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sábado, 11 de septiembre de 2010

FAROL DE LA DEMENCIA

Una brisa dibuja campánulas, calles, ferrocarriles.
Camino quedándome, ahí, en cada recuerdo —¡Caminos, recuerdos!
Al fondo esa cruz del fuego que me persigue siempre:
La mirada en el siempreviva de la espuma del mar; los barcos
Que siempre parten y vienen: nunca se quedan. Nunca, aunque
El calor de los muelles los prodigue. Alrededor de las sienes,
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FAROL DE LA DEMENCIA




Una brisa dibuja campánulas, calles, ferrocarriles.
Camino quedándome, ahí, en cada recuerdo —¡Caminos, recuerdos!
Al fondo esa cruz del fuego que me persigue siempre:
La mirada en el siempreviva de la espuma del mar; los barcos
Que siempre parten y vienen: nunca se quedan. Nunca, aunque
El calor de los muelles los prodigue. Alrededor de las sienes,
La sal agrieta los relámpagos de las miradas, la mejilla dibujada
De los sueños, los secretos inútiles que se han vuelto granito.
Curvado el reloj del pulso, fondo redondo del vacío, errada
Memoria sostenida en mis manos, peces huidizos sobre la sangre.
En el grito despiadado de la lengua, lunas de extraños
Pájaros, hormigas ciegas como golpe de martillos, colmillos
Hirsutos en el ala. —¡Honda es la vida hasta el cuello!
He ido y venido sin atreverme a los brazos: carne destruyéndose
En silencio, pulmón de piedra en la oscuridad del día:
Tierra donde la destrucción es permanente y la soledad cueva.
La soledad volvió hermética la soledad de la hojarasca, los poros
De cada río en los párpados, la súplica visible y transparente.
El minuto resulta una eternidad en mi boca. No hay llaves,
Ni verdes, ni risas en la lengua —sólo es dolor líquido del destino
Que se alza como montículo de casas vacías. El hacha
Furiosa de la luz cierra mis ojos, rompe los cartílagos,
Sangra el brebaje de los relojes, se funde en la ceniza el cuaderno
Del aliento, arden los inodoros de las audiencias:
Así me abro al sueño a través de las ventanas, así mi cuerpo
En los postes tuertos de las calles, frente a la respiración
De las entrañas, con sus inservibles telegramas. Ahora asusta
Toda inocencia. Dentro de la hoguera el caballo de la almohada,
Tropeles alzados en ecos, disfraces dispuestos a la introspección
De la asfixia, ojos sin saciarse en la oscuridad de los frijoles.
La polilla desarma los roperos sin afeites, el insomnio
De los cónclaves carece de cábalas: la lengua prueba su historia
De vegetales, la risa apiñada el ilusionismo con mostaza.
Desde siempre la saliva sin gavetas, —esta sequedad feligrés
De la neblina, este laberinto mío sin rascacielos, este respirar
Comiendo bisabuelos: inclemencia, acaso, en mi lecho de pavor
E insurrecto. Siempre así al filo del amor. Siempre así, el vilo
De la sangre, la negación de los zapatos, la ojera de las tijeras.
Lo único la telaraña del zodíaco, pergaminos de demencia;
Lo único la lágrima en el espejismo de los cartapacios,
Los retratos cruciales de las gaviotas, el peligro del vómito frente
A los desechos, los insecticidas para borrar las huellas de las moscas.
Siempre así entre las exequias de los faroles,
El búho compartiendo el ojo de la noche con los instantes
Animados de las hojas, respirando en la desnudez masticada
Del desvelo, —chupamiel del desatino, plural fantasía
De los armarios en cada hora prendida como vejiga en las paredes.
Entre la lucidez que me devora a sorbos, hay raíces de tinta
Consumida, espejos dibujados, —irrepetibles camas,
Y sutiles juegos de espinas y siglos como un rompecabezas
En los sueños, como una sed al asalto de las sábanas…
Barataria, 03.VI.2009


De: Hora de trenes, 2009

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