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VENTANAS INASIBLES
Hay
ventanas salidas de la espuma como las manos de una gota de cierzo.
Camino
sobre el césped, llevando en mis bolsillos, los mundos pedregosos
y
vacilantes de la memoria y las semillas del estertor.
Uno
cavila sobre ciertas fábulas, roncan las bacinicas desde el juego del peltre,
No sé en
qué punto las ventanas se tornan inasibles o sólo es mera figuración
de un
apagarse la vista frente al horizonte.
Uno mira
las paredes mientras crece el miedo en fila india.
Miro
sobre las piedras las mochetas de antaño, las rugosas escalinatas
y el
pedazo de niebla mortuoria desde sus aristas.
(¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Acaso se
perdieron también los vestigios
de la espuma, la lejanía desde aquí,
infinita?
¿Huimos o nos quedamos junto a estos espejos
deshabitados? ─Uno no sabe si,
alguna centella deviene del campanario
magnético de la niebla,
o si en los puertos uno palpa la lluvia de
los muelles, el tiempo todo recostado
en nuestras sienes, la intensidad que rasguña
nuestra sombra, el yo tal vez, duplicado
y sin asirse.
A menudo todo excede a los propios
ensimismamientos. Así lo parece.
¿Se olvida aquella ventana que nos recuerda
en la sombra, una palabra detenida
en medio de la calle, las raíces que no
hecho el cuerpo?)
Entre el
tiempo de ayer y el presente, las ventanas no tienen punto fijo
en la
noche: ni siquiera uno puede corporizar los absolutos, ni jugar a la luz íntima
de un nido. Salvo los abandonos, que están allí, desnudos…
Barataria, 2016.
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