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viernes, 9 de agosto de 2024

ANÁFORA DE UN PAÍS EN LA DEMENCIA

 

Imagen tomada de Pinterest

ANÁFORA DE UN PAÍS EN LA DEMENCIA

 

Habla la hoja de otoño en la transfiguración irreparable

de los andenes. Hablan los pájaros desde las ventanas.

La perennidad es demasiado adusta para quien siempre está

en marcha. Por ello desdoblo los minutos del instante.

Tras el campanario del mar, suelen haber funerarias

que rompen con el tiempo.

Todas las calles me provocan nostalgias:

en algún rincón las hormigas

agrupan sus reflejos y meditan mientras se escucha la dureza

del sonido del tráfico; la lengua es sorda a la ciudad.

Las palabras cabecean entre tantas sombras desatadas,

la boca sobre la raspadura de una pared que carece de la noción

de tren, del aserradero de las distancias,

y hasta de las yerbas curativas para la disentería.

 

La ciudad nos ahoga junto al tiempo, al agua de los tributos,

a la desnudez que ahora florece en los sonambulismos.

 

De pronto los pasadizos y ventanas sirven para encontrar el horizonte

que se aleja: bosteza el sombrero de copa de los árboles

cuando los arrincona el frío del invierno.

He aprendido las definiciones del porvenir entre paréntesis

y más de alguna exclamación chisporrotea en mis ojos.

(Un país sin homicidios me alejaría de la muerte);

pero sube hasta el cuello, el pespunte de saliva de estos días,

el alfiler de la luz de los semáforos,

o el simple crisantemo que sobrevive en el asfalto.

La noche en su hirviente demencia muerde los vientres y el tórax;

su hermosura como un antifaz de pez en el pantano de fieras

y tropeles se arroja al polvo acumulado en horquetas.

Un epígrafe de peces sería un excelente preámbulo para un poema

de braceos solubles. Hay vientos aquí que desvanecen el relieve;

necesitamos un eclipse de furias para añadirlo al poema.

Necesitamos ojos para no perdernos en los viejos párpados

de los manubrios de un viento continuado de abejas y abejorros.

Necesitamos un pájaro de rascacielos para alejarnos de lo negro.

Quizás para ver la realidad del país sin dejar de soñarlo, así sea

dormidos o despiertos, un crisantemo descolorido de Gorki,

el alero rojo de los árboles de Lenin.

Entre la multitud encendido el sol sobre los techos campesinos,

la ciudad amortajada trazada en una risa de cardos, criatura

que a veces se hace espuma, lluvia antigua de crucifijos.

Ante los pensamientos que se precipitan sobre el asfalto, el cuerpo

profético de los mares, los hijos de la escritura bíblica,

una codorniz de leche en los informes meteorológicos, frente

al diluvio de los días azules, el infierno de dulzura de Madelaine,

«un ejército lleno de desatinos» según Apollinaire.

(Me abofetea la sobremesa de los platos los juegos aventajados

del vinagre y todo ese vértigo del espejo en mi saliva 

—a ratos todo lo que nos parece insaciable es espuma u odio torpe

del tintineo de mi propia miseria debajo de un paraguas

no caben todas las vestiduras ni el giro gozado del horizonte

cuando oscilan en el entrecejo los quejidos en la teoría del columpio

de los ojos se amortajan los brazos resultan exhaustos los periódicos

cuando se circuncidan).

 

Del libro: «Ámbito del náufrago», 2015

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest

 


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