Imagen cogida de la red
RAZÓN DE DESVIVIRSE
En la séptima ventana del
misterio, la memoria toda y su sombra de ojos.
Nunca se es anónimo en el braceo
de los recuerdos: el ojo escucha la intensa
lluvia de sal que dejan los
despojos, ciertas grietas, el cántaro
de ceniza del ombligo y su danza
de balcones con difuntos.
Siempre hay razones para
disputarse los absurdos, ciego de héroes, vidente
de suicidas, de calles donde los
cumpleaños son invisibles.
—Vos y yo sangramos de urgentes
cloacas.
¡Cuánta razón tiene el tiempo,
después de todo! Pulular a la velocidad del frío,
morder las vocales que zumban en
el hueco de los poros,
desesperanzarse de almohadas,
morder el río de paraguas de los espejos,
desde los pensamientos la piel
del absoluto en el lenguaje de los encajes.
(Lo infalible precede a la fatiga. Me duermo pensando en la
peculiaridad
de los semáforos, en las paredes que guardan los tropezones de la
noche,
en la desnudez de los maniquís,
en esos juegos del gusano y la mariposa, en la lluvia que acaba
siendo caballo
y pasta en los cuatro costados de la sintaxis.)
Por un momento nos olvidamos de
la perpetuidad de los despojos: ahí está
la perversión en manuales y catálogos, en la
tinta china derretida sobre la mesa
del infinito. Hay otras razones
como el fermento despiadado de los dientes,
o la perdida de la lucidez frente
a la voracidad de las escamas.
Habrá un día en que la boca ya no
recuerde los guijarros…
Barataria, 08.VIII.2015
Genial André, felicidades!
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