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martes, 6 de febrero de 2018

POSESIÓN DEL DOLOR

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POSESIÓN DEL DOLOR




La libre posesión del dolor, su dulce sombra, 
rehaciéndonos de nuevo, diminutos.

Julia Otxoa




Aquí pasa el tiempo con el huracán de las moscas.

La Nada fue preñada de sospechas;
después la página con su tinta desgarrada.

En cada excavación del alma, balcones de engaño
como un cónclave de cieno.
Aquí revivo el cascajo de los días promisorios:
faroles indelebles,
pero ya enmohecidos por el lupanar de la angustia.

Desde siempre he caminado en el desierto
como un nómada en medio de dunas;
arde la escritura en los yaguales del sueño,
el acecho que madura en las sombras,
la dureza absoluta de las navajas en el aroma,
la pestilencia de las moscas a la hora
de la siesta con todo el caos que produce la chatarra.

Y así debo continuar la marcha,
entre abandonos y desperdicios de tiempo;
lanzando a la calle los fósiles de mi saliva,
el mismo lodazal de siempre,
las ganzúas que sostienen el aliento,
el tren de diluvios convertido en blasfemia. 

Hay huracanes
que duelen en el aliento como una estocada a mansalva;
existen, ahora,
razones para desconfiar de la risa,
de aquellos ruidos
silenciosos que atisba la conciencia en su trance:
y claro, ante el delirio se sazonan las razones,
el cielo falso de las palabras,
el misterio que nos arrebata el sueño.

A temprana hora he vislumbrado
lo que después sería una tortura:
las suspicacias que carecen de fronteras,
la transfusión compatible de las liturgias,
el musgo hecho destino.

(A menudo la duda prende la lámpara del desasosiego:
sé que atardece en las venas igual que las sombras
que lamen los urinarios la noche.
Supuse silencios diferentes en mi cuaderno;
grazna el desastre de lo que presentía.
Enmudezco. Aguanto el dolor en mis barrotes.
Descorro la claridad en mis pupilas:
de seguro habrá tiempos mejores 
que éste mancillado por la ceniza del galope. 
Al final, cada quien dará cuentas de su propio olvido;
yo me quedo mudando,
mientras tanto, la sal de las ojeras, los propios demonios
envilecidos de la tortura. Me quedo así:
análogo a la sombra,
a la carreta de medianoche de la muerte.)

¿En qué tiempo volveremos a la risa después de transitar
en medio de tanta desesperanza y aforismos siniestros,
colgados del atril de lo inesperado,
moribundos de carne y pensamiento?
—Saber la trama, es entender la batalla;
por cierto, (en un país como el nuestro)
y ante tanta espera
me he dado cuenta de los absurdos,
que me ha provocado el hastío.

Debo decir que puertas y ventanas
me han vuelto un ser inadaptado:
quizás porque siempre he buscado claridad donde no la ha habido;
quizás porque de pronto mi guarida
dejó de serlo y ahora me aferro a los nuevos tiempos.

A veces la historia personal es sólo un juego de ardores,
mundos fijados por  sílabas,
taburetes de ingobernable lenguaje. 

Ahora más que antes,
me doy cuenta que ciertas acechanzas,
sangran hasta consumir los sueños.

Esto lo supe hoy, después de transgredir el jardín
prohibido de la confianza.
(No se trata de rumiar y darle vuelta a la página,
sino de hacer una lectura perfecta de la maleza.)

Del libro “TRASPATIO”, 2011 (inédito). 119 pp
© André Cruchaga

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