Imagen cogida de la red
INTERIORIDADES
Como la edad zodiacal de la
hoguera estos años de sangrientos cuadernos;
algo de la memoria quedará en el
umbral o en la agenda de esta nada
que respiramos: todos los pájaros
interiores fueron fantasmas.
(Supongo que el olvido no es diferente al vejamen.)
En el pezón rompiente de los
pañuelos, la acuarela de sal de la respiración.
Mis ojos oscurecen en el trepidar
del alfabeto; de súbito, el tacto en la luz,
la bocanada de caobas en los
cuerpos de la noche:
una sombra y otra en la dulzura
del musgo, alrededor del trapiche
de la fecundación. Cada quien
afila la sintaxis o la simple morfología
de la calidez, o la piel
descubierta del tejado.
Así es como se explica la natural
asfixia de las raíces y las interioridades
del pensamiento: es terrible
desangrarse en miserias, exhibiendo cuervos,
o creerse el dueño del azufre, (así creo que nadie alcanza la eternidad;
baja hasta las aguas residuales. Allí el nudo de ceniza.)
—He visto caer a muchos
iluminados del cielo a la tierra y luego convertirse
en incendio o espuma, en uña o
embriaguez.
Pero vos, cuerpo en mi cobija,
sobre la lengua que hiende la herida,
deja que los trenes permanezcan
intactos en tus senos;
sólo quiero existir y traspasar
la suma de toda la madera que hay en el día.
En mi intimidad, invoco, si es
preciso, los juegos, augurios y la gran marea
del arte poética: vos, aquel
bosque con pájaros en el pecho…
Barataria, 23.VIII.2015