Todo el asedio de las sombras en la noche. Aquellos vitrales
trizados por el viento, los días emboscados en el laberinto
de la propia conciencia, los rostros entretejidos de los árboles
en plenos adoquines, casi follaje subterráneo destinado a los vivos.
Muerdo la serpiente azul que arde en la rabia del infinito,...
Imagen de André Cruchaga
DESATINOS
—De ahora en adelante hay que usar la cabeza sólo
para cargar la gorra.
ANTONIO SKÁRMETA
Todo el asedio de las sombras en la noche. Aquellos vitrales
trizados por el viento, los días emboscados en el laberinto
de la propia conciencia, los rostros entretejidos de los árboles
en plenos adoquines, casi follaje subterráneo destinado a los vivos.
Muerdo la serpiente azul que arde en la rabia del infinito,
las máscaras que cubren los sueños, la llaga del golpe cotidiano,
enturbiada en comensales de tabanco. Dan pavor los siete pilares
de la fosforescencia, la suntuosidad del apocalipsis según Hollywood,
la aridez debajo de los poros, como un paciente soportando
los días mudos del alma. Cada día friego los azulejos de la Esperanza
y limpio la ventana de las promesas; desdoblo los brazos,
ardo en la atracción de los imanes: de un lado a otro,
sin encontrar el resquicio del sosiego. Sé que debo caminar a imagen
y semejanza del tiempo, aunque pervierta mi individualidad,
sacrifique el día de los muertos y todos los días festivos del calendario.
Ningún rumbo es totalmente cierto o seguro, ahora que priva
el desencanto, —Ahora que los Poderes del Estado,
han entrado al debate bizantino: rueda el mapa sobre la carreta
sonámbula de las sienes. Se nos avecina la debacle:
pienso que un día recobrará la sensatez este País; ahora es fácil
hacer entuertos, simular infamias, penetrar en los bolsillos hasta sangrarlos.
(Por aquello de que no sólo de pan vive el hombre,
también se elaboran brebajes y sudarios,
campañas contra cualquier cosa y cálices de irrevocable cielo.
De cuanta aridez suscitada soy testigo: vos y yo lo sabemos cuando
tocamos el cielo de la lengua y no encontramos vestigios de frijoles,
ni tomates, ni chiles verdes; así nos hemos pasado la vida
anhelando la taza de café del vecino, que no la taza del retrete,
ni la tasa de crecimiento del PIB.
La única forma de vivir es respirar como los mortales:
cuando morimos, se volvieron insomnes los portales,
los desfiles de los extintos cuerpos de seguridad, la manía de vernos
en las fotografías, escuchar un tanto o encumbrar un barrilete
con la saliva de la Esperanza. —Nadie sabe que levitábamos a causa
del hambre: comía en tu ombligo, mientras el césped gastaba el sueño
de la cópula.) Hemos caminado desde entonces, largos trenes de sueño,
a ratos, la herrumbre y el harapo, los días marcados en las paredes
como presidiarios. En el balance priva el azogue, los mismos vientos
descontrolados de octubre, el cadejo feroz de antaño.
—Vos y yo, nos hemos convertido en señuelos de este disparate:
pero cumplimos así con la trama de las lencerías;
y por si acaso, desafiamos la grandeza de Heráclito: extrañamente
lamemos el ph del vértigo, sin pensar en que los féretros carecen
de rostro e identidad. Apenas somos huéspedes en este combate…
Barataria, junio de 2011
"Apenas somos huéspedes en este combate…"
ResponderEliminarSigues doliéndome
pero a ratos
hay destellos inefables
de ausencia
brincando el encierro
Sí -sabemos- que la poesía
es el vértigo en el cieno
es la lámpara de gas
sobre del barco
porque hay niños de sal
en este exilio
aunque el puerto se cubra
de oscuridad
Marina Centeno
Yucatán México
Cuán la poesía se alza en el señalamiento de los caminos que toma la existencia del frío, el dolor del hambre y la pobreza extrema. "No se sale ileso" -André- es imposible....
Saludos
Marina Centeno
Hay heridas que calan tan hondo, dice una canción de un Trío famoso de México; en este caso, la herida existancial que no siempre se puede soslayar. Habemos poetas, del dolor y la angustia, no fingida, como pose, sino real, en cuanto gravitamos en esta hosquedad del Planeta.
ResponderEliminarMuy agradecido por tu comentario.
André Cruchaga