EN
REALIDAD, NADIE VIENE
Es como si nunca hubiese conocido las aguas
perecederas
del paisaje y sus sangres inmensas en un gajo de
miedos.
Voraz el ciempiés de espuma en la hoja total de la
neblina.
Fríos los dedos del escombro que espera
en el absurdo de tinta de los atavismos de las
palabras
y sus cadáveres, de la lluvia colgando de la verga de
las ilusiones,
del candil que se hizo matorral de pabilos:
de pronto nos encontramos con un horizonte sin
pájaros,
con un ahora donde languidecen las campanas y se hace
nudo
ciego el camino, y escamas de lija el cuerpo anhelado.
Todo el vidrio de la garganta se ha roto.
En la piel hablan las cobijas atribuladas y el adobe
de sal
en los ojos y el destello anulado de la carcajada del
recuerdo.
En realidad nadie viene, salvo el perro con pedacitos
de calle y aglomerada ternura.
Nadie viene, es cierto, ni aquella tímida ternura de
hamaca,
ni el engañoso silogismo de la pelambre.
Nadie viene. Es cierto. Es sorda la música de la
lluvia.
Del
libro: “Invención de la espera”, 2020
©André
Cruchaga
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