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miércoles, 4 de enero de 2012

MANUBRIO DE CLAVELES


Confío en el cuaderno del verano, en el entrepaño del azúcar,
en las terminales aéreas del soplo divino, en la intemperie
de los reyes magos, culpables del absurdo de la noche en el páramo.
Cuando la mirada reposa en la repisa de los pájaros,
urdo en el espejo colgado de las escaleras, abro el deseo de la mueca,...
Fotografía de Davis Count





MANUBRIO DE CLAVELES




Del manubrio colgado en la calle oscura del trajín, laten los guantes
de tela del cielo, la ensalada amarilla de la breña, el faro de leche
del primer estertor vivido en el alero del grito de los relojes,
el relieve del pan hace relucir mi estupidez, el mantel del suspiro
sobre la mesa donde la erección del despojo es mayor que en la butaca
de la hoja de las begonias, manubrios de frío al amanecer,
jugando al clavel de la vía pública,
el manubrio de claveles sirve de fondo para el reloj sin cuerda
de la recompensa del despertar inútil entre rigurosas cabezas rapadas,
fauces a fin de cuentas del frío secular de los escapularios.

Nos movemos entre lenguas de toallas oxidadas,
entre la arcilla de los dientes de un blues,
libélulas de tempestad dentro del semen del único amor que me dio
tristeza y puso monedas falsas en el pecho;
en el tarro disuelto del inodoro vomito las últimas puertas del vértigo,
el pájaro caracol de mi aullido, el jardín que puso de columbón
mis pupilas, y cambio la dirección del manubrio de los murciélagos.
Tontos días perdidos en la sal de la vitrina del anaquel
esparcido del carbón, del costo que tiene el júbilo en los cuatro
puntos cardinales de la saliva; por ello, aguardo en el sostén
de los pinos, desciendo a los bolsillos de los naipes,
muerdo la cascabel de las palabras, trepo a los muros de la noche,
sin dejar marcadas las perillas del sudor,
las huellas de la llave en la cerradura muerta del tiempo.

Confío en el cuaderno del verano, en el entrepaño del azúcar,
en las terminales aéreas del soplo divino, en la intemperie
de los reyes magos, culpables del absurdo de la noche en el páramo.
Cuando la mirada reposa en la repisa de los pájaros,
urdo en el espejo colgado de las escaleras, abro el deseo de la mueca,
espanto las moscas de la mesa, del mantel, de la cara,
del cuarto oprimido del paisaje;
bajo la piedra de moler avanza el viento subterráneo del nixtamal,
el juego imbécil de la boca, sobre la otra boca ávida de caballos,
tuerzo la llama punzante de la leña al punto de marcar la piel,
veo los taburetes que transcurren quemados por la hoguera,
ardidos de tanto ser, negros techos en el lago de los ojos.

Dejo de caminar para balancear el misterio,
río sobre el arado de la tempestad, el reloj es un arma de abanicos,
desconoce el filo de la niebla, las manchas de semen en los ijares,
el misterio de los puentes colgantes del deseo,
la calle angosta del granito, el sollozo en la primera hoja del invierno.
Ahora debo pensar en el terraplén de los hemisferios, ―sueño
en el ala del aire, el red de los ojos picoteando el paraíso,
en el sonrojo de los claveles que danzan su danza macabra,
helados fondos en las cuerdas de mi garganta…

Barataria, 30.XII.2011

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