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domingo, 15 de abril de 2018

PRETENSIONES

Pablo Picasso






PRETENSIONES




Deseo una guitarra para que vomite su sexo desde la ventana abierta de un ciego: un burdel de buitres cansados de la tarde o una noche de muertos donde copulen las bestias, o la crucifixión mordiéndome las uñas.

Al cabo mi pecho está condenado a la agonía y a esas vírgenes estrafalarias que comen pecesillos a la hora del coito.

Entre los muslos las libélulas de la saliva y los piojos bañándose con el agua del arco iris.

Dentro de poco, el semáforo muerto de mis ojos, mordisqueando el ombligo, o la jaula del pájaro, o las ingles.

De “Poemas del descreimiento”, 2018.
© André Cruchaga
El Guitarrista Ciego (1903) del pintor cubista Pablo Picasso

miércoles, 11 de abril de 2018

PÀJARO DE AGUA

Imagen cogida de Internet






PÀJARO DE AGUA




Como la curva de papel en los ojos, retumban las sombras en la garganta. (El pájaro líquido quedado en los vacìos del cuerpo.)

Te desnudas frente al delirio de mis brazos, en la fuga.

Se desarma el pulso en la enredadera ciega: ahí las manos enteras metiéndose en el sueño.

Entra el pájaro al hueco de la memoria.

(Entera la claridad y su misterio apurado de aguas: un rebaño de sonambulismos, se arrodilla al borde del ensimismamiento.)

De “Poemas del descreimiento”, 2018.
© André Cruchaga

martes, 10 de abril de 2018

DESPUÉS, EL PASADO

Imagen de Internet





DESPUÉS, EL PASADO





Todo es página en blanco, acaso, antes de revelarse todo.
Saber que existimos en la noche y la duda, después recuerdo,
relámpagos de asedio en la memoria, signos que nos marcan
o repiten nombres, sombras que se lloran en la postrera lágrima,
espinas dolientes en la luna de los cabellos.

Nos uncimos al vuelo para después convertirnos en descenso.
—Cualquier presente opulento lleva consigo el frágil deterioro
de la transpiración y el pálpito vivido de la hoja.

Aun así, en el atrio de los pétalos los jazmines son templos,
el lecho todavía un invernadero dominical donde los gallos cantan
sus aforismos. —Víspera del cierzo incontenible.

Luego de cautivar los himnos del gozo entre las manos,
los relámpagos arrebatados de los caminos, iluminar la tormenta
sin la escoria de la ciudad,
la mirada de aquí se destiñe en la boca:
—Las simetrías cambian de risa.

Las ideas.
Y hasta el necesario tiempo de bordar al País con la sonrisa.
¿Tienen algún sentido los colores derretidos en la sangre,
la deformación vacilante, antes camino de las altas antorchas?
—Uno no es indispensable para la vida o para la muerte. Las puertas
a mentido son cómplices del follaje y las heridas; son la boca obsesa
sin nombrarte, la arena en los dedos, el viento fúnebre de los caballos
alados, el verano del estallido en las quemaduras…

(“en todas las cosas el deseo de inventar la aproximación más delicada y
Toda la belleza está en su insuficiencia.
Yo te veo. Pero estoy continuado a todos los seres que te ven.
No se devuelve lo que se ha recibido.
Y como todas las cosas de ti
Han recibido el ser, …
¡Así la voz con la que yo hago de ti palabras externas!”)

No puedo nombrar este fardo de guijarros sumergidos en el árbol de los ojos,
ni en este soplo de luz creadora que te nombra,
que te hace, que te construye y te vuelve indeleble pese a la fugacidad
del agua en la violenta lluvia de la creación.
En el mapa de los sahumerios también hay surcos.
También ventanas.
Un día sólo seremos la dilatada ola en los pies,
hartos de la entraña, de los alambiques, de los toneles líquidos del mar.

Habrá hollín sobre la carretera de los pájaros,
quizá crueles manos amarillas envueltas por la bruma de la tierra.
Es así como nos veremos después, cuerpos de arcilla.
Largos golpes posesos de la noche, techos de ceniza en las espigas,
diremos que sembramos semillas en la desnudez total y no es cierto.

