Imagen cogida de la red
SOMBRA SOBRE EL MURO
En el
proverbio del pétalo mustio, las astillas de luz que agonizan en medio
del
ruido de los horcones mortuorios del cansancio.
Uno
puede entender todas las furias de los sombreros rotos sobre el hollín
que ha
ido acumulando la sombra del muro de adobes desgastados.
No hay
ventanas. A la media luz, las señales de la caligrafía y su calabozo frío,
y su
amarilla piel de quinqué, o de rama de ocote.
Dentro
del nido de saliva de las ondulaciones desabridas de las semanas,
las
espinas se arman de obligadas miradas: ¿Quién puede meterse
en el
corazón y desde allí entender la hoja que nos muerde y traspasa con sus fieros
candelabros el aliento borroso de los tantos que han cruzado la noche?
(En los pies entumecidos de la tinta, la
completa desfiguración de los dedos;
Junto al caballo del resuello le tiro
puchitos de humedad a las paredes embotadas de sombras, a los ojos que
atraviesan los torbellinos de la lengua.
Usted sabe cuándo quedan rígidas las ojeras.
Uno agarra el látigo de los caminos, mientras
la coz de la piedra entra al pecho;
luego uno ve el puñado de peldaños que tiene
el polvo más allá de las rodillas.
Uno, al final, piensa que sólo son palabras
necesarias e inocuas.
Pero allí se hunde el tiempo de rodillas, se
hunde la boca antes de pronunciar
una palabra: como en cama de madera, mis
huesos impacientes.)
Uno
mira al horizonte en procura de una brisa que perfore los umbrales ciegos
de
tanto ojo mortuorio e indiferente. Las huidas son una eternidad.
Me
sorprenden los kilómetros de ataúdes abandonados. ¿A quién le creo?
La
lluvia siempre acaba siendo conmovedora, presentida en su carpintería…
No hay
brújula. Deambulamos entre los muertos, como otros personajes.
Pero
hay que concentrarse, de seguro, en el más allá sin hacer reproches…
Barataria,
26.VI.2016
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