Hacia el tatuaje líquido de la espuma, la escritura de los témpanos,
el paisaje de la profundidad hecho trizas, el ojo a distancia
del guante del reloj hundido en la arena;
en cada espasmo, la noche en la garganta de los nichos,
la cara de los viejos amores cincelada en las baldosas del hambre.
Fotografía de Davis Count
AZAR DE OJOS
Cada desierto es un pájaro muerto en los ojos. El naipe del pulso
sorbe los guijarros: días destejidos en las sombras, alambiques
negros queman los labios, hígados mordidos por el apetito
de las farmacias, el único pájaro sobreviviente soy yo en medio
de la jungla; a la avidez la sostengo con gritos, sobre el fuego,
la acuarela de los poros. Sobre el témpano de la sangre, el hastío
de las sílabas, las palabras rotas de las ventanas.
Desde los tiempos del azar, la mirada colgando de la esquina
del pétalo, el espejo sin transparencia en el péndulo del arcoíris,
el hipnotismo de los desolores en el semblante;
cada día que pasa me muerde el calabozo de los sonidos:
ir y venir en los suspiros del cielo,
morder la hipotenusa del miedo, pensar en las desigualdades
de las piedras, laminar la intimidad con saliva de lluvia.
Hacia el tatuaje líquido de la espuma, la escritura de los témpanos,
el paisaje de la profundidad hecho trizas, el ojo a distancia
del guante del reloj hundido en la arena;
en cada espasmo, la noche en la garganta de los nichos,
la cara de los viejos amores cincelada en las baldosas del hambre.
—Nadie nos salva después de tanto intento por sobrevivir;
parece que llegamos sin previo aviso, a la fiesta de la noche,
al fuego cruzado de la soledad y lo sombrío,
a la boca donde el instinto muerde la niebla de los ojos con punzante
escalofrío, a la ganzúa del imán del planisferio nuestro.
Al final, terminamos siendo mal augurio de los sellos postales,
—vos lo sabés desde el principio de los tiempos:
desde el magnetismo de la embriaguez de los párpados,
desde la sombra del candil de la llama;
para sobrevivir, ha sido necesario descender a los lavabos
todos los días, platicar con navegantes degollados, convertir en garra
la palma de las manos, torcerle el cuello al cisnes del entrecejo,
caminar junto al ritmo del gato montés,
ilusionarnos cada día con la tormenta del desencanto, con el deseo
quemante de las cuarentenas.
A menudo el azar sólo es un mecanismo de las horas, que aparece
en la punta de los zapatos, mordiendo los calcetines;
nos vemos en la lagartija de la hojarasca, en la chamiza sepia
de la almohada, en la niñez perdida de los faroles de las canículas,
quizá en el trozo de nicotina que fermenta la sed.
Quizá siempre fuimos, sin saberlo, parte de los vertederos,
parte de este desmedido azar de la boca,
parte de la fuga, de ese cansancio atroz de las palabras.
Quizá nunca experimentemos el camino nuevo, pero la suerte
está echada, como la cuenta aparentemente clara en lo oscuro.
Barataria, 31.XII.2011
Que hermosa fotografia... hojarasca rojiza que abraza palabras y parpados cerrados... un saludo cordial para ti... desde la distancia que aiempre nos abrazo...
ResponderEliminarLedeska
Gracias por vuestras palabras, querida poeta. Un abrazo junto con mis mejores parabienes.
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