—¿Qué diremos de la libertad en la cruz nuestra?

Toda una vida pensando en el presente perpetuo, siendo apenas
el comienzo de otra página de los horóscopos, de la hoja peregrina del tiempo.
Los teoremas carecen de vasos seminales, la matemática es apenas
oscuro pedernal donde no cabe nuestra propia estatura.
Es ayer, hoy, la hipotenusa donde nuestra materia se hizo voz.
Es ayer, hoy, el río donde brotan las paredes, los rostros traicionados,
las cucharas de la tempestad, la sed necesaria para beberte…

Es ayer, hoy, la estrella ligada a las sienes, la marca rocosa de la mesa,
la rampa de nuestros pájaros, el puerto duplicado en el océano…
Barataria, 11.X.2009


viernes, 6 de abril de 2018

SIN PALABRAS

Imagen Pinterest






SIN PALABRAS




En el paraíso de la página estás, sin palabras,
exhausta en mis despiadados ojos y manos.
Con los ecos de tu piel buscándome.
El aire de los pájaros en medio de nosotros.
Asida estás a las luciérnagas del vértigo,
a mis brazos de tierra,
al hueco verde de mi boca.
No concibo de otra forma tus cabellos,
sino ríos enredados en mi aliento,
cuerpo a cuerpo, absorbidos por el círculo umbilical.

Te vuelcas y mi voz se vuelve tinta.

—Sombra del azúcar sobre la cama.

Te untas de mi donde se pierde el calendario.
La lluvia abarca todo el universo de tu brasa,
—lluvia sin tiempo mojando tu respiración.
No me dejas alfabeto ni sintaxis en el camino.
Te inclinas y lames ascenso y susurros.
Al borde del respiro ondea el polen
y las estrellas frenética de los tizones,
la quema del esplendor a ritmo de oleaje,
la calidez del pantano, espeso de viento y horas.

Las semanas se internan en el sueño.
En el trigal del sudor:
hondo cristal donde hundo mis raíces.

Te pareces a una mañana con cierzo.
O a una sombra mojada
floreciendo en la desmantelada sangre de mi trinchera.

A la ventana con sus contornos confidentes.

Te cimbro, sentados, a la orilla del olvido.
En el pétalo del petate.
En la piedra desvelada del traspatio.
En este firmamento sin ropa.
Es así de simple cuando muerdes los sueños.
Y desclavamos los canceles del pecho.

Es así de simple cuando sajamos
la tajuilla del presente.
Dejamos, luego, que lo líquido se evapore.
Que la caricia alcance el ala,
que la memoria deshaga todos años
y solo quede el minuto.
Nada es más inocente que precipitarnos en la sed.
Bebernos. Desamueblamos.
Perder nuestra memoria. Lamer lo improbable. 
Hilvanar en la piel otros orgasmos.
Hundir el vilano sin pronunciar palabras.
Soltar la tormenta sobre el párpado de los litorales.

Montar el caballo hasta el límite del trote
hasta copar el quejido del deshielo,
—trance mayor del camino hecho.

Después, todo vuelve a ser el vaso servido del eco,
el mensaje del pálpito y su gozosa herejía,
el vicio de recordar dos sombras unidas,
—el calendario recorrido de pies a cabeza,
hasta oscurecer de nuevo
en el presente con todos los naipes de la semana.
Después de todo, nuestra razón de ser siempre es la fuga:
quebrarnos como dos vasijas compartidas,
en el oasis terso
del aullido.

Después de todo, te huelo en mi locura viva de esclavo.

(De tu recuerdo, el galope de los sueños y el aroma
de la desnudez y la rosa de tu lenguaje en mi pecho.
Y el misterio ya lejano de la herida.)

Barataria, 16.IX.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga

jueves, 5 de abril de 2018

ESTA LUZ

©István Réti (1872-1945), pintor húngaro.





ESTA LUZ





Las llamas que hago recortar de tiempo en tiempo por el peluquero
son las únicas en delatar el negro infierno interior que me habita
Louis Aragon

con cada tumultuoso amanecer,
la luz arrasa el reino de la noche
y emprende su combate.
Carlos Marzal






Un día, al nacer el agua hizo la luz.
Cedió el gris del tiempo.
Desde entonces la abrazo, aunque a menudo sea huidiza.
A menudo la putrefacción de los taburetes la vuelve charco
de viscosidades inciertas.

