Fotografía: Pinterest
DESTINO
Entonces, asomado a los
ojos por dentro,
encuentras nueva paz y
asumes la derrota.
Juan José Vélez Otero
Somos,
después de todo, la luz disuelta del grifo entre la sombra:
todo
eco calla. Aún la carcoma masticada en los laberintos,
la
jaula cubierta de sabias palabras,
los
juegos redondos de los circos, los dilemas de la llave y la puerta.
A
decir verdad, no sólo es sombra el cuerpo, sino también las palabras,
la
pequeñez de cuanto se es en el fondo del abismo,
el
mar o la sangre ahogada en el regazo,
la
hora esperada que siempre nos mantuvo en mutismo ensimismado:
consciente
o no, es leve el puente entre la soledad y el silencio,
entre
la lengua y las palabras,
entre
los poros y la sábana,
entre
la hojarasca y la breña,
entre
el papel y la tinta, entre lamer los pasmos y el bostezo,
entre
las verjas y los balcones, entre las aguas del mar, la arena
o
la espuma que horada las hambres del pensamiento.
Los
retratos también tienen un destino de sombras;
el
tacto deja de ser memoria en el ansia,
la
sed pasa a ser vieja historia;
la
taza de café, nido circular de lo oscuro.
Un
día la vida se vuelve luciérnaga apagada:
balastos
apretados en la noche, muros cerrados de playas,
días
y años caídos en la negación, noche de escalofríos
sin
el amparo de túnicas: la misma ropa del rostro en el harapo.
(La noche nos muerde con su inacabado
umbral de guijarros:
somos la sombra articulada en la
garganta,
exhausta sombra como el agujero de la
boca, fondo del cansancio
en este trajín de caminar sobre el
agujero de los charcos,
a espaldas de la luz desfallecida,
agrias mordazas en la lengua, limos
con el miedo de hundir los dedos
y los zapatos, oscuros animales en la
raíz de las palabras.)
—Ignoro
por qué flotan los cuerpos en el pozo de la muerte:
no
los muertos, los ahogos que acechan,
los
huesos que muerden la herrumbre, los manteles
que
pervierten la boca, los sueños que se gastan cuando se amasa
la
Esperanza, las calles que callan, duras, en el alma.
Somos
sombras y recuerdos, eso explica todo:
sombras
como la soledad del perro que cae sobre la hoja
de
la bruma, como el bozal de los andamios,
duras
hambres de morder cuando la lluvia juega a río,
cuando
todo está hecho de lutos,
de
cigarros para espantar los zancudos,
de
zopilotes, de azacuanes y de suspiros.
Somos
el severo peso de la soledad desbordado en los balcones.
Nuestro
destino es ir navegando en medio de la tormenta
y
sobrevivir a los burdeles descuadernados de las semanas.
Del libro “TRASTIENDA”, 2011 (Inédito) 120 pp
© André Cruchaga
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