Imagen cogida de la red
ESTE AHÍ DE LA PALABRA
Siempre ese sollozo al pie de la
palabra, como la niebla que oculta la luz
de los parques, o separa los
moscardones quemados del aliento o de los ijares.
Mientras el páramo abre su ojo de
cíclope, el zigzag ávido de las vocales.
Crujen los sueños en el lomo de
lo torvo: cada quien hilvana sus propias
obsesiones, los delirios a veces
irreparables como la rosa marchita
en el peñasco donde sestea la
muerte.
—Sí, vos siempre indiferente. El
ijillo horada olfato y garganta.
Acechando no sé qué brasas de
libélulas, trenes que partieron con antorchas
de tristeza, sin más días que el
infinito de la noche.
¿Es oscuro o postrero el granizo
de la noche, los escombros que todavía quedan
de aquel extravío, curvado en el
clamor sordo de los costados?
Existen instantes como jaulas que
muerden la ternura.
En alguna tempestad de bocas
vacilantes, todo el desparpajo ensombrecido
de la hondonada o los huecos o el
vacío.
Uno nunca sabe si en el olfato de
las palabras, el viento aúlla junto a oscuros
cadáveres, los mismos, acaso,
húmedos de salmuera y tiempo.
Ladran los sepias junto a los
gusanos del alfabeto como bestias de ciego
ardimiento: detrás de los
pájaros, las talabarterías marchitas de nubes.
(Ya no sé quién sube a mis pesadillas, ni entra al cónclave de la
orina, al sabor
que tienen las dudas o los insultos, a la uña de luz de los
callejones.
No lo sé porque en la oscuridad las palabras se me hacen multitud)…
Barataria, 05.VIII.2015
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