Siendo extensión de los nombres guarda la hoguera
del silabario, y la transparencia hormigueante de los rayos.
En los colores me borra el suspiro de la noche.

En el rostro es cruel el ala de los pájaros.
Los cielos inasibles Que nunca he visto,
la creación hecha de arrebatados metales.
Lo que sucede cuando se disuelve en el ansia es horrible:
—no hay Dios que borre el eco de los aserraderos,
ni cambie los establos nocturnos del aliento.
Siempre es así cuando el pan desvaría en el hambre.
Cuando la piel se vuelve un trozo de hollín,
y los tabancos oscurecen de insectos.

Y la mañana es una
lágrima sin fluir sobre las calcinadas moscas del fuego.
A menudo la luz es la misma sombra inconfundible de las piedras.
Iceberg de fallidas cucarachas,
o simplemente piscuchas enarbolando pañuelos etéreos.
En mi costado el aire hiende sus almácigos
—hiende, digo, Agolpadas ventanas,
cerillas como astillas dulces,
inviernos de aceras, donde los trenes cuelgan sus vagones.

Esta luz del tiempo tan real en la cruz desgastada
de mis zapatos, sucesión de ventanas en zanjas yertas.
Esta luz en la saliva.
Desvelada y húmeda en el tiempo.
Evidencia es de los colmillos que trituran pastizales.
Ceñida Tapicería de la intemperie.
Cada sábana hace su trama de entrañas.
Cada júbilo salta En las monedas del sueño,
cada color se vuelve inicial desvarío.
Siempre es muro de infinita libertad.
abrigo frente a la penumbra.

Ya en los ojos, grotescas resultan las fisuras en el sueño.
En la razón no cabe la porcelana del calendario.
Jamás el tránsito heroico carece de misericordia:
—la luz agita Las formas, y el abanico inexorable del mar.
Ahí no hay que interrogar a los espejos,
ni extraviar los días Amables,
ni saltar sobre las astillas de lo ininteligible.

De pronto hasta las estatuas parecen menos oscuras y los lobos
vacilan en la alegoría de las pupilas.
El aire se agolpa en las lámparas del mediodía,
en el hilo De lo humano.

Aquí no caduca en los bolsillos como una moneda gastada,
sino que danza como un juego de sombreros.

Así la certidumbre conmemora al ala.
La rebelión contra lo oscuro y desconocido.
La oquedad del polvo sin gloria,
sin la presentida espuma en el olfato.

La luz deshizo los acantilados de la desolación,
y forjó sin piedras, el destino intermitente del asombro.

Barataria, 03.XII.2009
Poema sin filiación.
© André Cruchaga
©István Réti (1872-1945), pintor húngaro.

miércoles, 4 de abril de 2018

CARCOMA

© Pintura Jeane Myers (Pinterest)






CARCOMA 




Cuando en el río de soledad que, a veces, nos recorre,
un álveo seco, piedras
con huella de lavados imposibles,…
Alfonso Canales





La carcoma de la noche tiene cuartos oscuros.
Dientes hostiles para morir lentamente en la panadería de las palabras.
Todavía no se ha cansado la envidia de su desventura:
Muerde trenes en su amargo aprendizaje.
Resulta que al trabajo se le llama suerte,
Y a la carcoma pan divino.
Al ocio, desventura;
a las puertas, falsos muros.
Cuesta entender a los seres derrotados por la mediocridad.
Viven en el rectángulo del sufrimiento.
Desangran sus vértebras y sus encías.
El tiempo no les alcanza
para dolerse y culpar a otros de sus males.

