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PÁJAROS DE CENIZA
¿Tiene la rosa de luz el frenesí
desnudo de la ceniza, la forma impúdica
de los relojes, o es únicamente la mueca del ala amarilla de
los columpios?
En torno a la danza de los
semáforos la memoria de los pájaros de ceniza,
alrededor de los güishtes del
miedo en la garganta.
—Vos, siempre en medio de esos
enjambres de cielo falso, desbordando
los ojos ante el zapateo en las
aceras.
¿Quién más sabe de las
luciérnagas drogadas de las ventanas? ¿Quién más a estas
manos que devoran
calendarios de madera y hacen tajuillas en la arcilla?
¿Quién mordió los abanicos de
salmuera en un plato con lombrices?
Uno se acostumbra a morder los
residuos de las brasas.
Uno se estremece cuando cuelgan
de los párpados las enredaderas.
Delante de la saliva seca las
tantas regresiones de los cascos, la franela
de la luna a punto de romperse,
las flechas del polvo como el mapamundi
que uno jamás desea: agonizan los
merenderos públicos del horizonte,
y las ramitas de incienso de la
ira.
Uno ya no sabe si para salvar la
boca es necesario un bozal, o un esparadrapo.
¿Qué hay de cierto de los campanarios
en perpetuo fermento? ¿Tiene sentido
aquel amor que se desnudó sobre
la efusión de escamas de los minutos?
Amanecida la tierra, la porfía y la escarcha, los cementerios de
lo recóndito.
En el mundo de la ceniza, sin
duda hay una rosa de epístolas a la altura del libro
de los imaginarios: en el
lóbulo de la sed, las noticias de los periódicos asesinando
a mansalva como los
alfileres de humo en las pupilas…
Barataria, 21.II.2016
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