Ofrece como merienda para calmar los anhelos, ese ladrar a secas
En la superficie del terror.
Hay relojes recurrentes en el rostro, pancartas inminentes, negación
De libros palabras, sobrevivientes del parto de los transeúntes que van,
Vienen desaforados, distantes, sordos, en medio del sonambulismo
De la vida, la garganta rota de los sueños.
Imagen tomada de la red
ROSTRO DE INMINENCIAS EN LA RECURRENCIA DEL RELOJ
y, por tanto, un lenguaje de piedras,
pues sabe que en el total de la vida
una piedra
dará paso a otra piedra
PAUL AUSTER
El perro en la noche comiéndose siempre el silencio. Lo que el vacío
Ofrece como merienda para calmar los anhelos, ese ladrar a secas
En la superficie del terror.
Hay relojes recurrentes en el rostro, pancartas inminentes, negación
De libros palabras, sobrevivientes del parto de los transeúntes que van,
Vienen desaforados, distantes, sordos, en medio del sonambulismo
De la vida, la garganta rota de los sueños.
La proximidad es engañosa en el paladar de las palabras.
La proximidad a menudo tiene perfectas hipocresías: un susurro
Que desvela cualquier amanecer en la sombra urgida de los calcetines.
Suceden tantas cosas que la lógica del reloj ya no es necesaria.
No hay por qué afanarse para mostrar que el reloj nos muestre la otra calle
De las dolamas del alma,
Ni tender los pañuelos del cielo sobre la almohada.
Toda mano es recurrente en el paraguas del cierzo. Manos hambrientas
Que no hallan sosiego en las osamentas,
En los cementerios,
En todas las ventanas derruidas del yodo, del cloroformo,
De la herida pálida de la espuma,
Con sus escorias de escaldada piel, con cicatrices de mar y herrumbre.
De modo tal nos convocan los naufragios, los de mar y tierra,
Los del reloj a cuestas de la inminencia, los de la recurrencia fortuita.
(En ese callado sismo de la nada, es fácil recordar lo horrible:
Las vejaciones, la respiración del escombro, ciertos autismos de la propia
Habitación estrujada en los taburetes,
Husmeando en el hocico de las cajas febriles de la desnudez.)
En el lomo de la piedra, la piedra en la espalda de cada día.
La ropa sucia mordida junto a los libros mordidos por la catástrofe.
La sensación de sobrevivir al río de los dientes.
La memoria masticando la inutilidad hasta cierto punto de otros
Destinos más o menos ciertos en el espejismo de la congoja.
El futuro a menudo es una navegación perversa sobre ciertos ídolos.
Por eso inhalamos la nostalgia con somníferos, aunque al final,
Sea el desvelo quien se apodere de nuestra carne:
Sombra amarga en la ilusión del calendario. Sombra desvivida del sopor.
Para quienes confunden las banderas, es preferible navegar en un pubis
Sobre la mesa, beber su bisílaba humedad,
Y luego divagar en la redondez de las palabras de su ombligo.
Barataria, 12.X.2010
Todo, menos sucumbir. Respirar primero, y respirar después. Suceder, trasmigrar en el cuerpo y en el espíritu, hasta que todo encuentre su cenit, o su comienzo.
ResponderEliminarEs un placer leerte.
Un abrazo.
Gracias, amigo Perfecto, por dejarme tu impresión compartida del poema. Es un privilegio, de verdad, tu sano comentario.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias de nuevo.
André Cruchaga