(Vos y yo sabemos de estas noches de ceniza que merodean
las sienes sobre la polvareda de las olas,
de un mar glacial de sentimientos recorrido
por escorpiones innecesarios.
Sé que nos golpean el sueño,
pero a cambio, nosotros sí sabemos el rumbo
de nuestros zapatos, las escuelas de estatuas que nos rodean,
la anilina de perro que lame los tobillos,
los fatigados ojos que caen
sobre nosotros sin transparencia.
Sabemos que cantamos y volamos.
Sabemos el lugar preciso destinado a los tuertos,
el escarabajo de espuma engañosa sobre
la mesa, la puntuación inexacta de los incestos.
Hemos tenido que aprender a caminar con el bolsillo lleno de espinas,
nadar en la piscina de la envidia, comer entre el aluminio
de las bocas falsas,
 descubrir los lingotes de ponzoña en el calendario.
Hemos sido pacientes ante el aserrín del odio;
bajo el humo hemos sido abatidos.
Ya quisieran tener la felicidad nuestra,
tener también nuestro odio.
Pero ni eso les damos.
Les dejamos las calles para que ardan en ellas
como seres sonámbulos, las aceras, los alimentos.
Ojalá aprendan a masticar lo necesario.
Ojalá un día los alcance la felicidad.
Ojalá un día, al menos mueran con elegancia,
Y no dediquen sus dientes a la ignominia.
Vos y yo, que lo sabemos, démosles sílabas de azúcar para que sus vidas
Sean menos hoscas, menos virulentas, menos inexactas.
Démosles tazas de relámpagos cristalinos,
rocío con miel y hasta una purga para que laven sus intestinos.
Démosles tanques de oxígeno;
no pueden respirar por sí solos,
necesitan de nuestra sombra.
Les duele nuestra felicidad.
Les duele nuestra fosforescencia.
Dejémoslos que fluyan perturbados por sus sueños maniqueos.
Tal vez un día encuentren su propia felicidad y mastiquen hormigas
de otro planeta, de otros matorrales con luciérnagas.)

Nosotros, gocémonos con el amor que nos tenemos.
Gocémonos cada día en los kilómetros de luz que tenemos.
Nosotros mordamos la boca azul de los poros, la boca del rocío:
—déjame cantar
sobre la palmera del pubis y enharinar el terciopelo de la luna.

Dejemos que nuestros enemigos ardan en su propio fuego;
Nosotros al fin y al cabo,
tenemos nuestro propio cielo con raíces profundas.

Barataria, 23.XI.2010
© Pintura Jeane Myers
© André Cruchaga


lunes, 2 de abril de 2018

CÁNTARO ABISAL

Imagen Pinterest






CÁNTARO ABISAL




Conozco los vacíos que dejan las iglesias en los ojos,
las palabras agonizantes y endurecidas en el agua,
los designios cada vez mayores del cántaro roto,
sumergido en el fluir de la memoria.
En el interior del pozo, el fuego dilatado;
el sonido que desangra las bisagras del insomnio.

A veces, en el quicio de la puerta se coagula la angustia:
la garganta absorbe el grito de los trenes,
las manos hundidas en el sueño,
el espejo que siempre es un salto mortal sobre la hoguera.

(En el espantapájaros de la muerte,
la vida nos engaña,
o es otra manera de latir con algún desenfado:
¿Hacia qué hondura nos hundimos,
gris arcilla en el ojal del traje último?
Hemos sido los tristes de siempre,
jamás escapamos ni huimos
con nuestros ojos agredidos,
de este mundo sumergido los calcañales.
El barro cada vez se perpetúa en la conciencia,
sombra crecida en el alma,
nacida del reloj debajo de la roca.)

En presencia del aire carcomido,
los tiestos quemados y desteñidos,
del adoquín sobre los huesos,
artificios del poder en candelabros:
somos extrañas gotas del alambique,
aguas reventadas en el pétalo de la saliva,
al servicio de la ceniza o la alegoría.

—Intentamos evitar las monedas gastadas del pañuelo,
la sombra del cántaro roto,
y la humareda anónima de ciertas liturgias.
en el tragaluz de alacenas gastadas,
humea el subsuelo sin restañar
el taller de la risa,
el consorcio de la lluvia,
las palabras ardiendo en la gente,
el azúcar de la sábana.

Todo cae sobre la línea del horizonte:
ahí la piedra despierta del duelo,
simple añico el tiesto del futuro,
la cabeza hipotecada al subsuelo
como el pensamiento en el anaquel de algún epitafio.

Al peso de los párpados, en la boca del búho,
el eco húmedo de la campana subterránea,
el semen pulsante de la ebriedad,
la audiencia del albedrío en el despojo:

(Nos achicharrados en la ceremonia secular del olvido,
empozados en la última alforja del día,
sin impedir la trastienda oscura que hace de la voz,
suicidios a destiempo,
—que nos ocupa con hipoteca,
hasta ser en paralelo, la sombra del señuelo,
ese vívido fondo de las sombras,
el abismo en cifras del harapo.
La intemperie tiene extrañas latitudes:
existimos en el sonido de la breña.
En la ceniza del pecho las erratas de la brasa,
la herida en su diluvio de estertor,
el zumo de la piedra cansada de ojos,
—tus ojos y los míos—,
envejecidos de dureza y pesadumbre,
definitivos en el dardo de la oscuridad.
Cierto.)

Cada vez duelen los pretéritos:
en el cántaro sumergido de nuestra humanidad,
sólo está el hueco de los tabancos,
la sombra y las mismas preguntas del péndulo,
la limonada sin azúcar de las ventanas:
allí el cuerpo largo de los tropezones.

Para salvarnos no es suficiente dejar de morir,
en medio de la maraña de la hojarasca,
vomitar las moscas del subconsciente,
sino, hacer creíble la luz,
sacudir las llaves del delirio y correr como un niño,
sobre los rieles esenciales de las aguas
que fulguran en el pulso:
saltar de la duda al fuego de la verdad.

Poemas sin filiación.
© André Cruchaga

domingo, 1 de abril de 2018

CALLES Y PARADOJAS

Imagen: Pinterest







CALLES Y PARADOJAS




Allí las piedras se hunden bajo la corriente,…
John Clare 




afuera las calles y la paradojas la brizna que gime en pedazos sobre la sombra antigua de las moscas: nuestro tiempo no existe, salvo las calles y la paradojas los círculos apolillados de las viejas costumbres y si hay dudas habrá de preguntársele nuevamente a Anaxágoras por el asombro de nacer sin salvación alguna en derredor hay largas filas de gemidos y ventanas a punto de aventar la polilla en los ojos —diréis acaso que también es melodrama el temblor de las hojas del desvelo  que suelta sus crines de intrépida vorágine y la sábana irrespirable de los ritos y la oscuridad de la piedra en la garganta sé que es horrible el delirio en los huesos derramados del vinagre los clavos se vuelven inevitables en la piel vivimos en permanentes quirófanos de gastados sueños sobre todo cuando el aire se bifurca en los escapularios y los pequeños vestíbulos de la saliva se dispersan en la carcoma impregnada de apiarios en la confidencialidad de la dulzura he descubierto la forma tetelque de los papiros el colibrí hierático de ciertas fisonomías los nerviosismos propios que produce la fugacidad en el oficio de contrastes de los jardines a punto de desvanecerse cada instante es una llama: forma inaprensible en la realidad del poema: no siempre uno se percata de ella cuando amanece porque es una explosión de puertas: el catálogo agridulce de nuestro entorno —en la esquina de los altares el instinto a perpetuidad de la medianoche de la sábana del aliento sobre la piel el luto del aprendizaje la polución de las estatuas esgrimiendo la alegría de la intemperie —si aún dudáis de las parábolas habría que resistir a la manía de convocatoria que tienen los atrios y solos quemar los himnos y los cánticos de la respiración desvanecer el sudario de la tinta nacer de nuevo desde la hipnosis y evitar cualquier calificativo pródigo que nos conduzca a la errata del insomnio no es suficiente pensar en las fronteras hay necesidad de derribar los muros de la propia página y esa sombra absurda que enjabona la conciencia de tizones de herrumbre —vos y yo lo sabemos después de caminar sobre las brasas después que la fosforescencia quemó los ataúdes y se ha vuelto la única sabiduría posible (al final de la tarde sólo quiero mirar la luz y sentir a fondo por última vez el pulso del tiempo)

Barataria, 2012
Del libro “BLUES”, 2012 (inédito). 140 pp
© André Cruchaga