SOFISMA DEL PARAÍSO
Sobre el desván de piedra, la lengua
que consume los sofismas.
Aquella alambrada endurecida por el
tiempo no es la mueca
sino la prueba fehaciente de las
bocinas grabadas en el pecho.
Arden los ojos sobre una lágrima de
granito, la iguana de amor
que sale de su guarida, debajo de la
cripta de la angustia,
nos muerde el espectáculo de la
lombriz de tierra o la oruga,
los poros gesticulantes de lo
abrupto, las reliquias del sueño
de nuestros ancestros, el justo juez
de la noche de las idolatrías,
a veces un arco de servidumbre
apuntando a la ventana,
una estatua herida confinada al
silencio como los débiles.
En la alacena de los montepíos, un
marimbero muerto entre el polvo
de desasidas especias del antiguo
oriente.
En un santiamén nos roban la historia
de amor que nunca tuvimos
en esta aldea donde los esfínteres
salen por los pómulos.
Hemos domesticado el hambre para el
hambre, mientras usted
iza bandera y campana sobre una
hojuela de llagas y polilla.
Vivimos en las manos de hierro del
déspota, somos sin más la escoria
que nos deja la aldaba de la
respiración, el tributo de niebla
de los cementerios que se yerguen sin
anestesia en la carne.
Entre el coro de atavismos, el perro
que lame sus paranoias.
.
Del libro: «Mi memoria se ha cansado
de llover y esperarte», 2022
©André Cruchaga
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