Lento el cántaro de la noche que voy descubriendo en mis pupilas:
el destino del tacto es así, quema secreta o inhóspita, oscuros
almadanazos de la muerte, respirando en mi puño. Para entender
el tamaño de esta lluvia, desnudo por completo las oscuridades,
me purifico en los caballos de la sal, le pongo condimento a los zapatos.
Imagen de André Cruchaga
ARS MORIENDI
So is the time that keeps you as my chest,
Or as the wardrobe which the robe doth hide,…
WILLIAM SHAKESPEARE
Lento el cántaro de la noche que voy descubriendo en mis pupilas:
el destino del tacto es así, quema secreta o inhóspita, oscuros
almadanazos de la muerte, respirando en mi puño. Para entender
el tamaño de esta lluvia, desnudo por completo las oscuridades,
me purifico en los caballos de la sal, le pongo condimento a los zapatos.
He aprendido que se pueden cruzar las aguas sin cortarlas;
sepultar antes del final, todos los demonios que transitan
en medio de la náusea, la brillantez, inclusive de la urbanidad,
la infancia sombría de los amores, la respiración a cuentagotas
del miedo sobre calles desiertas. Entre tantos desperdicios,
uno aprende a morir, a inhabitar la sal de las entrañas,
y terminar con el perro flaco, moribundo en el traspatio de la conciencia.
Nunca ha sido fácil morder el sosiego de las habitaciones:
aquí, a destiempo las ventanas cerradas , la noche ensimismada,
las carretas pasmosas de la zarza, las multitudes colgadas de las sienes.
He tenido lo necesario en la alacena para emprender el viaje cotidiano;
luego he repartido las hojas de mis cuadernos,
con rostros y tinta, con incendios que la boca ha sosegado.
No sé si sirven de algo las conversaciones guardadas en la memoria,
los chiltepes y el orégano para esta ensalada de pulsos,
no siempre gratificantes, no siempre domésticos en el pudor
de las sábanas. Ciertas oscuridades me roban el sosiego,
la sal se ha vuelto galope del viento.
Procuro saldar las deudas con el eco de los platos.
Sé que no es fácil renunciar a las veraneras, aunque sólo sean fachadas
de tapiales y no verdaderos jardines para el desayuno.
En este trance uno desanda las sombras andadas, y el granero
de los senos, y el yo que aún existe en medio de alambradas,
en las hojas abiertas de las hortalizas. Uno aprende a verse en el espejo:
se aprende que ellos no contienen cántaros, ni brazos,
sino simples páginas que terminan goteando en los ojos,
cuando ya se ha hecho tarde y hay que convertir la paciencia en espejo.
En ese talismán que destila inviernos, —o, acaso, el despojo
de todos los gusanos incubados en la carne.
En cada itinerario naciente, me armo de la armonía necesaria,
procuro no caer en el desvelo, ni en la paranoia que salpica
la deformidad del mundo. Un día de estos, pues, me llevará el tiempo
a cumplir otros deberes: tocar de nuevo el firmamento con los colores
tapados del cielo, en un domingo donde se abren aromas y liturgias.
Ayer firme mis certidumbres en el pergamino del invierno.
La luz respira en el aliento, las luciérnagas sudan en la conciencia,
el apetito es frugal sobre la mesa amanecida del cierzo.
Pero quedo en deuda, sin duda, con las ventanas, con la mecedora
donde lavan su soledad las hormigas…
Barataria, mayo de 2011
ARS MORIENDI
ResponderEliminarTu "Ars Moriendi" ha conseguido que por momentos levite de mi tosco banco de vate contrahecho, desde donde escudriño tus palabras, versos, cuerpo total del poema... Leer un extraordinario poema es remontar serenamente este polvo pedestre que nos aprisiona en este loco mundo humano. Los organismos financieros internacionales (en cuenta los de derechos humanos y esos que se cubren sus inmundicias y oscuras intenciones -$$$- con la bandera de la cultura) y gobiernos deberían pagar por cada gran poema que se escriba, así le haríamos de verdad la guerra a las armas, y hasta, de seguro, los mismos caídos en combate resurgirían de sus putrefactas y olvidadas tumbas.
Con la certeza de la existencia de un mejor mundo así, tu serías un magnate y no tendrías donde guardar los cheques que por concepto de tus grandes poemas, recibirías todos los días.
Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank Ruffino.
Gracias, hermano, por tu amplio y generoso comentario. Me conformo con la lectura sentida y apasionada como la que vos has hecho de este poema, que es ese irse de la vida pausadamente.
ResponderEliminarUn gran abrazo y, reitero, un privilegio recibir tu comentario.
André Cruchaga
Gracias amigo por agradecer mi comentario, que muy bien merecido lo tienes.
ResponderEliminarTe comparto este otro que dejé en el blog "La huella del ojo", del escritor y crítico de cine William Venegas. Sirva también como homenaje aquí a un poeta centroamericano nuestro que parte de la vida con honores, como poeta y persona:
Estimado amigo William:
Tal vez la Madre Natura ignore cuando, entre cientos de seres, echa un gran poeta por ahí, como lo fue Roberto Sosa. No, no: totalmente desconoce de su gran capacidad de engendrar seres biológicos de tal envergadura, porque si fuera lo contrario, con conocimiento de causa los haría vivir el doble del ser común, ganado para luchar egoístamente, sin dar una palabra de aliento, o denunciar una situación humana insostenible, más sí acumular bienes materiales a costa de lo que sea o quien sea, objetos varios que después de muertos seguirán siendo depredados por la tribu humana: la poesía es un bien, el más caro, por eso la mayoría no puede comprarla, porque es con moneda distinta y ésta va en los bolsillos de las almas sensibles que no escudriñan las páginas financieras o de compra y venta de los diarios, sino en las páginas de los libros de poesía, donde, no hay duda, habita la esencia de la especie humana.
Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank.