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jueves, 2 de junio de 2011

AVIDEZ


En el paraguas mutilado, las costillas quebradas del viento;
las llaves buscando el camino, aquel olvido de cónicos olvidos,
las cucharas jugando con el motor de arranque de las manos,
el humo del cigarro ahogado en el cenicero,
como un cisne en la última nube del cielo.





AVIDEZ




Durante los últimos meses de mi permanencia en la selva
yo mantenía un terrible sueño que me tiraba dormido
en cualquier parte,…
JAIME JARAMILLO ESCOBAR




En el paraguas mutilado, las costillas quebradas del viento;
las llaves buscando el camino, aquel olvido de cónicos olvidos,
las cucharas jugando con el motor de arranque de las manos,
el humo del cigarro ahogado en el cenicero,
como un cisne en la última nube del cielo.

A qué juegan los pétalos que la lluvia llora sobre ellos
y que luego las manos del sol secan de manera abrupta;
a qué juega la lluvia sobre las peinetas de los cerros,
acaso los recuerdos florecen en la orfandad del último día
de palpitaciones. De pronto pienso en los granizos de la esperma
que se deshacen en los rieles y que los durmientes absorben
como monjas de una abadía envejecida;
la avidez fermente súbitamente la linaza oculta en las luciérnagas.

Algo me dice que la raja de leña, pronto se hará ceniza
en el brasero que derrite el pecho. En la melódica de las paternas,
la hamaca de sonidos, eterniza la soledad de mi propio techo
y la lejanía que hay entre la espuma y las nubes.
Sé que alguna vez el sollozo fue guardado en odres para la posteridad;
pero éste de tanta sal, reventó el horizonte en espejismos carcomidos,
en desoladas estaciones de relojes,
caminos que han enmohecido en las uñas, el bien y el mal ovulando
en los pañuelos que los dientes mastican con indiferencia.

Es tanta la avidez de los paraguas, que ahí los pájaros construyen,
en concavidad, la casa para anidar las estrellas,
el fondo de la luna al trasluz de las hojas,
las aldabas que abren de par en par mi propio universo de oblicuidades:
aquél resplandor de agujas, se volvió espejismo
debajo de las burbujas del aliento, (—nosotros, para qué recordarlo,
construimos ventanas de oscuros artificios y no,
precisamente vitrales, ni benignidades sobre el ala de la almohada.
Claro que de tanto quemarnos, nuestro final fue de ceniza
y no de agua fresca en el mango, en la boca donde nacía el zumo
de la noche. Camino colgado a mis propios recuerdos: al restaurarme,
aprendí a vivir mis propios sueños, a cada emboscada le montura
de lámparas para cazadores nocturnos.)

Lo cierto es que día a día, evito el dolor y amplío los suspiros;
rehago con lucidez cada amanecer, como si fuese la primera vez
que veo el mundo, el universo circular del nido,
lo denso del equilibrio, el arco iris sobre las alas del pecho.
En cada reloj hay una trinchera de sueños;
en cada ojo vuelos sin espinas, horizontes donde silban trenes,
ávidos labios sobre el atrio de las sábanas, diafanidades resumidas
como en un invernadero.

Barataria, junio de 2011

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