Camino entre pinos, fotografía:AC
______La vida me lleva de los pies______
La vida me lleva de los pies, —años que sólo
han cambiado/ Los zapatos y no la oscuridad
que habita en la filatelia/ Del alfabeto.
Leo cartas de amarilla nostalgia —cartas
simplemente,/ Y huelo como perro su tinta
desgastada por el tiempo:/
Han estado guardadas, ciegas, en un viento
de endeble miedo./ En ellas están contenidas
aguas de imposibles fragancias, golpes/
Anegados de húmeda penumbra, dolores
devorando la raíz/ De la entraña, edades
que no reverdecen en las campanas./
Al regresar la memoria de su fosa fugitiva,
los muros bañados/ De penurias y ese silencio
de los sentidos que borran las palabras./
Mis años son de un sueño donde crecen
los muros —donde/ La mesa y la luz dimiten
y en rigor se ciernen sobre sombra/
Y delirio —imágenes imprecisas de hostil madera.
Un día es igual a otro, salvo el consuelo,
la devastación, o las caricias./
Nunca he caminado más allá de la lluvia
o las calles de la tristeza./
Cuando la lengua lame los sueños, empieza
a salivar la conciencia:/ La noche del pecho
es una sombra con espadas absolutas donde/
No cabe la voz ni los estertores de la infancia,
ni la brasa de la luz,/ Ni la paz en las sienes,
convertida de pronto en piedra pómez.
Fuera de la entraña lo ilusorio arrecia.
¿Dónde está el desvío hacia/ La ternura
—el camino sin otoño parecido a la felicidad?/
La memoria en su oquedad se vuelve infame.
Sin alas, para qué/ El horizonte y el mar.
El corazón pierde el cabello de las evocaciones./
Ahora, después de toda una vida, quiero romper
todas las preguntas,/ Y ser fiel catador
de las aceras y de la sal aterida de la materia./
Ruego al aguijón que espera por mi pecho.
Invoco la escoria/ De los grillos, arrojo a la calle
mis propios límites hasta quedarme/
En el calendario gris de los olvidados…
Sé que en el vivir hay una palpitación
espectral que la respiración/
Siente; y también sé que en su aliento inclemente,
la niebla/ Anuncia infortunios. —Infortunios
que hacen insalvables las ventanas./
Ahora digo que los días se fueron haciendo
de verdades;/ Y que el horizonte desembarcó
su tiranía en la madrugada/ De mis sueños.
Y que las palabras se convirtieron en adustas piedras./
(De pronto quisiera lavar todos mis nombres
y hacer desaparecer/ Los caminos, y los panegíricos
sombríos de la piedad,/ Y las distancias
carcomidas por la herrumbre y la concavidad)/
De los designios y los muros de fervorosa ceniza)/
Claro que mis certezas ya no dan para todo eso.
Es digamos,/ Noche cerrada cada instante,
luz ciega el bisturí del espejo./
De los hombros deviene el eclipse:
Mi presente se hunde, se pierde,/
En cada palabra que me mira en las cartas, antes,
limpias/ Y transparentes en la superficie del espejo.
Barataria, 03.III.2009
______La vida me lleva de los pies______
La vida me lleva de los pies, —años que sólo
han cambiado/ Los zapatos y no la oscuridad
que habita en la filatelia/ Del alfabeto.
Leo cartas de amarilla nostalgia —cartas
simplemente,/ Y huelo como perro su tinta
desgastada por el tiempo:/
Han estado guardadas, ciegas, en un viento
de endeble miedo./ En ellas están contenidas
aguas de imposibles fragancias, golpes/
Anegados de húmeda penumbra, dolores
devorando la raíz/ De la entraña, edades
que no reverdecen en las campanas./
Al regresar la memoria de su fosa fugitiva,
los muros bañados/ De penurias y ese silencio
de los sentidos que borran las palabras./
Mis años son de un sueño donde crecen
los muros —donde/ La mesa y la luz dimiten
y en rigor se ciernen sobre sombra/
Y delirio —imágenes imprecisas de hostil madera.
Un día es igual a otro, salvo el consuelo,
la devastación, o las caricias./
Nunca he caminado más allá de la lluvia
o las calles de la tristeza./
Cuando la lengua lame los sueños, empieza
a salivar la conciencia:/ La noche del pecho
es una sombra con espadas absolutas donde/
No cabe la voz ni los estertores de la infancia,
ni la brasa de la luz,/ Ni la paz en las sienes,
convertida de pronto en piedra pómez.
Fuera de la entraña lo ilusorio arrecia.
¿Dónde está el desvío hacia/ La ternura
—el camino sin otoño parecido a la felicidad?/
La memoria en su oquedad se vuelve infame.
Sin alas, para qué/ El horizonte y el mar.
El corazón pierde el cabello de las evocaciones./
Ahora, después de toda una vida, quiero romper
todas las preguntas,/ Y ser fiel catador
de las aceras y de la sal aterida de la materia./
Ruego al aguijón que espera por mi pecho.
Invoco la escoria/ De los grillos, arrojo a la calle
mis propios límites hasta quedarme/
En el calendario gris de los olvidados…
Sé que en el vivir hay una palpitación
espectral que la respiración/
Siente; y también sé que en su aliento inclemente,
la niebla/ Anuncia infortunios. —Infortunios
que hacen insalvables las ventanas./
Ahora digo que los días se fueron haciendo
de verdades;/ Y que el horizonte desembarcó
su tiranía en la madrugada/ De mis sueños.
Y que las palabras se convirtieron en adustas piedras./
(De pronto quisiera lavar todos mis nombres
y hacer desaparecer/ Los caminos, y los panegíricos
sombríos de la piedad,/ Y las distancias
carcomidas por la herrumbre y la concavidad)/
De los designios y los muros de fervorosa ceniza)/
Claro que mis certezas ya no dan para todo eso.
Es digamos,/ Noche cerrada cada instante,
luz ciega el bisturí del espejo./
De los hombros deviene el eclipse:
Mi presente se hunde, se pierde,/
En cada palabra que me mira en las cartas, antes,
limpias/ Y transparentes en la superficie del espejo.
Barataria, 03.III.2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario