las rutas del aire,
y era mentira la totalidad de la noche.
Ricardo Lindo




Un día me dijeron que la sed era solo espejismo en el aliento.
A menudo deambulo en la intemperie de la lluvia,
Deshaciendo las páginas de la diáspora,
el revés vívido de la angustia, sumo taller de la sed.

En el incensario, la luz templa el infinito; lo demás es yesca:
páramo abisal en el semblante de los pañuelos,
indigencia de los grillos,
feroz cristal en la arcilla de los alelíes.

Diría que me pierdo en las aguas secretas de la cama:
el salvavidas se inmuta frente al espejo,
el huracán trasegado del alambique,
los anaqueles de los libros, el mundo borroso de los bejucos,
el padre nuestro hasta el cuello del universo,
el agobio del vinagre elevado a hazaña de Estado:
somos después de todo un riesgo latente
en la página de cada mañana,
en el tragaluz recóndito del expediente de los sueños,
en el laberinto diseñado para los dientes,
donde no cabe la fatiga.

Nos inventamos pistas de aterrizaje para el reloj inquietante
de las dunas, para los mercados y su rutina;
así es como en la ebullición mordemos la espuma.

Nunca agotamos la gema del musgo de los litorales:
siempre la sed
con su dócil agitación de medianoche,
con el aplomo del ojo en el fermento del moho.
Mar adentro, el coral de los vitrales;
encima, el cobre de las campanas, las anclas copiosas de cadáveres.

A diario me toca inventar fuegos y mundos:
persigo paisajes al punto del rocío y la lluvia,
oficios donde la luz esté presente por si acaso.

No me fío de las costuras del azar, ni de las invocaciones sacras,
ni de la danza agónica del murmullo,
ni del trapecio que subyace en cada respiración,
ni de los aerobismos perfumados de los contenedores,
ni del resplandor de plata
de las escamas cuando todo es pozo irreal de los estiajes.

Prefiero creer en el camello que atraviesa el ojo de la aguja,
a la escarcha que pueda derivar de las máscaras,
al camino absurdo de las pelucas, a la animación del vello púbico,
sosteniendo mi vigilia de búho ciego.

Al final, la sed es un despojo de relojes:
inclemencia de hogueras,
simple hendidura del barro, querencia del desierto.

Al final, nada es si falta el vuelo: la entraña real de los nombres
queridos, —vos que pusiste los párpados de espalda,
y ofrendaste la noche y la tristeza y el peaje y colocaste diques,
en vez del agua.

En otras latitudes, la ventana relente, la alacena del agua,
cuando el eco, deshumedecido, devora el aliento.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

sábado, 25 de noviembre de 2017

BOSQUEJO DE LA DUDA

Imagen: Pinterest





BOSQUEJO DE LA DUDA




En ese mundo natural, sólo las latas y la paciencia
traen fecha de vencimiento.
René Rodas




Hay vientos que se aferran al trayecto de la herida:
forman su propia túnica de espejismos,
sombra en el atrio del pecho. Sangre corrompida el estiaje.

En su estanque, la desnudez se cubre de telarañas,
progresivas mariposas resbalan en el traspatio de la voz.

Es mejor deshojarme en el frío de la duda, a tener que soportar
el tránsito con agujeros y alfileres.
La fiebre da vueltas alrededor de las lámparas: así también
me doy cuenta que los  altares tejen grandes tinieblas,
ebulliciones de espuma,
leche oscura donde se inclina la alabanza.

En la estación muerta de las escaleras, el abismo tiene desniveles
de acordeones, puñales de tristeza,
y subastas donde la hoguera exorciza los días de la semana.

Aunque no se crea, las almádanas son necesarias para derribar
las mareas crecidas de los siglos empedernidos y los búhos negros
del idioma: las trenzas son singulares reptiles,
en presencia de la carne desollada de los cipreses.

Todavía me alimento de caracoles y luciérnagas:
—aunque cause alarma, me inquieta el desmayo en las claridades,
o si se quiere, el resplandor en las salas de los aeropuertos,
donde todo mundo quiere salir a la terraza para ver el sinfín. 

De pronto, ¿es cierta la brisa azul que se cuelga de la lengua,
del cielo lunar del azúcar, de la hoguera que estalla en la garganta?

—Todos los días del calendario son difíciles de entender.
Hoy más, cuando las muchachas caminan por la calles de la ciudad
en medio de bestiarios,
de fisuras y bagatelas, de aguas desconocidas ensuciando el día.

Hoy podemos inventar cualquier cosa: de ahí que los equívocos,
nutran la vida cotidiana, y la ciudadanía esté siempre en litigio,
y abunde por doquier la sospecha de la limosna del ciego en los videntes.

Cuando ardemos, caducamos en la varita mágica del tiempo.
Nos llena la calle con sus versos de granito, el colofón de la historia
no advertida, la avena del musgo en el olfato,
las verdades que nunca llegan a serlo en medio de la maleza,
el mérito de los pezones para los ojos sin brújula,
el filo de las alambradas sobre el pan incubado para albergues:
el exceso de cualquier vendaval es duda.

Todo sueño sobre piedra es duda. Toda palabra
es una escalera donde el alfabeto tira sus dados para probar
la suerte del zigzag en las pupilas.

A menudo los tambores de saliva no sirven para levantar el deseo,
sino para regocijar la caries mostrada por las lámparas.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga