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martes, 3 de enero de 2012

RELÁMPAGO DEL IMÁN


Por cierto que del imán cuelga también la llama del desorden,
los nombres rotos del sillón de la soledad, la sangre desmenuzada
de los lamentos en la feligresía de las uñas del anhelo;
luego las lámparas primarias del sexo, con su trinidad mercenaria,
este corazón en fuga de trenes y ventanas,
el párpado desnudado en los muslos, los tristes estados de la materia...
Fotografía de André Cruchaga





RELÁMPAGO DEL IMÁN




La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.
ROBERTO JUARROZ




Para sostener los relámpagos, es indispensable domesticarlos
en la almohada de las sombras; a más sombras, el alma termina
envenenada, la ceniza hija de los huesos, espectros caníbal
del reptil que soy, en los labios disidentes de las abejas,
bocas crecidas de la ciudad vertiginosa.

Hay candiles de espectros calcinantes, candelas de sedentarios
ríos, puertas cerradas como los perros devorados por el frío,
extraños alfileres mordiendo el silencio, el pájaro de rodillas
en el nido, caballos estériles en la garganta,
al punto de dormitar en la cobija del cansancio, ―ay, aquel beso
temblando en la viscosidad de los encajes, la memoria destrozada
por el olvido, junto a la cuchara estéril de los guantes.
Cada día tiene sus propios miedos:
al oído el estrépito de las emanaciones, la leche de los senos
a dos manos, la luciérnaga en la raíz del pubis,
paredes donde crece la yedra de los labios, el sedimento de las vértebras,
en el dedo de la pena mordiendo las aguas negras del ángel
repentino del espejo, de la ola en desorden del colibrí.

Por cierto que del imán cuelga también la llama del desorden,
los nombres rotos del sillón de la soledad, la sangre desmenuzada
de los lamentos en la feligresía de las uñas del anhelo;
luego las lámparas primarias del sexo, con su trinidad mercenaria,
este corazón en fuga de trenes y ventanas,
el párpado desnudado en los muslos, los tristes estados de la materia
en el suelo, pegado al ojo pervertido de la muerte.

A diario, en la vigilia, soplan los vientos de la muerte,
tiemblan las retinas en la noche endurecida, ―tantos minutos
de crimen como espectros de rodillas, huesos calcinados
en el labio, increíbles larvas en la respiración del sueño;
algún día dejaré de descender a los infiernos, reiré de la noche
degollada de la podredumbre, saldré del galope del ruido
como un rostro fuera del manicomio de las palabras.
¿Veré, después de todo, relámpagos diferentes al chasquido de errajes,
labios como litorales de escalofrío,
vocales enfurecidas en mi lengua, tiernas de cogollos?
―Uno nunca lo sabe. Son terribles las veredas cuando devoran
los dientes, cuando la obscenidad no tiene el poder del cierzo,
ni el apacible olor de las hortalizas.

Uno siempre está a merced de caminos inciertos: antes fuimos
vientos proporcionales al magnetismo del ansia, flor de los ojos
del tiempo más gratificante; ahora es como una tortura andar
a cuestas los líquidos oscuros del cuerpo, el rencor convertido en ira,
la visión de un viento casi maldito…

Barataria, 29.XII.2011

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