Después de las tinajas abisales, después del sonido negro
de la tierra, la frazada baldía de espejos, la linaza hormiguea
en la transparencia de la noche. Han ido desapareciendo
los cuerpos enteros y, tenemos en cambio,
sombras como las campanas de la historia; desvivo el ojo,...
Imagen de André Cruchaga
SOMBRAS ABISALES
No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes…
PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA
Después de las tinajas abisales, después del sonido negro
de la tierra, la frazada baldía de espejos, la linaza hormiguea
en la transparencia de la noche. Han ido desapareciendo
los cuerpos enteros y, tenemos en cambio,
sombras como las campanas de la historia; desvivo el ojo,
en la aldaba de los asesinos a sueldo, negro viento de sombras
después de la tormenta. Jamás pude quitar del atrio de las sienes,
la epidermis sudorosa de las dulzainas, el escondite minado
por las almádanas, los aceites del bosque para confundir el olfato;
en algún lugar donde dormí, subieron los sapos al cuerpo,
soltaron raros fluidos en el horizonte. Un hombre como yo,
está acostumbrado a vivir entre muertos:
todavía llevo en los costados respiraciones de ceniza,
insectos que han subido a la mendicidad de mi cuerpo,
grifos sepultados en nichos improvisados, árboles sustituidos
por frondas de alfileres. —en cada vado que hice durante la marcha,
los toros lamieron la sal de mis manos, mientras la boca tragó
todo el humo de los equinoccios; así embriagó la luz mis poros abiertos
a la urbanidad, al paraje hondo del cieno. Yendo de aquí para allá
me asaltaron las preguntas y nunca tuve respuestas ciertas,
siempre el cortavidrio de la alambrada,
la hermosura de los dictámenes desfavorables, —vos, acaso,
con la locura mayor de las cobijas, el cielorraso de las persianas
en el suelo, el huracán del vértigo sobre la caligrafía,
la usura llenado las arcas de los desnacidos de la Patria,
de los que siempre explotaron la pobreza como negocio.
Sé que la historia salvará mi respiración a fuerza de abdominales,
mientras eso pasa, las mareas se han vuelto volátiles,
salada la tempestad de los orgasmos, el sexo devorado por el robo
de identidades. En cada puerta abandonada,
hay desperdicio de guitarras: llaves inhabitables,
sombras de la más adusta semilla, noches asumiendo los peces del tórax
y ambigüedades, en el doble discurso de los tapiales. Así subo o bajo
las escaleras de los sótanos, el pubis semienterrado del invernadero,
el grito de la catacumba a golpe de espasmos, viva la huraña libertad
de las vitrinas del maniquí robándose la piedad del movimiento
de los astros, en su rotación de sombras ciegas.
Por suerte, aún puedo golpear las ventanas, y obligar el placer
de mis pupilas con la implacable tortura de lo hondo.
No niego que de mi boca salen monólogos, —aunque nada que ver
con el de Segismundo, de “La Vida es sueño”, quizá un poco con
“El gran teatro del mundo”: en la asfixia muere mi saliva, el temor
a los gusanos que tocan a mi puerta, los sueños convulsos
del mar en el dogma revivido…
Barataria, junio de 2011
Estimado André: Muy buen poema, me ha encantado: Un hombre como yo,está acostumbrado a vivir entre muertos... me ha llegado con toda la fuerza salvaje de tu alma.
ResponderEliminarUn abrazo fraterno
Pues sí, amigo, es verdad esta triste realidad. Durante la Guerra Civil y ahora. Un sincero agradecimiento y mis mejores parabienes para ti
ResponderEliminarAndré Cruchaga