Sin hurgar en la demencia de estos días, traigo a cuentas los muslos
desvestidos del hambre, el monte de Venus de las cantigas,
los días desmedidos del miedo. En mi avidez, enjugo el pantalón
guardado de los años idos, el atajo que siempre tomé
para los pañuelos, los ojos por fin que midieron las pulgadas...
Pintura de Carlos Díaz, El Salvador
ÁVIDA EVOCACIÓN
…y este cilicio atroz del pensamiento
no halla un linde entre el genio y la locura.
RAMÓN DE CAMPOAMOR
Sin hurgar en la demencia de estos días, traigo a cuentas los muslos
desvestidos del hambre, el monte de Venus de las cantigas,
los días desmedidos del miedo. En mi avidez, enjugo el pantalón
guardado de los años idos, el atajo que siempre tomé
para los pañuelos, los ojos por fin que midieron las pulgadas
de distancia entre el polvo y los girasoles de las nubes.
Nada es más cierto y contundente que dormir en el filo de los durmientes;
los poros agitan la espuma de los litorales:
las señales son de aguas, —aguas partidas por la dentellada del espejo.
Cuando evoco la antorcha de los fósforos o las luciérnagas,
reviven las rimas del aliento, los ayes de la farsa, el pasmo verdinegro
de las begonias atrapadas por secos matorrales de saliva.
En la silla del fuego, la brasa encendida de aguas torrenciales,
la oscuridad al trasluz de los jazmines. En la cascada de los brazos,
los dedos invocan el pez de las palabras, la luz del mediodía en el pino
ensortijado de las sienes. Siempre resplandecen mis pupilas
cuando recuerdos nombres, ciertos nombres que he ido acumulando
en las vigas, escritas con el azúcar de los jardines.
Claro está que cuando lavo el tejado, saltan los ojos sobre el musgo
acumulado en las costaneras, en el peine crecido del césped.
Cuando las abejas suspiran, sobrevuelan sueños y pensamientos:
todo el color canta en el aire, aún el trozo de gramática en mis manos,
el estertor de tantos caminos aledaños a la herida que la luz
ha hecho en el cuaderno del bosque.
Ahora escucho mejor el silencio que desprenden las ventanas,
la edad mía que cada vez necesita de sabanas.
Esta marcha, que pese a todo, nunca cesa en so oficio descreído.
Creo, a fin de cuentas, que es bueno llegar a estos momentos:
vestir las sombras con aquellos rostros nuevos que rasgaron los poros
con tantos crespones, vados, olvidos e indiferencias,
pues que no todo fue carne a la parilla, sino alegoría de besos entre tabaco, calles y antros.
También los recuerdos nos traen diversos surtidores: han madurado
las alas de la conciencia; los días liberan sepultadas telarañas,
movidos por ese ardor de los pies sobre el asfalto caminado.
Siempre hay sombras, desde luego, que la memoria discrimina,
aparta, aleja: al final del día, todo es vago resplandor; lo vivo queda
en el cuaderno de la escritura, en ese otro tiempo paralelo
que vivimos, en el follaje blindado de la aritmética, en la querencia
que se volvió vestigio de candiles. Al final del día,
sumo rigurosamente las palabras: es probable que en las cornisas
quedan algunas boca abajo, para emprender nuevas aventuras,
el lago de la desnudez en el balde de arrayanes,
el ojo puesto en la sartén, a lo mejor la llave que cierre el costado.
Barataria, mayo de 2011
Surtidor de la poesía es la naturaleza íntima y su amorío con la experiencia de los sentidos, toman presencia en la concatención de imágenes que vuelve único el decir del poeta.
ResponderEliminarBello, lleno de sublime presencia detrás de la palabra escrita.
Un beso André
Te agradezco, poeta, por nutrir este poema que bien dices es un surtidor. Debo decir que quien escribe tiene puestos los sentidos en toda esa realidad interior y exterior, inconmensurables, por lo demás.
ResponderEliminarMuchas gracias, por tus palabras y visita.
André Cruchaga