Imagen cogida de la red
RUIDO DE LUZ
En el
ruido de luz de los huecos, los ecos de las sombras y su resplandor.
Ya
hemos vaciado todos los candiles de los pájaros, pero nos queda,
ese
jardín memorable de los clavos y los martillos, de las aceras agachadas
de la
tristeza, del gruñido delirante de los afueras dejados por la hojarasca.
Uno a
veces descree del crujido de las mandíbulas sobre las aceras.
¿A
quién darle la cara o la espalda?
¿A
quién las manos y los bolsillos, los sueños, la infancia, la camisa desabrochada
del fuego, el abrigo de los juguetes de lo que fuimos?
Un día
se irá usted y yo. Alguien querrá ocupar los brazos, abrochar el aliento,
salir y
ver girar la luz sin riendas, saltar y dormir, entonces, sin peligro.
(Arriba atraviesa la niebla los orificios del
miedo y la vergüenza;
sobre la cabeza el demasiado polvo de las
vigas, el césped seco del crujido.
¿Quién sabe cómo se llega hasta la
certidumbre de la brasa, de la luz desnuda
de los peces, y sus corbatas de entusiasmo?
El tiempo siempre desenrolla sus extendidos
hilos de luz. Siempre cruza,
o vuela sobre los centavos de mis ansias.
Fuera de mis pantalones, salpica el arbusto
de las sienes: callo, a menudo,
cuando se trata de encender los fósforos de
ese juego de abrir puertas.
Al pie de las sombras se levanta el pabilo,
del resplandor y su aleteo.)
Dentro
de la almohada, las líneas blancas de los ijares y los ojos del designio,
puestos
en las arandelas de los candelabros: asciende la luz, salvo el hollín
y sus
huestes de telarañas. Crecí preguntándole al tiempo,
acerca
de los estragos de la noche: luego se cernió sobre mis zapatos
esa
humedad de cántaro desorbitado: la luz y sus cascos centelleantes…
Barataria,
27.VI.2016
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