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sábado, 25 de noviembre de 2017

BOSQUEJO DE LA DUDA

Imagen: Pinterest





BOSQUEJO DE LA DUDA




En ese mundo natural, sólo las latas y la paciencia
traen fecha de vencimiento.
René Rodas




Hay vientos que se aferran al trayecto de la herida:
forman su propia túnica de espejismos,
sombra en el atrio del pecho. Sangre corrompida el estiaje.

En su estanque, la desnudez se cubre de telarañas,
progresivas mariposas resbalan en el traspatio de la voz.

Es mejor deshojarme en el frío de la duda, a tener que soportar
el tránsito con agujeros y alfileres.
La fiebre da vueltas alrededor de las lámparas: así también
me doy cuenta que los  altares tejen grandes tinieblas,
ebulliciones de espuma,
leche oscura donde se inclina la alabanza.

En la estación muerta de las escaleras, el abismo tiene desniveles
de acordeones, puñales de tristeza,
y subastas donde la hoguera exorciza los días de la semana.

Aunque no se crea, las almádanas son necesarias para derribar
las mareas crecidas de los siglos empedernidos y los búhos negros
del idioma: las trenzas son singulares reptiles,
en presencia de la carne desollada de los cipreses.

Todavía me alimento de caracoles y luciérnagas:
—aunque cause alarma, me inquieta el desmayo en las claridades,
o si se quiere, el resplandor en las salas de los aeropuertos,
donde todo mundo quiere salir a la terraza para ver el sinfín. 

De pronto, ¿es cierta la brisa azul que se cuelga de la lengua,
del cielo lunar del azúcar, de la hoguera que estalla en la garganta?

—Todos los días del calendario son difíciles de entender.
Hoy más, cuando las muchachas caminan por la calles de la ciudad
en medio de bestiarios,
de fisuras y bagatelas, de aguas desconocidas ensuciando el día.

Hoy podemos inventar cualquier cosa: de ahí que los equívocos,
nutran la vida cotidiana, y la ciudadanía esté siempre en litigio,
y abunde por doquier la sospecha de la limosna del ciego en los videntes.

Cuando ardemos, caducamos en la varita mágica del tiempo.
Nos llena la calle con sus versos de granito, el colofón de la historia
no advertida, la avena del musgo en el olfato,
las verdades que nunca llegan a serlo en medio de la maleza,
el mérito de los pezones para los ojos sin brújula,
el filo de las alambradas sobre el pan incubado para albergues:
el exceso de cualquier vendaval es duda.

Todo sueño sobre piedra es duda. Toda palabra
es una escalera donde el alfabeto tira sus dados para probar
la suerte del zigzag en las pupilas.

A menudo los tambores de saliva no sirven para levantar el deseo,
sino para regocijar la caries mostrada por las lámparas.

Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga

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