Imagen cogida de la red
ARGUMENTUM AD VERECUNDIAM
Hablo de las palabras o de la
saliva que clama a la aurora;
ante las asimetrías, que nos
asista la oscuridad en su río de ebriedades.
El avatar o el karma, desvela
conciencias
o simplemente extravía las
transpiraciones de la voz.
Arden las brasas en la antorcha
de la saliva, ¿es visceral la cripta
de la sapiencia, el polen en la
resaca del tizne?
—Yo continúo con los zapatos del
oficio, pese a las aguas —destruidas
o sepultadas, no lo sé—;
mi corazón tiene hambre desde los
calcañales, ninguna grieta detiene
al grafito: soy niño dibujando
flautas en las paredes.
Dentro de los templos destruidos
uno aprende a descifrar las efigies
sepultadas y hasta la órbita de
los olvidos.
Nada me sorprende tanto como
quien duerme en las aceras,
entre la nebulosa, el yo profundo
de la palabra, el fuego no destruido
en la devastación. (Todo despojo es inexorable, infames los
pedazos
de espejo del árbol mayor, el hurto a la lealtad se yergue sin pudor.)
yo no creo en el vituperio que se
guarece en la muchedumbre,
ni en la piedra que se extasía en
los estantes,
ni en la obediencia que jura
madrugadas, sólo en el gozo de los clavos
que hacen del infinito humedad
pulsante.
De suerte, voy como quien va de
viaje expuesto a los vahos del viento.
En la redondez del silencio,
savia la relativa calma de los silogismos.
Cuando entré a la ficción salió
el barbasco irredento: sé que navego
sin mar, pero ésto no corroe el
calendario de mis peces…
Barataria, 23.II.2013
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