Transitorio del vilano. El cristal del instinto en la bruma. El labio
En la ceniza. La vida es esta entraña desgarrada que se repite desde
Cada palabra en la arteria de la insistencia.
Navegamos en la llama íntegra del fósforo, en las aguas, sin embargo,
Que nos da la carne del sueño, la antorcha visceral de lo oscuro,
La adicción por la respiración de las luciérnagas.
Imagen de André Cruchaga
EFÍMERO PÁJARO, EL SUEÑO…
Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño…
MARÍA VICTORIA ATENCIA
Efímero el pájaro que en el azúcar nos sonríe. Discurre el labio
Transitorio del vilano. El cristal del instinto en la bruma. El labio
En la ceniza. La vida es esta entraña desgarrada que se repite desde
Cada palabra en la arteria de la insistencia.
Navegamos en la llama íntegra del fósforo, en las aguas, sin embargo,
Que nos da la carne del sueño, la antorcha visceral de lo oscuro,
La adicción por la respiración de las luciérnagas.
El tiempo siempre es una lección de creciente herida:
—El tiempo, digo; pero en realidad es todo el vértigo de la historia
En su nefasta quemadura que nos adentra en el oficio de la espina.
Después de la sombra herida en el latido, los caballos quebrados
Del viento, y la obsesa boca convocada por la sal.
Cuando cada letra nos da sus señales visibles, uno puede sacar el soplo
Del alambique y beber el gozo que ahí se decanta.
Desde luego estamos conscientes de cuanto nos habita: —la parábola
Aprendida en el vado del hambre y los alisios fuertes de lo pasajero.
El sueño está ahí como una adicción de los veleros sobre las aguas
Ensimismadas del agüero.
Está ahí, tenaz, hurgando la plenitud de la espuma. (Repetido en el tejado
Y en el alero, en el camino del alquimista.)
Detrás de cada pájaro o sueño, el aliento impar del albedrío; es decir,
El calendario, con su órgica mesa de números.
Repta la tarde y la noche: sólo un tranca sutil separa el vuelo
Y la respiración; la intuición y la indigencia feroz de cada rocío quemado
En el trajín del guijarro o el azogue.
De pronto una puerta salva los miedos o los anhelos.
La sangre anochecida del fuego.
La piedra que se empoza en el alma.
Las sienes arqueadas en el instante del tránsito.
El humo que se quema en la herida desvivida.
—Sólo queda el sueño en la conciencia después del desatino de sobrepasar
El tiempo como parte del juego de las linternas.
Lo demás es agua o brújula transitoria. Agua disgregada en el sueño.
Desvela, después, la llama entumecida; el ala rota del vitral, colgada
Del cordel de la respiración.
La noche y el día rompen, en cierto modo, los vínculos del sueño,
Aunque parpadee el cordón umbilical de las indigencias.
Después de todo, uno se queda escuchando la bocina del agua. Donde
El surco quebró los símbolos y el camino se hizo añicos.
Ahora sé que desciendo después del último recurso: —cada estrella
Madura en los gusanos de la ceniza, en la llama incompleta de la lengua.
Barataria, 12.X.2010
Yo no sé de donde vienen y hacia donde van los sueños -Poeta. Esa catastrofe de halos que pasan a enredarse en nuestro pelo como cuervos, pero están, ahí, siempre están, merodeando nuestras cabezas, nuestros hombros, la lacitud de las miradas.... y al final, forman parte del pasado para reconstruirse cada amanacer y volver a ser ellos mismos, mutantes, sarcásticos y terriblemente puros.....
ResponderEliminarBeso, Poeta.
Marina Centeno.
Bueno, Marina, este poema lo pensé a partir del hecho de que todo caduca; uno está en permanente tránsito. Y claro, ello trae consigo apegos, desapegos, indigencias.
ResponderEliminarLo demás, tú lo sabes: esa lengua orgásmica y cotidiana del aliento.
Un abrazo,
André Cruchaga