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jueves, 16 de junio de 2011

CAPITAL DEL ANTIFAZ


Oí mi voz en manos de la agonía: la sangre reventada en la cara,
la arena sombría en el embarcadero de los escapularios;
vi mi propia máscara incandescente como un extraño presente
donde todos los labios y bocas van a la deriva. Agria saliva
hubo que mordió con adustez la sábana de luz de la aurora.
Imagen de André Cruchaga





CAPITAL DEL ANTIFAZ




y la demanda de seguir provoca
una honda búsqueda interior!
ROBERTO MANZANO DÍAZ




Oí mi voz en manos de la agonía: la sangre reventada en la cara,
la arena sombría en el embarcadero de los escapularios;
vi mi propia máscara incandescente como un extraño presente
donde todos los labios y bocas van a la deriva. Agria saliva
hubo que mordió con adustez la sábana de luz de la aurora.
Pero bien, todo dejó de ser el pozo mudo de las sombras.
Ahora, libro otras batallas ante tantos espejos:
infunden miedo las sombrillas entre el escombro;
caen los paraguas en medio de las enredaderas; el ojo, absorto,
no se cansa de arder tras el hierro que demacra el sudor.

Juro que quiero borrar los sueños de mi memoria,
los inviernos y sus muelles y sus manos y todos los ruidos abiertos
del sollozo y todos los nombres estériles
y todas las llagas en la cara de los días inciertos
y el hilo de la risa macabra
y el puñado del paladar y el atril de la nostalgia
y todo el puñal del frío en mi costado. Me cansó el brebaje
de los sermones; ahora sepulto lo que antes nombré con ahínco,
el matapalo de la noche en los párpados, las efigies en nudos
de pájaros, la cicatriz que dejaron las aguas amargas del culantro
y la cuajatinta. Si miro al futuro debo salir de esta capital:
hay tantos antifaces como tijeras,
—las sombras bajan a la piel y dan su dentellada;
atraviesan las intemperies y las entrañas, roen anverso y reverso,
a oscuras tiran los dientes como ráfagas. Ahora me deslío, también,
de las muertes y los muertos,
de la risa artificial de la mansedumbre, sin escarbar en los talismanes
de la cruz. Llego al punto de donde partí:
sólo que hoy avanzo con cierta clarividencia; veo desde lejos
los poderíos del esmalte, el espejo consumido en la dureza
de puertas y paredes. Sacado de la caverna, podré nombrar
la fosforescencia, la ropa limpia de la luz, rescatar la brasa
de la sed para mi cántaro de agua.

(Siempre los antifaces ocultan sueños, gavetas de transparente
arco iris, almohadas de titubeante polvo. En cualquier lugar
se escucha el susurro de su boca cercenada; a menudo sobrevive
en los laberintos de la eternidad, envuelta en frazadas de melancolía.)
escuché mi voz detrás de su vaho; pero hoy, aquí,
tengo un tizón para ahuyentarla. Ya no hay fantasmas en mis cerraduras,
ni en la ceniza del olvido.

Aún cuando camino en medio del disfraz de la calle, me separa
el aire de ese martirio. Ahora ya no veo mis párpados debajo del engaño.

Barataria, junio de 2011

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