Imagen cogida de la red
RAMAS DEL GRITO
Hasta aquí
esas ramas del grito, hendida de culpas la garganta o la historia.
No hay duda
de todas las ojeras y su consecuente incensario de niebla.
La ceniza
confirma todas las afonías de los inquisidores y desdice la luz posible
de los
candiles en el surco de los absolutos.
Tenemos que
huir siempre, siempre deshabitados en el sopor de la herrumbre,
la zarza
cubre toda la tormenta, todas las distancias y la nostalgia.
Muerden como
sombras los trenes del zodíaco y la carne viva.
Duelen los
fósiles de las palabras y los objetos sin nombre, con fatiga, que dejan
los incendios: en ese punto uno
empieza a preguntarse si es el tiempo
el que
tuerce los pensamientos o sólo es cuestión de aprender a leer junto
a los
sordos, las erratas que alguien deja explicitas en las paredes.
(En lo más íntimo, siempre se despiertan los
demonios, los dobles de las campanas,
ese ojo del suicida en la almohada, los
pensamientos martillados
como una eternidad de cajas para muertos.
En la solapa del aliento, uno ve próximas las
mortajas desenterradas.
A fin de cuentas los sueños son fecundados por las
leyes del mercado: la gota
de sudor fermenta el grito hasta el punto de
violentas convulsiones.
En los slogans del paraíso no se habla de muertos
ni de injusticia, ni de verdugos,
ni de pasamontañas ni de dentelladas sobre la
sonrisa.)
─¿Cuántas
noches completas hemos dormido desde entonces, en ese éxtasis
de lápidas?
Juro que veo rostros en medio del fuego como insólitas sentencias.
Barataria,
06.IV.2016.
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